Un nuevo barrio - Marian Muñoz

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Por primera vez en mucho tiempo he dormido a pierna suelta, no cabe duda que es buen augurio.

Hasta escasas fechas hablar de los Almendrales era hablar de mí, me identificaba plenamente con esa zona de la ciudad, no había recoveco en sus calles, plazas, jardines o descampados que no hubiera investigado porque era mi barrio desde que nací, el único conocido y querido hasta hace bien poco y al cual no tengo intención de volver.

Allá por los años setenta empezaba a necesitarse mano de obra industrial y para los obreros llegados del campo se construyó un nuevo barrio al sur de la ciudad. Donde antes poblaban almendros surgieron primero unas casitas bajas que hoy diríamos pareados, después construyeron edificios de tres plantas y en tiempos más prósperos los de seis con ascensor, toda una modernidad en un su día.

Siempre sentí orgullo de haber nacido allí, mi primera escuela fue la del barrio, en su parroquia recibí mi bautizo, primera comunión y confirmación, para mis vacunas y primeros resfriados acudí a su consultorio, era una pequeña ciudad dentro de una más grande. Si bien los vecinos provenían de diferentes provincias tenían en común una forma de socializar y por eso aquel barrio se convirtió en un pueblo grande donde todos éramos familia, aunque realmente no lo fuéramos.

Las edificaciones bien austeras, simplonas de fachada, pero con huecos interiores bien amplios, algo que escasea en la actualidad, pues las familias eran numerosas con cuatro o seis hijos más los abuelos y había que meter en cada dormitorio hasta cuatro camas, aunque fueran pequeñas. Poco a poco el barrio se fue poblando y un futuro prometedor más cómodo hizo que mis padres vinieran a él.

Aunque fui hija única nunca me sentí como tal porque en casa siempre había algún niño o niña de más a la hora de comer o cenar, o era yo quien iba a casa ajena a pasar el día cuando no a dormir. Todos nos conocíamos, nos apreciábamos y nos ayudábamos al surgir algún problema. Los mayores eran amigos y los niños compinches de juegos o peleas.

No voy a contar mi historia sino la de doña Elvira, una mujer de bandera, como se decía antes. Por la calle siempre se hacía notar, iba muy arreglada de punta en blanco: zapatos relucientes, ropa sin una arruga de buena calidad y elegante, bolso a la última, maquillada de forma sencilla pero con gusto y en su cabeza nunca sobresalía un pelo de su impecable melena. Pero además de ser un figurín era encantadora, de esas personas que al saludar ya te alegran el día y hacen sentir un cariño especial. No tuvo mucha suerte en su vida ya que sus hijos gemelos murieron en un accidente de moto a los catorce años y su marido falleció tres años más tarde sin haberse recuperado de la tragedia. Aun así, nunca perdió la compostura y seguía siendo la dulce doña Elvira.

Tras la muerte de mis padres seguí viviendo en el domicilio familiar, en mi barrio de toda la vida donde todos nos conocíamos a pesar de llegar gente nueva al vecindario. Por aquel entonces Elvira tendría unos noventa años o por ahí, salía menos de casa, pero cuando lo hacía era la misma de siempre, ahora con bastón, pero con la misma sonrisa, la misma presencia y el mismo encanto, quizás un poco más encorvada, pero la queríamos tanto que con quien se tropezase la ayudaba o acompañaba en sus gestiones.

Una mañana me acerqué a la farmacia y allí estaba en la cola delante de mí. Cuando llegó su turno la atendieron y al retirarse vi que se tambaleaba, no parecía estar bien, al preguntarle respondió estar mareada, la senté en una silla y la farmacéutica trajo un vaso de agua para reponerse, cosa que hizo aun así por precaución me ofrecí acompañarla a casa, al llegar a la puerta pedí permiso para visitarla de tarde y comprobar que siguiera bien, no me lo dio sino que me invitó a pasar agradeciéndome el gesto, dudé un segundo pero ante tanta amabilidad me sabía mal rechazar su oferta. Mientras se dirigía a la cocina balbuceando quedé estupefacta.

