Te reinsertan en unos grandes almacenes. Las luces de neón parpadean como vigilantes cansados, esperando el fin de su turno. Vendes perfumes, pero aún hueles a pólvora. A las seis, entra ella. Abrigada entre pieles, labios rojos, melena rubia a lo Verónica Lake. No te ha olvidado. Tú tampoco. Y para callar su corazón y el tuyo echas mano de un revólver que ya no existe.

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