Mientras esperaba que apareciera la maleta en la cinta transportadora del aeropuerto consulté el móvil pudiendo ver una llamada perdida de número desconocido. No le di importancia, seguramente alguien se habría equivocado. Al salir al exterior del recinto para coger un taxi sonó el teléfono, el mismo número desconocido volvía a llamar, respondí y mejor no haberlo hecho porque un agente de la policía judicial quería hablar conmigo sobre la aparición de un cuadro.
Volvía cansada después de haber pasado cinco días peritando obras de arte en un palacete de Lugano, siempre recelo cuando alguien del extranjero decide asegurar sus bienes en nuestra empresa, me induce a creer que piensan que nos pueden engañar fácilmente, sea como fuere, mi labor es tasar correctamente los bienes asegurados, sobre todo arte, y el informe que iba a confeccionar tras mi visita iba a dar mucho que hablar en la empresa.
A pesar del cansancio acumulado y las ganas de redactar el informe para tomarme unos días de descanso no fue disculpa para el policía que insistió en verme esa misma tarde, mejor en su oficina donde debía prestar declaración sobre el hallazgo de un cuadro. Me presenté puntual como es mi costumbre, tras saludos y presentaciones me enseñó una fotografía, “del cuadro” que tuvo mucho que ver en que ejerciera mi actual trabajo. Mi rostro denotó cierto desasosiego que pretendí disimular preguntando donde lo habían encontrado y cuál era el motivo de la investigación. Haberlo hallado en la caja fuerte de una antigua galería de arte, supuestamente abandonado, inducía a sospechar que había sido robado o sustraído y por tanto escondido en dicha ubicación. Recurrían a mí como directora de la galería en sus inicios, puesto que los posteriores encargados nunca lo habían visto ni eran conocedores de su existencia.
Al no entender porque no pedían explicaciones a su propietario, la respuesta me entristeció, debido a un accidente de coche llevaba en coma tres meses y su mujer al necesitar liquidez había vendido la galería de arte. Los nuevos propietarios al hacer reformas se toparon con una caja fuerte bien escondida y en su interior apareció un único cuadro, suponiendo que el mismo sería de gran valor avisaron a la Policía Judicial por delitos contra el patrimonio.
Viendo que no tenía escapatoria y que las sospechas podían ser de carácter doloso, me avine a contar todo lo que sabía no sin antes pedir que todas las personas involucradas en la investigación estuvieran presentes en mi declaración porque no quería que posteriormente mis palabras fuesen trastocadas o tomadas por un sentido distinto al dado por mí.
Era el mes de diciembre, antes de las fiestas navideñas cuando vi en el periódico la oferta de trabajo en una galería de arte, tenía experiencia de veranos anteriores en que había estado de prácticas en una. Sólo me faltaban por sacar dos asignaturas de la carrera que seguramente haría en enero, así que mandé mi curriculum y me presenté a la entrevista. No mentí en ningún momento y para cuando me llamaron en marzo ya estaba en posesión del título que me permitía ejercer el cargo de directora. Raúl Armengol era por aquel entonces un personaje en el mundillo del arte, su trabajo en el museo y las frecuentes exposiciones que organizaba le daban cierta notoriedad. Era un apasionado y decidió abrir una galería para dar opción a tantos artistas sin mecenas que tenían dificultad para exponer sus obras. El local era bastante amplio, pero como inicio sólo utilizamos un tercio del mismo hasta ver si lográbamos el éxito soñado. La galería de arte Armengol tomó impulso e hizo de trampolín a muchos desconocidos, el equipo lo formábamos tan sólo cuatro personas, Raúl, mi ayudante Fernando Helguera amigo y compañero de carrera, Araceli Santos la limpiadora, una buena profesional que empleaba productos respetuosos con las obras de arte utilizando sistemas inocuos de aireación, y yo.
Durante dos años de éxito aguantamos con aquel espacio reducido, pero hubo un momento en que fue conveniente ampliar y adaptamos toda la planta baja y la entreplanta para exponer con mayor amplitud y lucir mejor las obras que exponíamos. En la época de la reforma Raúl y yo nos relacionábamos tanto y al ver que nos compenetrábamos en el proyecto iniciamos una relación sentimental que duró cinco años. Durante ese tiempo la galería siguió cosechando éxitos, un ochenta por ciento de las obras expuestas se vendían, la idea era que las familias de clase media tuvieran en su hogar una obra de arte original, por ello los precios debían ser asequibles, esa era una de las premisas. En aquel tiempo solíamos hacer una vez al año una exposición gratuita de artistas noveles, durante dos o tres semanas exponíamos una única obra de autores desconocidos al gran público, a los visitantes se les facilitaba una hoja donde exponían cual era su obra favorita y cuál era el precio que pretendían pagar por ella, siempre que no fuera por debajo de cien euros. Durante dos días llegaban las obras perfectamente embaladas para que nadie pudiera verlas antes de su muestra. Debían estar sin firmar y detrás de las mismas o en un lateral un sobre cerrado con los datos de su autor y un número de teléfono para contactar, a la venta pasaría el artista para firmarlo delante del comprador. Aquel año tuvimos treinta y cinco cuadros y dos estatuas, todo un éxito.
