Cuando fue a pagar comprobó, horrorizado, que no llevaba la cartera.
Se sintió abochornado sin saber qué hacer. Hacia tan solo una
semana que su mujer y él se habían instalado en la ciudad y no
conocían a nadie. Fue al baño para llamarla. No contestó. Le mandó
un wasap para que se pusiera en contacto con él urgentemente. Pidió
otro café para hacer tiempo. Ya iba por el sexto cuando lo llamó su
mujer. Aún le quedaban cuatro horas para acabar su turno, así que
tendría que esperar. Fabian, acobardado y avergonzado a partes
iguales, siguió pidiendo cafés ante la extrañeza de los camareros.
El tiempo fue pasando, la factura aumentando y la cafeína subiendo
en picado. Cuando iba por el catorceavo café, Fabian ya tenía que
hacer uso de las dos manos para poder llevar la taza a los labios. Al
llegar al veintidós, el temblor incontrolable que sacudía su cuerpo
hizo alarmarse al dueño de la sidrería que llamó a una ambulancia.
Entró por urgencias. ¿Coma etílico?, preguntó una voz. No, más
bien cafeínico, respondió una segunda voz. Tuvieron que inyectarle
tres sedantes para lograr calmarlo. Cuando despertó, al cabo de
dieciocho horas, su primer pensamiento fue pasar por la sidrería a
pagar su deuda. Lo había pasado mal, pero al menos nadie se había
enterado que no llevaba dinero. Esa misma tarde se personó en el
establecimiento. El dueño y los camareros lo reconocieron al
instante. Fabian dijo que quería saldar su cuenta. El dueño dijo
que no, faltaría más, estaba invitado. A Fabian no le pareció
justo haber consumido tanto sin pagar por ello. Además, les había
ocasionado muchos trastornos. Nada, hombre, no se preocupe, dijo el
dueño de la sidrería. Lo importante es que esté bien. Mire, le
invito a tomar algo. Fabian, aunque estaba deseando salir de allí
corriendo creyó que sería una descortesía rechazar la invitación.
Pero como la experiencia del café le había salido mal pidió una
botella de sidra. Tras esa pidió otra con la intención de consumir
algo más en el establecimiento. Cuando la terminó, como le seguía
pareciendo poco, pidió otra. Y luego otra y otra y otra, para
corresponder, de alguna manera, a esa persona que tan bien lo había
tratado. Acabó perdiendo el control. El dueño de la sidrería tuvo
que volver a llamar a la ambulancia. ¿Otra vez coma cafeínico?,
preguntó una voz. No, esta vez es etílico, respondió una segunda
voz. Dos días después, Fabian se personó de nuevo en el bar.
Quería pagar su cuenta. El dueño le dijo que estaba invitado y,
aunque no con palabras, su actitud indicaba claramente que deseaba
perder de vista a ese hombre que no le causaba más que problemas.
Sin embargo, Fabian, no se dio cuenta. Él solo quería pagar. Saldar
su deuda. El dueño, insistía una y otra vez en que no se
preocupara, que no debía nada. Fabian pensó entonces en que debía
hacer un buen gasto en la sidrería, recompensar a ese hombre tan
amable. Decidió quedar a comer. Pidió la carta. Miró los precios.
Eligió los más caros. Almejas a la marinera, rollo de bonito,
chuletas de cordero y tarta de chocolate. Para beber agua. Al
terminar el banquete hizo mentalmente las cuentas. Le pareció poco.
Volvió a pedir una ración de percebes, un lenguado relleno de
marisco, un chuletón a la planta y dos raciones de tarta de fresa.
Para beber agua. Volvió a sumar. Todavía no era bastante. La carta
se fue agotando a medida que su estómago se iba llenando. La comida
parecía querer escapar por todos los orificios de su cuerpo pero,
aunque fue al baño varias veces, no consiguió liberarse. La tensión
hizo una escalada galopante y las tripas comenzaron a retorcerse en
un baile diabólico. Se cogió la barriga con ambas manos, gimiendo,
mientras la cabeza danzaba como un tiovivo acelerado. Cayó redondo
al suelo. Una ambulancia lo llevó al hospital. ¿Cafeínico o
etílico esta vez?, preguntó una voz. Más bien empacho, contestó
una segunda voz. Cinco días más tarde el dueño de la sidrería
recibía un cheque por valor de trescientos euros después de que
Fabian se prometiera a sí mismo no volver a poner nunca jamás los
pies en aquel maldito lugar. Bien caro le había salido un café.
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