María se levanta casi siempre sobre las 10 de la mañana. Está despierta desde mucho antes, pero sus dolores de huesos no le dan tregua y donde mejor está es en la cama. A veces, en el invierno, desayuna y se vuelve a acostar, que total para lo que tiene que hacer, bien le llegan las horas.
María tiene 86 años y vive sola desde que hace tres su marido, Raimundo, pasara a mejor vida. Lo echa mucho de menos. No le daba mucha conversación, todo hay que decirlo, su marido siempre fue hombre de pocas palabras, pero le hacía compañía. Por la mañana le iba a por el pan y por las tardes, mientras ella echaba una pequeña siesta, él bajaba al bar a jugar la partida con sus amigos. Luego veían un poco la tele, cenaban, volvían a ver la tele… y al marchar a la cama siempre le llevaba un vasito de leche para tomar la pastilla de la tensión. No sabe bien por qué, pero el recuerdo de ese gesto tan simple le provoca que una lágrima traicionera resbale por su mejilla y le hace ver lo sola que se siente.
María y Raimundo no tuvieron una infancia fácil, como casi toda la gente de su época. Salvo que fueran ricos, criarse en la posguerra tuvo más luces que sombras, entre cartillas de racionamiento y el miedo reflejado en los rostros de muchos. Luego las cosas fueron mejorando. Raimundo trabajó como ferroviario y ella crió a los dos hijos que tuvieron Luis y Carmen. Cuando su marido murió su hija insistió para que se fuera a vivir con ella. Pero María le dijo que no, que todavía se valía por sí misma. Ni por un instante pensó que se iba a sentir tan sola. Además Carmen tiene su vida. Se divorció hace años, no tuvo hijos y está a punto de jubilarse como profesora. Siempre está de aquí para allá, así que ella solo sería una carga y por nada del mundo desea serlo.
Luis, por su parte, le dejó caer que siempre podría ir a vivir a una residencia, que las de ahora no son como las de antes, ahora tienen todas las comodidades, hasta médico. Claro que son más caras, pero entre su pensión y lo que él podría aportar… por eso no habría problema. Podía pensárselo. Pero María no tenía nada que pensar, a pesar de que la soledad caía sobre ella día tras día como una pesada losa, mientras pudiera valerse por ella misma nadie la sacaría de su casa. Además está Lucía, su nieta preferida, la pequeña de Luis. Desde hace cosa de dos meses la visita casi todas las tardes. Y eso la reconforta.
Lucía acaba de cumplir 26 años. Trabaja de recepcionista en un hotel. Un año después de morir su abuelo se independizó. Quería probar lo que era vivir sola. No es que le molestaran sus padres y su hermano, que por cierto no se va de casa ni aunque lo echen el tío, pero creía que ya era hora de lanzarse. Y le gustó. Gozaba de total libertad para entrar y salir cuando le venía en gana, no tenía que dar cuentas a nadie si la casa estaba ordenada o no, si iba a llegar tarde o temprano… que sí, que vivir sola era una gozada. Le gustaba tanto que había fines de semana en los que ni siquiera salir a tomar algo. Era feliz viendo una película, leyendo un libro o escuchando música, no le hacía falta nada más.
Últimamente se le ha dado por visitar a su abuela casi a diario, cuando los turnos de trabajo se lo permiten. Y es que un día se dio cuenta de que estaba un poco triste. Seguramente echaba de menos al abuelo, toda la vida juntos… y ahora se le había borrado la sonrisa y había perdido brillo en sus ojos. Lucía está segura de que necesitaba compañía. Pues por ella no va a quedar. Cuando tiene libre las tardes va a verla y pasa con ella una horita o dos, ven la tele, o simplemente charlan, a veces incluso se queda a cenar. Sin las mañana las que libra siempre salen a dar un paseo, a no ser que el tiempo no acompañe. Algún día hasta se la llevo de compras y le compró…¡unos pantalones! María no quería, pensaba que su nieta estaba loca, pantalones ella, pero al final le dio la razón, anda que no son calentitos para el invierno.
Lucía piensa en lo que es la soledad. Para unos un disfrute, para otros un lastre. Y da por bueno sacrificar la satisfacción que le produce su propia soledad si con ello pone un punto de color en la soledad no buscada de su abuela. La soledad….sentimiento ambiguo donde los haya.
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