Al nuevo inquilino de la puerta de enfrente le encuentro algo sospechoso. O seré yo y mi manía de examinar hasta el mínimo detalle los zapatos de todo con el que me cruzo. Hace dos meses que vive aquí y aún no se ha cambiado el calzado. Lleva unas zapatillas de corredor, de color fosforito, la mar de llamativas. Me gustan. A él, desde luego, también. Lo que no le gusta tanto son las notas de desahucio que salen de su buzón y aparecen como confeti en el descansillo entre los felpudos. Será por eso que no se las quita.
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