La entrada de la casa estaba adornada con espumillones, velas y angelitos; un mueble del salón estaba decorado con un portal de Belén donde se veían no sólo el misterio sino pastores, camellos, ovejas, los reyes magos, todo el conjunto de figuritas que componen un buen nacimiento de navidad. A un lado del sofá brillaba con luces un árbol de navidad colorido y en su base relucían cajas envueltas en papel de regalo, por supuesto las paredes, cuadros y muebles repletos de decoración navideña.

¡Me dio un subidón! Rememoré y sentí ese espíritu navideño de la infancia cuando esas fechas era tan fantásticas. Comidas en familia, vacaciones escolares, cenar hasta tarde en nochevieja y los regalos de reyes el colofón, un sentimiento que tenía olvidado tras la muerte de mis progenitores y que al no tener pareja ni familia ya no vivía igual. Estábamos en plena canícula de julio y aquella casa respiraba un ambiente entrañable y cordial, ahora entendía la razón por la que doña Elvira siempre estaba de buen talante y era tan amable manteniendo vivo ese espíritu durante todo el año.

Me llamó desde la cocina donde tenía preparado sobre una mesa con mantel navideño bandejas con polvorones, peladillas, mazapanes, turrón y unas galletas con forma de muñeco. Me ofreció a beber una infusión de hierbas que recogía ella misma del campo y sentaban muy bien al cuerpo, eso dijo.

Repentinamente sentí un escalofrío en la espalda al ver brillar un diente de oro en su boca. Como un flash recordé la casita de chocolate del cuento de Hansel y Grettel y cómo aquella bruja atrajo a los niños para comerse uno y tener a ella de esclava. Salí escopetada, ni me despedí, no sé siquiera como encontré la salida, pero hasta que no me vi en la calle no respiré, aún así corrí apremiadamente hasta encontrarme a salvo en casa donde cerré con llave y puse también la cadena.

Aquella noche dormí fatal reviviendo continuamente a doña Elvira con su diente dorado y su casa adornada, lo malo fue que en los siguientes días el miedo no desaparecía, por la calle no paraba de mirar hacia atrás o cuando entraba a un comercio intentaba vislumbrar si ella estaba en él. Era un miedo irracional al que después de una semana decidí consultar con el médico de cabecera al afectarme a la concentración en el trabajo y temía cometer algún grave error.

El galeno me escuchó atentamente quitando importancia a mis desvaríos, le pedí pastillas para dormir, pero me quitó la idea de la cabeza al ser adictivas, recetándome un preparado de hierbas especialidad suya. Ni siquiera cogí el sobrecito que me ofrecía, largué corriendo de la consulta encerrándome nuevamente en casa. Aguanté con aquel miedo unos días más hasta que al mirarme en el espejo me vi tan demacrada que sacando fuerzas de flaqueza decidí resolver mi histeria como fuese.

Cavilando se me ocurrió que cambiarme de barrio sería buena solución, me daba mucha pena abandonar los Almendrales que sentía tan mío, cuyos vecinos eran amigos y casi familiares de toda la vida, pero con aquel miedo no podía seguir viviendo y tras mucho buscar encontré un apartamento coqueto en un nuevo barrio al norte de la ciudad, los Abedules, edificios más modernos con el equipamiento necesario para parejas jóvenes lo que más se veía por la calle.

Puse a la venta el piso de mis padres y al hacer la mudanza me pregunta la vecina de puerta si me he enterado lo que ha pasado con doña Elvira, volví a sentir un escalofrío pero haciéndome la fuerte respondo que no, contándome que hacía tres días se habían quemado un par de habitaciones de su casa por culpa de una vela encendida, ella salió ilesa pero al acudir los bomberos y registrar la vivienda comprobaron que en la bañera había tres cuerpos en descomposición, tras investigar la policía, en el jardín trasero encontraron enterrados una docena de esqueletos y por algún indicio arrestaron al médico del consultorio supuestamente por colaborar con la anciana.

