Anabel estaba donde siempre había querido estar, dentro de un coche patrullando su ciudad, ayudando a sus vecinos e imponiendo orden. Desde que su madre falleció atropellada por un delincuente huyendo de la policía, decidió que su tarea sería atrapar a los maleantes. Soltera y sin familia después de fallecer su abuelo, quien se había hecho cargo de ella con mucho cariño, decidió pedir el turno de noche para que los compañeros pudieran dormir con sus seres más queridos. Además, lo de trasnochar no le importaba, solía ser un turno más tranquilo, tanto que en ocasiones se aburría. Solamente en época de fiestas había algún altercado, el resto del año la vigilancia era rutinaria.
Una noche fría de febrero pasando por delante de un cajero vieron a un hombre acurrucado bajo unos cartones, había temporal de nieve y fuerte viento, no podían dejarlo a su suerte. Al acercarse comprobaron que tiritaba, no parecía tener fiebre, pero su ropa no era precisamente de abrigo. Contactaron con el hogar del transeúnte solicitando una cama, por desgracia estaba lleno, igual que el albergue de peregrinos o la ONG de acogimiento temporal, debido a la climatología. Pese a la insistencia de su compañero, sus sentimientos le impedían dejarle allí. Con dificultad lo metieron en el coche patrulla para llevarlo al piso vacío de su abuelo que tenía puesto a la venta. Al menos disfrutaría de cama, mantas y un techo, ya vería al día siguiente como alojarle en otro sitio.
Cuando salió del turno y tras desayunar, se acercó a la vivienda llevando café bien caliente y algo de bollería, en ella no había nada que desvalijar, estando tranquila en cuanto a eso. El hombre aún dormía apaciblemente, optó por dejarle una nota rogándole que cerrara bien la puerta al marcharse. Antes de acostarse hizo algo de compra y puso una lavadora, como un día cualquiera. Al despertar comió algo y acudió un rato al gimnasio para después pasarse por el piso comprobando si ya estaba vacío y en orden. No fue así, le encontró sentado contemplando la calle, se había lavado y peinado, ofreciendo mejor aspecto que la noche anterior. Un saludo de cortesía llevó a una pequeña conversación, por deformación profesional además de impaciencia quiso averiguar su nombre y si iba camino de algún lugar.
A pesar de la conversación relajada se intranquilizó cuando preguntó de quien era la vivienda. No pensaba decírselo ya que no le incumbía en absoluto, se hizo la tonta intentando sonsacarle, pero al comentar él que la casa había sido de su familia, pues sus padres la habían comprado recién construida y él mismo había vivido en ella. Dijo reconocer los escasos cuadros de las paredes y la cama donde había dormido, ya que fue la suya mientras vivió bajo aquel techo. Repentinamente saltaron alarmas en la cabeza de Anabel, se puso a la defensiva y aunque no iba de uniforme, le exigió el DNI, debía imperiosamente comprobar quien era, si realmente aquella había sido su casa temía que estuviera delante de su padre desaparecido hacía veinticinco años. Su madre fue abandonada dos semanas antes de casarse, con todo preparado y sin saber que estaba embarazada. Le esperó toda su vida, le amaba con locura y siempre hablaba bien de él, pero después de muchos años de silencio, su abuelo y progenitor del desaparecido instó le dieran por muerto. ¿Sería su padre? dudaba qué hacer. No tenía tiempo de pedir explicaciones ni oírlas ya que en un par de horas empezaba su turno. Al día siguiente descansaba, si aún seguía en la casa entonces podrían hablar. Aplazó la conversación, le dio llaves y algo de dinero para comprar comida. Le sugirió que buscara algo de ropa en el armario si quería cambiarse, pidiéndole que si marchaba le dejara la llave en la cocina y cerrara bien la puerta, y si seguía en ella al día siguiente, charlarían largo y tendido.
Por suerte el turno fue tranquilo, no pudo quitarse de la cabeza la imagen de su supuesto padre. Sin comentarlo con nadie decidió cogerle una muestra de ADN para cotejarla con el suyo, no tenía nada claro quién sería aquel sujeto. Al finalizar su trabajo pasó por casa recogiendo el otro juego de llaves, llevo nuevamente café y pasteles, si estaba se los daría, sino se los comería ella. Pero sí, allí seguía durmiendo apaciblemente con un pijama del abuelo. La situación la tenía en ascuas, aprovechó para llevarse un vaso. Sin perder tiempo lo dio a un compañero de la científica pidiéndole el favor y explicando la razón por la que debería guardar silencio. Los análisis tardarían al menos quince días, pero uno más simple era viable en cuarenta y ocho horas, suficiente para saber si eran familia o no.
