Desconexión - Dori Terán

                                             Resultado de imagen de mujer caminando por la ciudad al amanecer


Cada mañana la rutina la llevaba a la estación. El sol aún dormía y la luz fría de las farolas alumbraban el camino. No necesitaba ninguna luz, aunque hubiese cerrado los ojos podría llegar a su destino. El recorrido diario se había grabado en sus pies como un implante inconsciente, seguro y manipulador de cada uno de sus pasos. A veces se preguntaba cómo había llegado a este nivel de automatismo. A menudo intentaba recordar si había cerrado con llave la puerta de su casa, si había bajado la basura, si tal vez la plancha quedó enchufada…si, si, si…, pero no lo conseguía. Todo estaba ejecutado de forma mecánica. Se quedaba tranquila sin dar más vueltas a la mente en el intento de recordar. Tenía asumido que todo se había realizado correctamente de forma mecánica.

Los acontecimientos presentes envueltos en bruma de incertidumbre e incredulidad, llevaban demasiado tiempo sucediéndose, existiendo como una amenaza que se cierne con premeditación y alevosía sobre la vida. Un virus inteligentemente asesino había llenado de miedo el aire que respiramos y los fallecidos se contaban a miles en todo el planeta. El hombre poderoso sediento de más y más poder se veía abatido y desbordado por nano partículas desconocidas en su origen y causando estragos diferentes en el funcionamiento de los aparatos y órganos del cuerpo humano. Dolor, sufrimiento, muerte.

Sabios, investigadores, científicos, virólogos, epidemiólogos, médicos y tantos titulados más con prestigiosas etiquetas y curriculum, no acertaban a explicar, a contener, a sanar la explosiva infección. La desorientación y el caos se fue adueñando de las mentes y los delirios de todo tipo invadieron la subsistencia de las personas. Temor, enfrentamiento, separación…suicidio.

La gente fue aislada en sus casas como fortaleza inexpugnable para el microbio. No se podía trabajar y pronto no se pudo comer. No se podía abrazar y pronto no se pudo amar. Los juicios y los prejuicios ocuparon el lugar del amor. Libertinos, irresponsables, asesinos.

Ella no quedó libre de subir cada día al tren. Su tarea laboral era necesaria según el B.O.E. Todo su ser, su corazón, su espíritu, su psique…necesitaba protección. Incapaz de solventar el terror que la acompañaba, lejos muy lejos de la calma y la lógica, sin saber cómo adquirir tan preciados tributos, decidió sin dudarlo DESCONECTAR. Y como un zombi se pone cada día la mascarilla obligatoria, lava sus manos compulsivamente y las llena de gel hidroalcohólico varias veces en la jornada a pesar del color rojizo de la piel que le avisa de la destrucción de las bacterias protectoras. No se percata. Duerme en la muerte del alma.

 

 

 

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