Nadie esperaba aquel macabro hallazgo que acabó con ella y el médico en el calabozo, no sé a qué espíritu del más allá tengo que agradecer el aviso, pero probablemente iba a ser una víctima más de aquella tenebrosa pareja. Siento tristeza, pero a pesar de los arrestos me he mudado definitivamente al nuevo barrio, tanto yo como mis vecinos estamos construyendo una nueva vida y un nuevo destino.

 

 

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Belleza robada - Esperanza Tirado

                                           Cúbrete La Cara Con Las Manos



Recorro su cabecita con mis membranosas manos y ahogo una lágrima. Mal rayo me hubiera partido antes de haber accedido a sus deseos, más bien órdenes.

Pero… ¿quién se niega ante un dios? Su poder y sus maldiciones son eternas.

He parido a su hijo, que en breve partirá para ser educado en las artes militares. A cambio, me quedo con mi soledad y la maldición de no ser deseada por otros hombres. La visión de mi cuerpo cubierto de una epidermis mucosa es repugnante. Hasta para él, que un día deseó tanto mi belleza.

 

 

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Cartas- Marga Pérez

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Era evidente que, ya en aquel momento, pensar estaba sobre valorado . Lo mismo que amar. A mi el mundo me gritaba : “Descubre” “Disfruta” “Ven”. Y no era un susurro, era un grito que no podía dejar de oir, cada día. ¡Era tan joven! Mamá no lo entendía. Ella ya entonces era de otra época . De aquella del “ Si tu me dices ven lo dejo todo…” Yo era de las que dejaba todo por viajar, conocer mundos, culturas... trabajar sin ataduras, a salto de mata, de aquí para allá . Estaba claro que ella no. Ella dejaría todo por amor…

Así estaban las cosas cuando recibí la primera carta. No la leí y fue directamente a la papelera. Sólo con el encabezamiento ya sabía que no era para mi ... “Estimada señorita…” Seguro que habían tomado mal el email y había llegado hasta el mío... esa tenía que ser la explicación . Olvidé el asunto. Punto. Seguí con mis cosas, pero a los pocos días llegó una segunda y luego una tercera. La dirección del remitente no me decía nada y me lo tomé a risa. Creí que me gastaban una broma.

Una noche mientras cenábamos, la entrada de un mensaje hizo que lo mirase. Era la cuarta carta. Siempre tenía al lado el móvil y lo miraba al instante, no lo podía evitar. Mamá no podía con ello así que le conté lo de las cartas para evitar otra discusión como la del día anterior. Sabía que le iban a gustar …Cuando terminé de leerlas sus ojos brillaban .No eran cartas de amor pero eran preciosas. Entonces lo que decían era lo de menos. Palabras, vivencias corrientes que cualquiera podía haber escrito pero dichas de una forma … ¡Cuanta sensibilidad ! Se veía que estaban escritas sin prisa, buscando el término adecuado, la expresión precisa, las palabras justas para llegar al corazón. Se notaba que era alguien acostumbrado a expresarse por escrito. Quizá lo hacía más a menudo que de forma oral. Allí no sobraba nada pero lo que callaba aún era mejor. Se adivinaba tras ellas a alguien generoso, con un corazón apasionado, de esos que se desbordan de humanidad. Elegante como un buen vino, fino y delicado. Con un sutil sentido del humor navegando sobre posos añejos de soledad … Ante sus ojos brillantes barrunté lo que iba a pasar: Mamá se quedó con su dirección y dejaron de llegar a la mía .

