Mientras la ciudad ardía bajo el sol de un verano que parecía más caluroso que nunca, julio se iba despidiendo entre memes.
Clara seguía atrapada en su cubículo gris. El aire acondicionado zumbaba como un insecto cansado, y las carpetas apiladas llenas de datos por compilar en el programa informático parecían multiplicarse por arte de magia.
—Hoy tampoco saldremos al café, ¿verdad? —murmuró la silla giratoria, con un crujido resignado.
Las lumbares estaban para un par de sesiones de fisio. Pero había lista de espera.
—No, Sandy. Hoy tampoco, lo siento. Tengo mucho trabajo pendiente —respondió Clara, sin inmutarse. Llevaban semanas conversando. Y ya había bautizado a todos sus compañeros, que tenían más alma que algunos de los humanos que aún deambulaban por los pasillos.
—Pues vaya —refunfuñó Coco, el perchero. —Yo que tenía una charla pendiente con la máquina de la tercera planta…
Las carpetas, entre arrugadas y celosonas, comenzaron a susurrar maldades entre ellas. Lidia, la azul, la más antigua, se quejaba de que nadie la abría desde 2019. Tina, la roja, siempre dramática, decía que si no la revisaban pronto, se desintegraría por dignidad. Vera, la verde aún mantenía la esperanza intacta. Ella era la favorita. O eso se creía. Daisy, la amarilla, más jovenzuela y picarona se mofaba de ella a sus espaldas.
—Sí, si…—respondió Lidia— Tú lo que quieres es ensayar un dúo con la canción de Miguel Bosé de fondo y tomarte un café gratis, que ya nos conocemos desde hace unos añitos. Esa Morenamía no es para ti, muchachote.
Coco le echó una mirada despectiva y se quedó en su sitio, tieso, aguantando el tirón.
Clara sonrió. Desde que el calor empezó la lógica se había derretido por las esquinas, y la oficina se había vuelto más llevadera.
Lolo, el archivador le contaba chismes del departamento de personal, y Asun, la impresora, aunque gruñona, le recitaba poemas de Gloria Fuertes cuando se atascaba.
En los descansillos de las escaleras, algunos escalones juguetones habían dejado mensajes de ánimo, cancioncillas y algún título de novela que olía a verano para los que aún no habían disfrutado de sus ansiadas vacaciones.
"Afuera, bajo el asfalto, está la playa&"
"Resistid. Ya queda menos."
"Las bicicletas son para el verano"
‘Vaya, vaya, aquí si hay playa…’
"En agosto nos vemos"
‘Cuando vayas a la playa no te olvides la toalla, uoh, sha la la, ye, ye ye ye…’
"El sueño de una noche de verano"
‘El chiringuito, el chiringuito…’
"Aquel último verano"
‘Será maravilloso viajar hasta Mallorca…’
"No hay verano sin ti"
Y mientras, el verano seguía ardiente, tanto de noticias de relleno como de temperaturas que batían récords de audiencia.
Dentro de la oficina, Clara vivía en su pequeño reino encantado, atenta a llamadas de teléfono, hastiada de ciudadanos intensos, prejubiladas histéricas y jubilados aún de buen ver, de visita, contando sus batallitas laborales.
— ¿Y si fingimos una reunión en la azotea? —sugirió Cuca, la grapadora, harta de su encierro en el cajón.
Clara se levantó de manera disimulada, como quien va al baño, cogió libreta y boli y dijo:
—Vale. Que alguien vaya subiendo y abra la puerta. Y que nos espere con unos cafés granizados y cotilleos varios.
Las carpetas aplaudieron a todo color. Coco se unió a la fiesta con todos sus brazos, olvidando la ofensa previa.
—Y ya mañana compro una sombrilla en los chinos, que no me quiero quemar más de la cuenta.–añadió Clara cerrando la sesión a Thor, su ordenador de sobremesa; que también estaba bastante calentito con tanto dato de último minuto.

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