Entonces sí - Cristina Muñiz Martín

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La cucharilla de café cayó al suelo y su sonido estridente rompió el silencio de la sala dejándonos petrificados. La mirada colérica de mi padre se clavó en mi hermano mayor que se levantó de la silla con extremado cuidado y después, a pasos cortos, se acercó al hombre que reclamaba sin palabras su presencia. El bofetón lo hizo trastabillar y le dejó los dedos marcados. Luego, regresó a su lugar en la mesa y esperó impasible a que la familia, envuelta en un mutismo doloroso, acabara hasta el último resto de los platos. Ya en la cama lo sentí llorar. Me deslicé entre sus sábanas y lo abracé. El correspondió al abrazo y nos dimos calor y aliento mutuo. “Vete a tu cama. Ya estoy bien”, me dijo al cabo de un rato. Cansado por la hora y por la tensión acumulada, quedé dormido de inmediato. Me despertaron los gritos de mamá. Confundido, busqué la figura de mi hermano en la cama vecina, pero estaba vacía. Corrí al dormitorio de mis padres y allí estaba mi hermano mayor, con la sangre de mi padre en sus manos. Le había clavado un cuchillo en el corazón. Permanecía de pie, ausente, ajeno a los gritos de mamá y a los lloros de mis hermanos pequeños; ajeno a los golpes en la puerta; ajeno a la llegada de los vecinos y de la policía. Lo vi alejarse esposado y custodiado por dos guardias, como si un chico de doce años pudiera ser un sujeto peligroso. Ha pasado ya un tiempo y tan solo su ausencia nos impide ser del todo felices. Mamá ha vuelto a vestirse guapa y a ir a la peluquería y a bailar en el salón con nosotros y a reír. Me gusta mucho la risa de mamá, es muy contagiosa y nos lo pasamos muy bien. Hoy, en la cena, a mi hermana pequeña, la quinta hija, se le cayó la cucharilla de café al suelo con la que estaba comiendo el yogur. Un escalofrío recorrió mi espalda al llamar con fuerza a mi mente los recuerdos del suceso de años atrás. Pero el monstruo ya no está, ha desaparecido, como si solo hubiera existido en una película de terror que ha llegado a su fin. Mi hermana se agachó y recogió la cucharilla sin miedo; ella era demasiado pequeña y no recuerda nada de nuestra vida anterior. Mamá solo dijo “Ve a la cocina y coge una limpia”. En esos momentos creí ver en sus ojos una expresión triste seguramente producida por los malos recuerdos. A veces llora, sobre todo cuando nos despedimos de mi hermano mayor tras las escasas visitas que nos permiten hacerle en el centro de menores. Pero ya solo falta un mes para que cumpla su pena. Ya solo falta un mes para que volvamos a estar todos juntos sin el monstruo. Y entonces sí. Entonces ya podré decir que formo parte de una familia feliz.

 

 

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