Las semanas pasaban y mamá no decía nada aunque yo sabía que se carteaba con aquel desconocido. Sus ojos lo decían, aquel brillo cantarín la delataba, sin embargo respeté su silencio. Eran sus cartas y sus historias. Bastante tenía yo con las mías… Era joven y el mundo me gritaba tan fuerte al oído que le hice caso. Empecé a viajar . Primero lo hacía por trabajo pero enseguida le cogí gusto a estar fuera de casa y encontraba mil disculpas para no volver. Disfruté como una enana en Australia, India, Tailandia, China, Japón, Sri Lanka…y allí se quedó mi juventud. Me di cuenta de ello cuando recibí una llamada de la tía Carlota para decirme si no iba a volver, mamá se moría. Más de veinte años fuera de casa sin preocupaciones, disfrutando a pierna suelta , sin responsabilidades, sin cargas de ningún tipo, y, de golpe, los cuarenta y cinco años que tenía, me pusieron en mi sitio. Cogí el primer avión que pude pero cuando llegué mamá ya se había ido. Lo hizo sin ruido, sin molestar a nadie. A mi nunca me había dicho que estaba enferma. Hacía años que lo sabía y tuvo que ser tía Carlota quien me lo dijera. Mamá le prohibió hacerlo antes.¡ Qué mayor estaba! Metida en aquel ataúd parecía que la habían reducido, le sobraba por todas partes. Tenía el pelo blanco y arrugas profundas en la frente. Los labios habían desaparecido entre el pegamento y la falta de carne. Los ojos, a pesar de estar bien cerrados, resultaban saltones en unas cuencas hundidas y lívidas. Nunca la habría conocido... por algo no me mandaba fotos ni quería video llamadas… ¡Menudo deterioro!

Después del entierro me quedé sola en el piso de mi infancia. Estaba tal cual. Ni un mueble más, ni un portarretratos menos, allí, sobre la consola, las fotos de sus muertos, como ella decía: papá, los abuelos, el tío Genaro, Piluca, la hija de sus padrinos. Desde que yo tengo memoria le acompañan. Siempre estuvieron ahí. Mamá hablaba con ellos, decía que a la familia hay que tenerla presente y ellos siempre lo estaban para ella. En su cuarto el ordenador desentonaba con los muebles sesenteros. Era lo único casi actual en la decoración y, sin ninguna intención, me senté frente a él y navegué sin rumbo abriendo y cerrando carpetas. Descubrí un mundo gastronómico entre miles de recetas recopiladas, muchas adaptadas a su enfermedad. Visitas a museos de arte de todo el mundo. Información de los países por los que me movía. Documentos scaneados ... Cuando abrí CARTAS pensé, ilusa de mi, que mamá guardaría ahí la escueta correspondencia que mantuvimos. Pues no. En CARTAS estaba la correspondencia que iniciara, viviendo con ella, con aquel desconocido que se había puesto en contacto conmigo. Había miles de cartas, de él y de ella. Miles de cartas que leí casi del tirón como quien mira por el ojo de la cerradura. Conocí a mamá a través de ellas ya que aprovechó la correspondencia con un desconocido para mostrar su lado más oculto. Para ser más ella misma. Veintitrés años de su vida ocultos al ojo ajeno que irrumpían de lleno en la mía sin haberme preparado para éllo. Fue un mazazo de realidad, de posar los pies en el suelo. En los días que me llevó su lectura maduré más que en todos los años corriendo por el mundo…

Ellos dos nunca se conocieron cara a cara e intuía, viendo aún varias en la bandeja de entrada, que desconocía su fallecimiento. Así que le escribí para concertar un encuentro, decírselo por email era una crueldad.

