Me ha tocado la lotería - Cristina Muñiz Martín


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Me ha tocado la lotería y me he tenido que enfrentar a varios problemas. En un principio pensé en comprar un piso amplio y luminoso en primera línea de playa, el sueño de toda mi vida. Pero mis hijos no estuvieron de acuerdo. Cómo iba su madre a comprarse un superpiso pasando ellos estrecheces. Me sentí culpable. Si aún viviera mi marido sería distinto porque el lo compraría y tan pancho, nadie le diría nada, porque en casa siempre ha sido “papá es así”. Y a papá se le perdonaba y se le consentía todo. Pero a mí no. Yo tengo que ser la mamá perfecta, la que siempre está ahí, la que nunca dice nada porque las verdades molestan. Y claro, mamá no va a hacer eso porque sería una mala mamá. Además, me preguntaron, para qué quieres un piso grande para ti sola. Les contesté que igual no iba a estar siempre sola y menuda montaron. Si solo hace dos años que se fue papá y ya estás pensando en otro. Me costó convencerlos que lo dije por decir, que no tengo pareja ni estoy pensando en tenerla, bastante tuve con aguantar al cargante y egoísta de su padre. Bueno, esto último no lo dije, me lo guardé para mí. Son tres víboras mis hijos. Los quiero pero no por ello dejo de reconocerlo. Me sentí tan presionada que no compré el piso. Les di a cada uno la misma cantidad de dinero, con la que quedaron contentos, porque como los conozco bien fui precavida y les mentí sobre la cuantía del premio. Y me mudé a un bonito piso de alquiler tras vender mi antigua casa y entregarles a ellos todo el dinero de la venta. Al fin y al cabo tenían razón, para qué quería un piso grande en propiedad a mis años. En alquiler estoy mucho mejor, sin obligaciones de derramas ni comunidad ni nada de eso. Y así cuando me muera no se despellejarán entre ellos. Lo que no saben es que no paro de viajar porque entre que viven lejos y que nunca tienen tiempo para venir a verme no se enteran. Ahora estoy dando una vuelta por la Costa Azul. Esto es un sueño. Hoteles de lujo, restaurantes afamados, sol, playa… Nunca en la vida había imaginado que se pudiera vivir de esta manera, y mucho menos yo. El único problema eran las vídeo llamadas, algo que me solucionó un chico muy majo. Se llama Gael, no sé si de verdad o es un alias para el trabajo. Lo suelo llamar una vez al mes y es un encanto, aunque un poco caro. El primer día me dio un poco de apuro, aunque su profesionalidad hizo que todo fluyera con naturalidad y quedé más que satisfecha. Me lo recomendó una amiga nueva y adinerada que conocí en un viaje a Canadá. Ella también estaba harta de su marido y no quiere oír hablar de un nuevo hombre a su lado. Si me lo dicen hace años no lo creería, es más, negaría horrorizada que yo un día fuera a solicitara ciertos servicios de un joven guapo, elegante, simpático y algunas cosas más, entre ellas ingeniero informático, aunque lo de trabajar a horario y sueldo fijo no va con él. En fin, que Gael me lo arregló para que cuando mis hijos me hacen una vídeo llamada, esté yo donde esté, siempre aparezca de fondo alguna parte de mi casa. Así que me llaman, creen que estoy en casa y quedan tranquilos. No sé cuánto tiempo me quedará para disfrutar de esta, para mí, nueva vida, pero pienso aprovecharlo a tope. Luego, cuando llegue el momento de parar, ya tengo elegida una residencia preciosa, con habitaciones bien decoradas y unos jardines maravillosos. Entonces mis hijos se preguntarán de dónde saqué tanto dinero, pero llegados a ese punto será fácil disimular una pérdida de memoria. Y si la memoria me fallase de verdad para eso están los papeles que firmé ante notario y la abultada cantidad que tengo depositada en el banco. Nunca en la vida he sido tan feliz como ahora. Soy viuda, rica y liberada de obligaciones familiares. ¿Qué más se puede pedir?



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