Las horas más negras - Esperanza Tirado

                                         El misterio de la tumba de Edgar Allan Poe | Más allá de la muerte

 

 

 

 

Despierta, hecho una maraña de nervios, en su mugrienta buhardilla. Las sienes le palpitan con un dolor lento y torturante. Apenas puede entrever nada, en un amanecer fantasmal en el que aún no hay luz en la calle.

No recuerda nada de lo vivido en las horas previas. ¿Quizá esté soñando dentro de una de sus recurrentes alucinaciones?

Su memoria está salpicada por brochazos negros, tan negros como sus pensamientos. Como su alma.

Como la taberna del puerto en la que entró y bebió para no recordar lo que nunca olvidará. Algún marinero, con menos copas encima, debió llevarle hasta su mal llamado hogar y dejarle tumbado en su cama, cubriéndole con su raída capa militar.

A pesar de los efectos del alcohol, y posiblemente del láudano, el tenso dolor de su corazón le dice que algo, aparte de su salud, no está bien.

Y una pequeña, pero a la vez hermosa, luz brilla y se apaga en su mente: Su madre, que ya no está. Al menos no en este mundo. Las nauseas se apoderan de él, convulsionando su cuerpo en una postura deforme.

Días atrás leyó su nombre en la lista de fallecidos semanales de algún periódico. Y después en la lápida del cementerio, en el panteón de la familia.

Allí lo llevaron sus pasos y allí se quedó, bajo la lluvia. Llamándola a gritos. Ya no volvería a llamarla ‘Madre’ nunca más.

Maldijo a su padre por haber tardado tanto en comunicarle la fatídica noticia.

Maldito cuervo negro que no avisó a tiempo. Nunca más llamará ‘Padre’ a ese hombre, un ser sin corazón y sin escrúpulos para él. Aunque sí para otros hijos suyos.

Con Ella murieron también todas las mujeres que alguna vez le amaron y que él amó en su vida.

Tal vez podría volver a contemplar su maternal faz, retener ese rostro sereno en su memoria. Despedirse…

La idea sobrevolaba su mente, desequilibrada por los restos del láudano que agitaban su maltrecho cuerpo.

Abrir la tumba, sacar el ataúd, abrazarla por última vez…

Ya puede ver algo, el débil sol del invierno asoma con un tono amarillento, casi enfermizo, por el sucio ventanuco.

Se mira las manos, intentando reconocerse en su propio cuerpo.

Están sucias. Las uñas rotas, las manos cubiertas de sangre seca y restos de vómito La capa embarrada y destrozada. Su pelo negro, alborotado y húmedo, se pega a su rostro.

Ya recuerda, entre brumas, retazos de esas horas negras.

Aúlla, presa del dolor, solo en su buhardilla, por su madre muerta. Su último grito por Ella.

En un periódico local de Baltimore, al día siguiente aparecerá la noticia del fallecimiento del escritor atormentado. De la muerte inesperada de su madre. De las diferencias extremas entre padre e hijo. Del hijo que abrió su tumba para dedicarle un último adiós a su madre.

Del delirio de su último suspiro que le llevó con Ella.








 

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