Javier, que así se llamaba, llegó al parque en el que habíamos quedado puntualmente. Pensé que una cafetería daría un toque frívolo a un encuentro tan especial. El parque era el lugar ideal, entre árboles, flores, pájaros y frescor, las malas noticias eran menos malas. La vegetación amortigua el dolor . Cura. Acelera la regeneración celular… Allí estaba yo sentada, en el único banco frente al kiosko de la música esperando por él. Me sorprendió lo joven que era. Entenderse tan bien con mi madre me hizo pensar en un señor mayor, como ella, pero era más como yo, mayor pero no mucho más. Nos miramos y, en sus ojos, vi que ya lo sabía. Para mi fue un alivio. Dar malas noticias no se me da bien. A partir de aquí el encuentro fue de lo más agradable. Nos conocíamos desde siempre. Mamá hizo de celestina sin saberlo y yo estaba preparada para valorar el amor en su justa medida. No necesitaba seguir huyendo. Con el tiempo supe que aquellas cartas no habían llegado por error. Javier trabajaba en la oficina de correos y allí supo de mi email en una de mis visitas. Se había enamorado de mi sin conocerme, sabía cómo iba a ser y esperó. Pura intuición. Su corazón no le engañaría. Sus cartas reflotaron lo mejor del mío . Me enamoraron. Sólo necesitábamos el encuentro... Gracias mamá

 

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Agobio - Marian Muñoz

                                          travel expedition journal


Querido diario hoy estoy melancólica, recuerdo con nostalgia las tardes en el parque compartiendo un paquete de pipas con mis amigas mientras charlábamos de nuestras cosas. De aquella no necesitábamos psicólogos ni terapia de ningún tipo ya que la confianza era tan grande que nos contábamos todo.

Ahora en cambio es Dani el pequeño quien me telefonea atormentado por la mala relación que tiene con su pareja. Es un niño grande muy sensible y tranquilo, pero el pobre sale a riña diaria con Marta, también es buena chica, pero el ambiente en casa de sus padres anda revuelto y eso la tiene tan alterada que desfoga con Dani y claro, él lo hace conmigo.

Luego esta Macu la niña de mis ojos, siempre atareada entre su trabajo y los tres niños, su marido le echa un cable, pero eso, quien lleva la casa y la familia es ella. No para de llamarme diciéndome que estoy muy sola y porque no voy a vivir con ellos, así yo tendría compañía y ella una ayuda.

El mayor Vicente ese no me llama, no tiene nada que contarme porque esta absorbido por su trabajo de directivo en una multinacional, tanto es así que al llegar tan tarde a casa apenas ve a sus hijos y en ocasiones ni a su mujer. Ese sí que tiene un problema gordo al tener tan desatendida a la familia y además está ciego porque no ve las visitas del vecino a su mujer. Ay Querido Diario como no espabile dentro de poco se quedará sin niños, sin casa, sin esposa y con medio sueldo.

Luego están mis amigas que con esto de la pandemia no les apetece salir sólo quieren hablar por teléfono, me parece algo tan impersonal al no ver la cara de tu interlocutora, no sabes si lo que dices o cuentas le parece bien, apenas tengo contacto con ellas.

Desde que falleció mi Paco no tengo con quien hablar, tan sólo contigo Querido Diario, menos mal que falleció antes de la pandemia porque no habríamos soportado estar alejados en un momento tan difícil, le canté una nana sujetándole la mano hasta que se fue y le pedí que me esperara allá donde esté porque era el mejor compañero de vida que se pueda tener.

Pero sabes, he estado pensando en irme a un convento de clausura donde hablando con Dios seguro que él me comprende. Allí apenas tendré contacto con mis hijos, ya va siendo hora que maduren y hagan frente a sus problemas de vida, estaré siempre a su lado y en su corazón, pero tienen que valerse por sí mismos y la única manera es encontrar un lugar donde estar incomunicada.

Aunque pensándolo mejor los achaques todavía me respetan, físicamente estoy bien, mi cabeza está bastante ágil y apenas tomo medicación, aún puedo ser útil y ayudar como voluntaria en alguna ONG, pero lejos, donde esté a salvo de ellos. Lo ideal sería África o Sudamérica, pero lo del avión no me convence, si me quedo en el país seguro que incluso van a visitarme, así que he pensado en Portugal, es el extranjero, el gallego se me da bien y seguro que el portugués lo entenderé, otra cosa será hablarlo. Lo suficiente cerca de casa y lejos de ellos, unos tres o cuatro años al principio según como resulte la experiencia.