Mientras Fernando embalaba y repartía las obras de la última exposición, fui abriendo y registrando en la base de datos una por una las recién llegadas. Cuando descubrí la última, justo la que acaban de encontrar, no tenía sobre ni ninguna referencia de su autoría. Pensando que quizás al abrir el embalaje podía haber caído o volado rebusqué por todas partes y no encontré nada, aún así la registré como anónimo y le di un número igual que a todas. En ese instante llegó Raúl que fue primero a echar un ojo a las que ya estaban colgadas y al acercarse le mostré el cuadro comentándole que venía sin datos de su autor. Al verla se quedó fijamente mirándola y poco a poco fue poniéndose cada vez más pálido, era como si hubiera visto un fantasma, lo posé sobre el mostrador y me acerqué a él porque temía se fuera a desmayar. Enseguida recuperó el color y cogiendo el cuadro se lo llevó diciendo que él iba a encontrar a su dueño.
Estuvimos durante dos días preparando la exposición y en uno de los descansos me mostró en el móvil como había colgado una foto del cuadro en la que se veía exclusivamente un tercio de la parte superior y gratificaba a quien pudiera darle información sobre su autoría, la recompensa eran doscientos cincuenta euros. El revuelo mediático fue colosal, circulaba por todas las redes sociales y también por la televisión debido a la gran repercusión de la noticia. Por aquellos días si bien seguíamos saliendo juntos él demostraba un gran nerviosismo, continuamente le llegaban al móvil mensajes de personas que decían ser los autores y al ser preguntados por el resto de la imagen desconocían como era. Empecé a sospechar que estaba obsesionado por el tema, para mí no tenía mayor relevancia, ni siquiera era digno de atención, pero algo especial debía poseer para Raúl. El cuadro no se colgó en la galería, la exposición tuvo éxito como siempre todas las obras se vendieron y nadie preguntó por el dichoso cuadro.
Estábamos preparando ya la siguiente exposición cuando llegó Raúl con “el cuadro”, no había logrado contactar con su autor y decidió que lo mejor era dejarlo en la caja fuerte que habíamos instalado para guardar por las noches artículos valiosos que tuviéramos expuestos. Parecía que la obsesión se había apaciguado así que le pregunté el motivo por el que era tan importante para él y me contó una historia.
De niño había vivido una situación muy triste, su padre trabajaba en una plataforma petrolífera en el mar del norte estando bastante ausente de su vida. Un buen día su madre le anuncia que había muerto y ya no volvería a verlo. No hubo funeral ni entierro, pero ella se volvió una persona triste y taciturna, tenía ocho años y dos semanas antes de terminar el colegio marcharon al pueblo a casa de un tío. Ninguno de los adultos le hacía mucho caso y los chavales del lugar aún estaban en clase, por lo que pasaba las mañanas sólo y dando vueltas por el lugar mirándolo todo y observando. Tenía prohibido ir más allá de la torre del reloj, pero un día sin darse cuenta continuó camino llegando a una tapia blanca muy alta y larga.
Parecía que su paseo se cortaba allí y no comprendía el porqué de la restricción, hasta que se percató de un hombre pintando delante del muro, su cuerpo parecía cansado y su rostro estaba tapado por un gran foulard al cuello y un sombrero de paja con ala ancha, delante tenía un caballete en el que con pinceladas representaba un mar visto desde un acantilado. El hombre miraba al muro antes de cada pincelada, aquel gesto le intrigó porque la pared era blanca y no se veía nada a través de ella. Al preguntarle respondió que el muro no le impedía ver lo que había detrás.
No le dio más importancia y cuando las clases terminaron comenzó a divertirse con otros niños, cuanto mejor se lo pasaba peor se encontraba su madre. Un día regresó para ver el muro con sus nuevos amigos, y en el mismo lugar seguía el artista, todos observaron con detenimiento su obra, siendo Raúl el único en alabarla, suponiendo que ese fue el motivo para que al día siguiente encontrara el cuadro a la puerta de casa. Eufórico lo cogió, era muy bonito, colocándolo delante de la chimenea del salón pero al verlo su madre se puso histérica y con un cuchillo empezó a rasgarlo destruyéndolo. Se enfadó mucho y a partir de ese día no volvió a hablar con ella, la rehuía, continuando así hasta que apareció nuevamente el cuadro años más tarde. Era el mismo cuadro, idéntico, este que están viendo, le hizo una foto y acercándose a casa de su madre preguntó por el significado del mismo.
Se llevó una sorpresa al explicarle que su padre no había fallecido, sino que era su autor y su desaparición se debió a un grave accidente en la plataforma, había quedado horriblemente desfigurado, escondiéndose en el mismo pueblo donde se habían conocido, el de su tío donde ella veraneaba de joven. Dándose cuenta que aquel pintor era su padre se volvió loco buscándolo, ofreció una recompensa e incluso acudió a un detective privado por ver si podía localizarlo, cosa que hizo, pero por desgracia esta vez sí estaba muerto, el envío fue su última voluntad realizada por su médico. Pasó noche tras noche sin pegar ojo, digamos que empezó a perder el norte y nuestra relación se deterioró tanto que lo dejamos.
Pude comprobar por los periódicos que se había recuperado y continuó con la galería y sus negocios, supongo que comprendió que su padre si bien le quería intentó ahorrarle un desagradable trauma, no obstante, le había dejado un legado inquietante.
Su progenitor no sólo era buen pintor, sino que había perfeccionado una técnica increíblemente desconcertante. Están viendo el cuadro en esta postura y todos los elementos del mismo tienen sentido, la playa, las olas, los niños jugando, el cielo, pero si lo ponen cabeza abajo, siguen observando el mismo paisaje y a los mismos personajes, como si no lo hubiéramos movido. En todos mis años de profesión no he conocido a ningún artista que alcanzara dicha técnica llamada Hiperrealismo Divergente.
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