El silencio habla - Marian Muñoz

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-Te has quedado muy callado ¿no te ha gustado?

-Siempre que lo hacemos terminamos riendo, cantando hasta bufamos al no encontrar palabras para expresarnos, tu silencio me preocupa.

¡Qué tonta fui, como no me di cuenta que aquella intensidad auguraba un adiós! otro más que me deja a pesar de pasárnoslo bien ¿tendré que acostumbrarme a vivir sola? Cambio de vivienda, de localidad, de provincia y a pesar de ello en todas partes ocurre lo mismo, justo en el momento en que pienso que es el definitivo ¡zas! Se esfuma de mi vida sin una razón aparente, no me cuenta cual es el problema, ni siquiera dice aquello de “no eres tú soy yo”. ¡Malditos sean los hombres! evidentemente tengo que plantear mi vida de otra manera, con otro tipo de compañía, no sé, pero éste va a ser el último en mucho tiempo, ya me harté.

Ante una palabra ya sea dicha alta o baja, con ira o dulzura puedes responder, pero a un silencio hay que escucharle bien al tener muchos significados y no siempre los sentidos están suficientemente en alerta para poder entenderlos.

Lorena comenzó a buscar el silencio, dedicó horas y horas a interpretar miradas, movimientos de rostro apenas perceptibles, posturas, vestuario, todo aquello que indicara un camino a tomar para resolver la problemática de quien tenía delante. Las médiums y pitonisas son grandes lectoras y si además les funciona la intuición eso ayuda mucho a hilar fino sobre lo que preocupa o aterra al cliente. Trabajar en una biblioteca facilitaba su tarea, allí debía imperar el silencio aunque nunca era total, siempre había siseo de hojas al pasar páginas de un libro, de un cuaderno, toses o tropezones de patas con las viejas baldosas al levantarse de la silla o sentarse. Pero a pesar del ruido ambiental escuchaba perfectamente a cada uno de los usuarios que allí transitaban. Entendía sus cuitas sin siquiera hablar con ellos eso le hacía tener a mano aquel libro que más necesitaban o el que andaban buscando sin siquiera saberlo. Tantos años en aquel trabajo le hizo darse cuenta que a aquella mujer de mediana edad la estaban maltratando, tapaba todo su cuerpo y cuando parecía que un trocito de su piel estaba a punto de asomar, lo escondía. Comenzó buscando libros de geografía, luego policiacos y ahora estaba con los de plantas. La intuición le decía que aquello no iba a terminar bien para alguien y deseaba que no fuera para ella porque le caía bien. A pesar de toda su vestimenta siempre iba impecable, colores oscuros pero bien combinados, moño bajo y zapatos de colegial, cómodos y brillantes. Sentía la necesidad de ayudarla pero sin que se enterara al no querer inmiscuirse en su vida por si acaso se equivocaba.

Al devolverle el último libro de plantas le sugirió otro que tenía en el mostrador, los especímenes que en él aparecían eran más difíciles de seguir el rastro en caso de ingesta accidental. No mostró signo alguno de sorpresa o agradecimiento, simplemente lo tomó y se sentó donde siempre, la tercera mesa del primer pasillo, donde había más claridad al estar cerca de un gran ventanal. Los días pasaban y la mujer seguía leyendo con interés, se congratuló de haber acertado.

Una tarde al salir del trabajo la encontró en la parada del bus, se saludaron e intercambiaron frases de cortesía sobre el tiempo, nada especial, pero entre ellas fluyó una corriente de simpatía. A pesar de haber grandes silencios en su conversación no parecían darle importancia y tras un largo recorrido a sus casas quedaron para verse y tomar un café. Se había autoimpuesto no relacionarse con quien acudía a la biblioteca, pero aquella mujer parecía especial, sentía curiosidad a la par que compasión y decidió ayudarla. Los día se sucedieron como antes del encuentro y empezó a exasperarse ya que ardía en deseos de pasar a la acción, el sólo pensar en las palizas o abusos que podían estar infligiendo a la mujer la reconcomía por dentro, muy a su pesar aguardó a que fuese la otra quien diera el siguiente paso.

Dos meses más tarde tomaron aquel café pendiente, una tarde lluviosa se adentraron en un bar justo cuando estaban cerrando y como la otra vivía cerca subieron a su casa. La charla fue amena, no había vestigio de otra persona viviendo con ella más parecía un piso de alquiler escasamente amueblado. Detrás del café le ofreció un licor de hierbas que había confeccionado con una receta ancestral de su familia. Olía de maravilla y su sabor dulzón encubría algo amargo que no conseguía adivinar. Debía llevar alcohol de bastante graduación porque al poco de dar un trago comenzó a marearse, se tumbó en el sofá y despertó sobre la mesa de un quirófano, asustada cayó al suelo, con dificultad pudo ver en otra mesa a una mujer muy parecida a ella, tenía que ser el efecto del licor a saber que hierbas habría metido. ¡El libro! Intentó salir de allí corriendo pero sus piernas no respondían, alguien la cogió en sus brazos y la depositó suavemente de nuevo en la mesa de quirófano, no se enteró cuando su corazón comenzó a latir en el cuerpo de otra persona, una hermana gemela robada al nacer por la mujer de la biblioteca, padecía problemas cardiacos y necesitaba un trasplante que no llegaba, la manera más directa buscar a la hermana sana y robarle su órgano.

En su cabeza se instaló el silencio y su cuerpo por fin se relajó, las pistas que leyó no fueron fiables.



 

 

 

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