Ya he contactado con una organización y mañana tengo una entrevista, Querido Diario ¡deséame suerte!




 

 

 

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¿Otro mundo es posible?- Esperanza Tirado

                                       


Los siguientes serían los niños y después los ancianos que podían valerse por sí mismos. La nave ya estaba lista para partir a destino incierto. El mundo aún no se había derrumbado, pero la cordura había perdido su merecido espacio hacía tiempo. Pandora, una vez más, se maldijo por haber abierto aquella caja. Otra oportunidad ya no tenía cabida. 

 

 

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Tiempo de cerezas - Dori Terán

                                           cherry fruit

 

Es tiempo de cerezas en el pueblo que duerme el mes de Junio al son de acontecimientos que distraen y envenenan las almas humanas. Almas básicamente mancilladas en su divinidad por una siembra pedagógica y educativa de un sistema de vida que nos esclaviza denigrando la paz interior y la paz de la convivencia.

Miro las cerezas y me enamora su brillo en un redondo imperfecto que se viste de amarillo en alabanza al sol que las dora y llega a enrojecerlas volviéndolas maduras, provocativas al gusto y al deseo. Me admira su generosidad y la ofrenda de la pureza que las conforma. Me brota en chorros de emoción genuina la gratitud por su belleza que es promesa de sanación y buenaventura, de alimento y deleite. Y así se derrite en lo más profundo de mi ser el cansancio y la desilusión de un mundo que bucea en el miedo despreciando el amor. ¡Hay tanta lectura magistral en la naturaleza!

Ya no busco explicaciones a esa guerra cruenta de Rusia y Ucrania, no las hay. Solo el vahído sucio y maloliente de la dominación podría explicarla si no se disfrazara de “por la justicia”, “por salvar la ley”, “defensa”, y toma y te doy más armas para esos objetivos. Y lo que es importante de verdad, lo que nos distinguiría de las especies que consideramos inferiores, es dejar de asesinar, dejar de matar, dejar de torturar, dejar de destruir.

Pero no vemos, no sentimos, una mente enferma y adiestrada individual y colectiva nos orienta y encamina. Nos posicionamos a una u otra de las partes que promocionan y mantienen como un credo fanático, el dolor, la matanza y la destrucción. Y argumentamos dos mil razones desde cada postura y posición volviendo a perder el norte y la esencia de nuestra existencia: la vida. Y esta gran guerra y todas las guerras más o menos contadas, más o menos televisadas pero siempre acreditadas y justificadas por los frentes, son reproducidas cada día en las situaciones rutinarias de nuestra vida. En nuestros comportamientos, en nuestros movimientos, en nuestros haceres y decires, y lo más terrible…en nuestros sentires. Y lo llamamos opinión, derecho a opinar, derecho a que nos escuchen…y obedezcan, derecho a no escuchar, derecho a no respetar, derecho a sentar cátedra, derecho a imponer, derecho a violar tantas cosas más allá de la asquerosa violación sexual…¡Que mi verdad sea la única verdad!, ¡Porque yo lo valgo!. Lo expongo, lo afianzo, lo peleo, lo “guerreo”.

El escándalo de la guerra es el reflejo irremediable del escándalo en nuestras propias y personales vidas.

Vuelvo a mirar las cerezas que sin mascara ni engaño se muestran como son y nos obsequian su naturaleza y su cualidad auténtica sin adulterar aún en tiempos de pesticidas. Quiero atraer su energía y entidad en la súplica de que los hombres evolucionemos a la recuperación de la nuestra que se perdió quien sabe dónde. ¿En la Atlántida?, ¿En Lemuria?...sin duda en la Inconsciencia Colectiva.

¡Bendito sea el tiempo de cerezas!

 

 

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