Mariscada - Marián Muñoz




¡Culos, sí culos! Con culos se despertó el jueves medio país, aparecían en la pantalla del televisor, del móvil y de la tablet. Nadie supo decir de quien eran ni donde estaban, un video cortito aparentemente grabado con un móvil sin sonido, se veían cuatro culos, tres de hombre ya maduros y uno de mujer. Los canales de televisión y las radios encargaron a sus mejores profesionales investigar su procedencia, intento fallido, ni siquiera el equipo de investigación de la sexta o los de maldita, lo único averiguado que fue bajado de la nube, tal vez por un hacker ávido de gastar una gran broma guarra.

Ningún implicado se dio por aludido, tal vez tuvieron suerte de no verse ya que fue motivo de chanzas y debates sesudos en muchos programas. En las imágenes se ve un plano abierto de cuatro personas en hilera bajándose los pantalones mientras una anciana asustada abre un paraguas ocultándose tras él por tan indecorosa escena. A continuación el objetivo mediante zoom se acerca a uno de ellos, lo que de lejos parecía una gran seta se aprecia con nitidez un buen pegote de caca manchando la nalga y el calzoncillo de su propietario. El siguiente culo muy peludo discurre de pasada. El tercero también de hombre, algo más fino o terso que el resto se ve un pequeño churrito oscuro que aparece entre las nalgas, sin duda mierda, caca o heces, o como quieran llamarlo. La situación es peculiar, tras mostrarnos dichas imágenes todos se agachan y el video se distorsiona y termina.

Dos semanas han pasado ya de la publicación, dos semanas de hipotéticas respuestas y prolíficos debates sobre si reconoceríamos a nuestra familia o amigos mirándoles el culo, en fin, menos mal que cayó en olvidó y ahora sí puedo contarte con pelos y señales lo que realmente ocurrió porque sencillamente fui el provocador de la escena y su grabación.

Me lo había advertido mi mujer ¡tu treta no dará resultado! pero tenía que intentarlo.

El negocio de hostelería iba muy bien gracias a los consejos de mi hija, desplazada en Copenhague mientras hacía su doctorado, renové la barra, las mesas mucho más modernas y unas lámparas chic que me costaron un pastón pero que consumían muy poco. A la gente les gustó el local, la decoración y los platos que servíamos, se hizo trending topic y había colas para sentarse. Tuve que contratar más personal y el esfuerzo económico empezó a surtir efecto. Las letras de los muebles y la vajilla así como el nuevo chef resultaban caros pero si continuábamos así en un par de años pagaríamos todo y comenzaríamos a ganar dinero. Mientras tanto gracias al esfuerzo de mi mujer trabajando en una empresa de limpiezas pudimos salir adelante en casa.

¡Y se cruzó la pandemia! nos obligaron a bajar la persiana, nos dieron el caramelito de cocinar para llevar y todo desde la puerta, sin entrar para nada al local, en el exterior apenas tenía espacio para un par de mesas, desgraciadamente los ingresos dejaron de entrar y tuve que enviar al paro al personal. Yo solito tuve que hacer de cocinero, camarero, de limpiador e incluso algunas veces de repartidor de comida, hasta que un día cerré por saturación, por el agobio de mis deudas y un futuro incierto del que nadie se quería hacer cargo pero al que me obligaban. Las letras seguían llegando y con los ingresos de mi mujer no podíamos pagarlas, estaba desesperado y se me ocurrió un plan.