Antes de informarle de su supuesta relación familiar, le pidió contara su vida y el motivo de andar por la ciudad. Había dejado a una novia plantada y a su padre, cuando fue amenazado de muerte por un tema de drogas. Estuvo rodando por el país, trabajando en lo que surgía para ir tirando, le habían ofrecido un curro en una localidad cercana y acordándose de los suyos le entró melancolía, decidiendo volver a casa, sin saber si sería bien recibido o si seguían vivos. Le pareció sincero, aun así, con alguna reticencia le narró cómo su madre había esperado toda su vida sin saber si estaba vivo o muerto, como su padre las acogió y las ayudó hasta su fallecimiento hacía tres años y como se había quedado huérfana a los ocho por culpa de un delincuente. Turbado se quedó sin habla. Anabel desconocía qué pasaba por su cabeza, pero le rogó que dejara de dar tumbos y honrara la memoria de las personas que tanto le habían querido, su abuelo y su madre.
No descansó mucho debido a la indignación y el inesperado encuentro con su padre. Estuvo un par de días sin visitarle, al fin y al cabo, la casa era casi suya y no creía que fuera a hacer nada peligroso con ella. Por fin recibió los resultados previos de los análisis dando negativo, no eran parientes ni de lejos. Estaba desconcertada, su madre siempre le había hablado maravillas de aquel hombre, fue un amor a primera vista y jamás había estado con otro, lo amaba y nunca le habría mentido en eso, no tenía motivos para hacerlo. Dando vueltas al problema tomó la decisión de buscar algún objeto del abuelo que aún pudiera tener su ADN. Seguía guardando en su casa el neceser de cuando estuvo ingresado, quizás en el peine o la cuchilla de afeitar pudiera haber algún resto. Se lo pasó al compañero de la científica por si podía obtener algo. Dos días después el resultado fue positivo para su supuesto padre y el abuelo, era su hijo y ella no tenía ninguna relación con ellos, desconcertándola aún más, ¿Quién podía ser ella? El abuelo la había acogido como su nieta, su madre nunca la habría mentido en algo tan importante, fue una buena mujer, cariñosa y sensata, algo no cuadraba. Los siguientes días iba como ausente en el coche patrulla, su compañero no paraba de preguntarle el motivo de estar tan distraída. Salvo cuando tenían alguna actuación el resto lo pasaba pensativa buscando una salida a su dilema. ¿Quién demonios era mi padre?
Una posible respuesta la encontró una mañana en el televisor de la cafetería, en Zaragoza, una joven pedía indemnización por haber sido intercambiada al nacer. ¡Tate, y si era su caso! Se acercó al hospital donde nació para intentar informarse, conocía sobradamente la ley de protección de datos, pero al menos sí podrían informarle cuantos partos hubo el día de su nacimiento. Y ¡bingo! Sólo dos y fueron dos niñas. Acudió a un abogado amigo contándole el caso para ver si podía iniciar un expediente de afiliación, dejando muy claro que, si hubo un intercambio accidental, no pretendía ni saber quién era su familia ni reclamar nada, lo único que interesaba era la certeza de si hubiera podido ocurrir, ya que estaba contenta con su vida actual y la pasada, pasada estaba. Los trámites duraron dos interminables años, los que su supuesto padre, desconocedor de los hechos, se portó correctamente, trabajando en una empresa de limpieza y llevando una vida ordenada. Mantenían buena relación esporádica, quitando finalmente el anuncio de venta del piso del abuelo.
Llegó el día de hablar con el juez, tras responder a sus preguntas le permitió explicarle que su única pretensión era conocer si hubo intercambio de bebés, no deseaba alterar la vida de la otra familia ni la de la otra hija, tampoco reclamar, tan sólo conocer la verdad. La otra hija no quiso colaborar, pero la madre ofreció dar su ADN para cotejarlo, se compararon los resultados que ella tenía con las muestras del juzgado, y efectivamente hubo cambio de bebés. Creyó que su alivio daría paso a una tranquilidad, nada de eso, no hacía más que imaginar si tendría hermanos, primos y tíos, o quizás era hija de un maleante.
Cuando la resolución fue firme llamó su abogado, al parecer su madre biológica había solicitado, si era posible, un encuentro. Fue tal la sorpresa que le aconsejó pensarlo detenidamente. Optó por decir que sí, no quería permanecer el resto de sui vida fijándose en las personas con las que se cruzaba en la calle intentando reconocer a su familia. Nervios a flor de piel, expectativas bajas por si recibía una decepción. Todo fue genial, acudió su madre con su hermano pequeño, ambos deseaban conocerla, eran una familia acomodada, su padre había fallecido y la otra hija no quería saber nada de sus padres biológicos inmersa en los preparativos de su boda con un afamado empresario. La sensación fue de conocerse de toda la vida, como si nunca les hubieran separado, sobre todo cuando comentaron ser igualita a la abuela materna. Le ofrecieron parte de la herencia del padre fallecido, la rehusó considerando que no le pertenecía. Quedaron en verse de vez en cuando, sin que lo supiera la otra hija. Les tranquilizó sobre cómo habían sido sus padres y que a pesar de pasar apuros económicos salieron adelante. Por fin podía dormir tranquila, sigue relacionándose con su supuesto padre y su familia biológica.
¡Hay que ver como de una buena acción se pudo tener tan buen resultado!
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