Con la neogeneración de SuperbotsXPRO todo funciona de modo exacto.
Cada tarea está cronológicamente medida y adaptada a las funciones de cada individuo.
Ya nadie protesta ni estira su media hora de descanso.
La lluvia llega en tiempo y lugar, a cada rincón del planeta donde es necesaria. Los alimentos son cosechados, facturados, seleccionados y repartidos entre las colonias de humanos que aún permanecen en las zonas rojas de vigilancia.
Los más mayores se quedan en la retaguardia, bien dentro de sus habitáculos o en salas comunes para tareas de segunda clase, de menos esfuerzo. Ellos aún conservan recuerdos de otros tiempos; a través del boca a boca han llegado hasta este periodo incierto detalladas descripciones de relojes, calculadoras, sonajeros o lapiceros. Pero nadie ha visto ni uno de esos aparatos. Y, menos aún, saben cómo usarlos.
Todas las costumbres de aquel tiempo quedaron enterradas entre los millones de terabytes compilados en los mega-archivos subterráneos, tras el suicidio del último de la estirpe de los guardianes de contraseñas.
Su negativa a la implantación de megachips de memoria dentro de su organismo fue un acto de valentía. Además de las contraseñas, guardaba su parte de fe en la humanidad.
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