Ya es todo un hombrecito. Debería dejarse de juegos y hacer más caso a Irina, la hija de los Dimitrovich. Nos conviene.
La voz engolada del padre me llega desde el balcón entreabierto. Yo empujo con la cola y entro, desafiante, posando mi mirada en cada uno de ellos tres. El padre me detesta, dice que soy un estorbo, un juguete inútil. La madre se tapa la nariz con su pañuelo bordado. Ya dejo pelos del bigote en las alfombras a propósito. Y él, me mira con su cara de luna. Ni Irina ni nadie le harán espabilar.
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