Mejor una abuela - Marian Muñoz

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Ser o no ser he ahí el dilema de Tomás estudiante de cuarto de derecho, opositar para juez o para fiscal. Dejó atrás el bullicioso piso compartido y acababa de mudarse a un pequeño apartamento en una segunda planta sin ascensor. Salvo la sala de estar el resto daba a un amplio y tranquilo patio interior, justo lo que ansiaba para concentrarse. Entre clases y horas de estudio discurría su semana, excepto el sábado que dedicaba a tareas domesticas y salir con amigos. No era ningún chef pero cocinar le gustaba, especialista en pastas y arroces al ser de buen diente lo que no sabía preparar lo buscaba en páginas web, podemos decir que es un cocinillas.

La ventana de su cocina daba en ángulo de noventa grados con la de su vecina, salvo que se asomara no podía verla pero a horas clave la oía trastear con cacharros y suponía que era joven por la ropa tendida. Lo de ligar nunca fue su fuerte pero le intrigaba saber cómo sería ella y si podrían ser amigos, por las horas de desayuno y comida deducía que trabajaba con horario de funcionario aunque no lo fuese, se llamaba Cristina según había leído en el buzón de la correspondencia y la curiosidad era tan grande que dudaba cómo abordarla si la encontraba por la escalera.

Por las tardes iba a clase, al regresar cenaba y tras pasar apuntes e impresiones se afanaba hasta las cuatro de la madrugada estudiando, tenía intención de terminar la carrera, opositar y con un poco de suerte trabajar y empezar a disfrutar, si bien la vida de estudiante hasta ahora había sido buena los años empezaban a pesar y sus mejores amigos comenzaban a formar una familia, es decir a sentar la cabeza como vulgarmente se dice y quería hacerlo más pronto que tarde. La vecina podría ser buena candidata si la conociera, por lo que estaba decidido a entablar contacto con cualquier excusa.

Una mañana mientras preparaba su comida sonó el timbre de la puerta, no esperaba a nadie, desconcertado se apresuró a abrir. Una anciana de pelo cano y tez blanquecina, con una sonrisa de anuncio le estaba pidiendo el favor de llenarle de azúcar un pocillo que le mostraba en la mano, según contaba estaba preparando un postre y en el último momento se dio cuenta que le faltaba el ingrediente principal. Tomás sorprendido la invitó a pasar pero prefirió quedarse en el descansillo esperando a que regresara con medio paquete de azúcar, pues tenía otro sin empezar y podía prescindir de ese poco. La mujer le dio las gracias efusivamente y dirigiéndose a la puerta de al lado, entró y desapareció. Sin duda debía ser la abuela de su vecina, un dato más para entablar conversación con ella.

Cuando volvió de clase vio que del pomo de la puerta colgaba una bolsa de plástico, intrigado por el hallazgo entró en el apartamento y sobre la mesa de la cocina abrió el misterioso envoltorio, unas rosquillas con muy buena pinta y una nota de agradecimiento, se llamaba Enedina. A partir de aquel día Tomás olía las maravillas cocinadas en el apartamento de al lado, guisos de cordero, pescado, potajes, cada olor que llegaba descifraba fácilmente su preparación al tener un aroma similar a lo que cocinaba su madre, la cual visitaba un fin de semana al mes trayéndose unas cuantas fiambreras con comida preparada por ella. Su vida seguía discurriendo en una concienzuda rutina tan sólo interrumpida por las visitas de la anciana vecina pidiéndole algún producto que le faltaba, era notorio que bajar dos pisos y volver a subirlos le suponía mayor esfuerzo que molestarle y luego acercarle un poco de su preparación que siempre colgaba del pomo de la puerta.

Un sábado mientras tendía la ropa recién lavada Enedina le preguntó desde la ventana si podía prestarle algo de arroz ya que disponía de todo para hacer paella más le faltaba el ingrediente principal. Tomás hacía tiempo que compraba todo por duplicado así que acercó medio kilo que tenía por la despensa, lo que no esperaba es que la buena mujer le invitara a comer junto con su nieta. Ahí vio una buena oportunidad de entablar amistad con la vecina pues aún no había tenido oportunidad de conocerla. Puntual a la cita llamó al timbre portando una botella de vino Albariño, porque sin duda alguna y por los olores la paella era de marisco y que mejor caldo para hacer los honores. El piso era muy parecido al suyo sólo que tenía un dormitorio más, la cocina con los mismos muebles sin duda era de obra pero ésta se veía con toques femeninos en paredes y estantes, la mesa ya estaba preparada, la paellera bien grande contenía un arroz lleno de almejas, mejillones, gambas, cigalas además de estar salteada por diferentes verduras, un lujo de presentación que olía fenomenal. Se sentaron a la mesa y al poco apareció la vecina, recién levantada de la cama al parecer había trasnochado, se presentaron y ella fue directamente a la nevera, sacó una olla pequeña sirviéndose de su interior una preparación que en un principio no se adivinaba. Su cara debió mostrar sorpresa porque la abuela le explicó que su nieta tomaría purrusalda al ser vegana y no comía nada que caminara, volara o nadara. Se sentó a la mesa con el plato recién calentado en el microondas y la abuela le sirvió un buen plato de paella. Riquísima era poco aunque no sabía si era oportuno alabar el resultado a Enedina delante de Cristina. Comió los bichos con las manos y luego se rechupeteó los dedos, un placer en toda regla, al ver que aún quedaba mucha cantidad de paella le ofreció otro poco para repetir y aceptó. ¡Vaya delicia se estaba perdiendo Cristina! Seguramente estaría más sana que él pero dudaba de si más contento disfrutando de algo tan rico de comer. Desde aquel día la amistad fue creciendo y Tomás no se sintió tan sólo al contar tan cerca con tan buena cocinera como la abuela Enedina.

 

 

 

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