La idea no era tan mala, habíamos dejado el confinamiento atrás y mis compañeros y yo abríamos tímidamente con la esperanza de que el sacrificio hubiera valido la pena y empezar con ganas una nueva etapa, con todas las precauciones aconsejadas pero intentarlo al menos. Más los políticos no se aclaraban y lo que un día nos permitían al otro no, un caos total y empufado como estaba decidí pedir un crédito para pagar mis deudas, empezar de cero y poco a poco retomar la actividad. Al director del banco le conocía desde hace tiempo y al resto de la plantilla de saludarles cuando venían a desayunar al local. Le hice una visita concertada, rellené los papeles para solicitar el préstamo y además, haciendo gala de buena voluntad invité a marisco a toda la plantilla. Estaba gastando mis últimos cartuchos pensando que era una buena manera de ganarme su aprobación y por supuesto el crédito solicitado. Ni que decir que se pusieron morados tanto por el morapio como por los crustáceos, la mariscada me salió cara pero el objetivo lo creía asegurado.

Llegó el día de acudir al banco para recibir el dinero, el director me llamó a su despacho y tras cerrar la puerta y un montón de palabras vacías me informó que rechazaban mi solicitud. No podía comprender sus motivos, que si no era un negocio solvente debido a la pandemia, que si los ingresos del último año eran irregulares, que si apenas tenía espacio para terraza y tardaría en abrir el interior, en fin que se me cruzaron los cables y empezamos a gritar. En su ayuda llegó el subdirector de la sucursal y el comercial, entre los tres me empujaban hacia la salida y yo intentando quedarme para que me dieran mi crédito. Menos mal que en aquel momento en la oficina sólo había una anciana y una chica joven, me miraban como si estuviera loco, ¡sí, lo estaba! pero ya casi en la puerta consigo calmarme, me suelto de ellos con un gesto de disculpa y cuando la situación ya se había tranquilizado al coger mi pañuelo del bolso y secarme el sudor de la frente noto que tengo la pistola con la que había estado jugando con mi hijo antes de ir al colegio.

La saco y entonces cambiaron las tornas. A sus rostros les faltó el color, haciéndome dueño de la situación les conminé a ir hacia la caja, a los tres, ordené a la cajera ponerse al lado de ellos y apuntándoles con el arma pedí que se bajaran los pantalones y cagaran todo el marisco comido que me habían robado. Juro que no era yo, que no sé qué me pasó por la cabeza pero estaba tan cabreado que lo dije. Se miraban unos a otros asustados, aprovechando mi posición de fuerza le pedí a la chica joven que cogiera el móvil y los grabara. Volví a apuntarles conminándoles a bajarse los pantalones diciendo: ¡De mí no se ríe nadie! Y lo hicieron, ¡vaya si lo hicieron! me asusté cuando la señora mayor abrió el paraguas dicen que trae mal fario, pero me daba igual. Los tenía de frente y no veía sus nalgas, pero solamente viendo la cara de la muchacha valió la pena. Volví a gritarles que cagaran y tan nervioso estaba que le di al gatillo del arma, encendiéndose las luces y el sonido de la pistola de juguete, del susto se agacharon aún más pero rápidamente se repusieron al ver que no era de verdad.

En unos segundos la situación se me fue de las manos, la cajera que llevaba rato apretando el móvil la vi llamando al 112, de un manotazo lo tiré al suelo y les grité ¡ni policía, ni seguridad, ni hostias! aquello lo íbamos a resolver entre los cuatro, comuniqué haberles grabado mientras estaban pedo en mi local, contando cómo el director se tiraba a la cajera a espaldas de su esposa, cómo el más mayor tenía relaciones con el hijo menor de edad del dueño de la gasolinera cada vez que iba a repostar, cómo el subdirector birlaba dinero de caja y por eso las cuentas nunca cuadraban, no por un error informático. Ese sí fue mi momento de gloria, la falta de color en sus caras indicó que acerté de lleno y exigí mi crédito.

Una vez concedido cogí el móvil a la chica y borré la grabación sin verla, lástima que ya la había enviado a la nube aunque no volvió a acordarse de lo sucedido, es sabido que estos chicos de ahora tienen memoria de pez. La pandemia parece que está dando algo de tregua y tengo a todo el personal trabajando fuerte para poder recuperarnos, el crédito lo estoy pagando en cuotas más bajas de lo esperado pero yo cumplo siempre que me dejen.

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