Mala fortuna - Marian Muñoz

                                         Resultado de imagen de vecinos celebrando premio lotería

 


¡Me ha tocado la lotería, me ha tocado la lotería! – gritaba eufórica Amandina desde el televisor, nosotros con ella al unísono -¡Bieeeen!- armando gran algarabía riendo y saltando que no dejábamos oír hablar al periodista. La cámara se acercó lentamente para sacarle un primer plano y sonriente enseñó el décimo afortunado. Se hizo silencio total en el café de Gordi, nos mirábamos unos a otros sin pronunciar palabra, interrogándonos con la mirada completamente desconcertados.

Algunos del barrio solemos reunirnos los 22 de diciembre, participación de lotería en mano, esperando que a través del televisor panorámico del café nos den la noticia de ser premiados. Nuestro barrio esta a las afueras de la ciudad, mayormente somos pobres y quien tiene trabajo es afortunado ya que el resto subsistimos de una pequeña paga que nos da el Ayuntamiento, además de proporcionarnos electricidad y agua gratis, no es ningún chollo porque la potencia aún es la antigua y pocos electrodomésticos actuales funcionan, pero al menos podemos alumbrarnos de noche y tener agua caliente, horno y cocina con el butano. A pesar de ser pobres somos honrados y a quien vemos que se desvía de su camino o se endereza o le echamos del barrio, bastante triste es pasar hambre para tener encima a la pasma por sospechosos.

Todos nos conocemos, todos nos ayudamos y entre todos compramos participaciones para probar suerte y sentirnos, al menos por un día, como la gente normal de la ciudad con la esperanza de ser ricos, aunque cualquier pellizco nos daría una inmensa alegría. Nos reunimos en el café de Gordi, ese día lo llenamos y tomamos algo para procurar al dueño un ingreso extra. Toda la mañana aguantamos de pie mirando el televisor, los más viejos se sientan a la mesa y en animada charla cruzamos los dedos para que en esa ocasión logremos la suerte deseada, aunque hasta ahora nunca ha pasado.

Hará trece años que Amandina llegó al barrio, mujer con edad indefinida pretendía pasar inadvertida, nos enteramos por casualidad cuando el pequeño Pedrin llegó corriendo hasta la tertulia de las tardes delante del portal. ¡Hay una mujer en la caseta de los obreros! –gritó sin resuello. Un pequeño grupo se acercó hasta la pequeña edificación abandonada por los operarios que arreglaron la carretera de acceso al barrio, la utilizaron para dejar herramientas y cambiarse de ropa, tan sólo cuatro paredes de ladrillo un pequeño tejado de uralita y una puerta vieja tapaba el hueco de acceso, al empujarla apareció en su interior una mujer durmiendo encima de cartones y tapada con periódicos. Se nos encogió el corazón aunque pobres todos teníamos un techo bajo el que cobijarnos mejor que aquel y muebles en los que reposar cómodamente aunque sean viejos.

Al día siguiente Benita y Carmen se acercaron para ver si seguía allí, comprobando que estaba despierta intentaba adecentar la caseta con los pies y los cartones. Se llamaba Amandina, hablaba español correcto y de su bolsa de enseres sacó unas manzanas para ofrecérselas a su visita. Era agradable en el trato, con delicadeza intentaron averiguar si la buscaba la policía o huía de alguien, no era el caso, tan sólo desgracias familiares y mala suerte con las compañías le llevaron a vivir en la calle. La impresión fue tan buena que esa misma tarde alguien le llevó un colchón viejo, unas sábanas y un par de mantas viejas. Yo misma le llevé una vieja silla y un espejo que no sabía qué hacer con él. Todos en el barrio llevaron lo que pudieron y Amandina se acomodó en su nuevo hogar, incluso Rogelio antes de entrar en el trullo le colocó una cerradura nueva en la puerta para que tuviera cierta intimidad. Pronto Amandina se convirtió en una más del barrio. Se aseaba y hacía sus necesidades en un riachuelo cercano si bien algunas mujeres solían invitarla a su casa a darse una ducha proporcionándole ropa limpia para lavarle la suya, unos días más tarde se la devolvían, así fue como esta pequeña mujer consiguió hacerse con una buena cantidad de trajes usados ya que siempre volvía a vestir la suya gastada y vieja, hasta que nuevamente se ensuciaba. No pedía ni molestaba a nadie pero siempre había quien le llevaba un tarro con potaje calentito, sopa o fruta, incluso Gordi le llevó café calentito para entonar las frías mañanas de invierno quedándose a vivir mucho tiempo. Si no fuera porque era una caseta de obra tal parecía el dormitorio de una pensión ya que era ordenada y pulcra con sus cosas. Amandina se convirtió en nuestra indigente.

Como dije antes cada 22 de diciembre cumplíamos con nuestra cita en el café, prácticamente lo llenábamos y por una mañana olvidábamos nuestras penurias para centrarnos en la deseada fortuna. Los más viejos sentados y el resto de pie observamos el televisor, un cuarto premio en una administración de lotería de la ciudad, al poco las cámaras mostraban a los afortunados saltando alegres y sonrientes, en aquel grupo vimos a nuestra indigente, bien peinada con un moño bajo, ropa limpia aunque vieja y gritando ¡me ha tocado la lotería, me ha tocado la lotería! Hacia cámara mostraba en la mano un décimo de lotería aunque no se veía bien, el periodista la entrevistó como al resto de afortunados y si no fuera porque la conocíamos no nos habría extrañado su comportamiento. A la tarde una representación fuimos a verla por saber de dónde había sacado el dinero para el décimo y cuanto le había tocado, su respuesta fue tan cómica como extraña, el décimo ni era del número premiado ni del año en curso, le hacía ilusión ser feliz por un momento y hacía el paripé ante las cámaras para creérselo aún más, seguía siendo tan pobre como antes.

Durante diez años vimos cada 22 de diciembre a Amandina en el televisor, conocía de memoria las direcciones y los números de las administraciones y en cuanto oía en la radio que algún premio importante caía en la ciudad, para allá se iba a disfrutar de aquel instante de popular felicidad. Así que en el café de Gordi saltábamos de alegría cada sorteo de Navidad viendo a nuestra querida amiga engañar al periodista. Pero aquel día todos vimos en la pantalla del televisor panorámico que el décimo era real, el número y el año de sorteo coincidía con el de ese día, enmudecimos y quedamos perplejos preguntándonos cómo lo habría conseguido. Aquella misma tarde corrimos todos a visitarla a su caseta hogar, la puerta estaba entreabierta y el que iba en cabeza la empujó ligeramente llamándola por su nombre, lo que vimos fue horroroso, Amandina tirada en su cama llena de sangre y fría, muy fría, la habían asesinado.

Corrimos al café para llamar por teléfono a la policía, el resto os lo podéis imaginar, las primera sospechas sobre nosotros, prestando declaración, los forenses llevándose el cuerpo, los de la científica observando porque tomar muestras más bien pocas, con una indigente con caseta no iban a malgastar material. Cuando me tocó a mí contar lo ocurrido le di una pista al policía, soy fan de las novelas policiacas y tras contarle lo sucedido le expliqué que Amandina había aparecido en la televisión con el décimo premiado, que se veía muy claro cual era y por tanto podrían comprobar quien lo cobraba y dar con el asesino, el agente muy amable me guiñó un ojo por lo acertado de la observación. Unos días más tarde arrestaron a quien la mató, la había seguido y pensando que era presa fácil al resistirse acabó con su vida. Mediante la asistente social exigimos que el dinero de la lotería se gastara en un funeral y entierro digno para Amandina, se lo merecía y si sobraba algo que fuera para la cocina económica donde más de uno habíamos recalado en alguna ocasión.

Estuvimos cabizbajos el tiempo transcurrido hasta el siguiente sorteo, un suceso tan horroroso nos había afectado mucho no olvidándose tan fácilmente y cuando llegó el 22 de diciembre nos reunimos como cada año en el café de Gordi, deseando que esta vez nuestros décimos y participaciones fueran los premiados. Escuchábamos atentos el televisor, una pareja de niños cantó el tercer premio repartido en una administración de la ciudad, Gordi había hecho un listado con todas, gritó bien fuerte ¡la cuatro, enfrente del parque central! Y para allá fuimos todos, una veintena, ondeando en nuestra mano un décimo de lotería (no premiado por supuesto) en homenaje a Amandina y gritamos efusivamente ¡Me ha tocado la lotería, me ha tocado la lotería!

 

 

 

 

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