La prematura muerte de Mari Paula - Gloria Losada

                                       Resultado de imagen de poste de la luz con esquela



Mari Paula murió hace unos seis meses. Me enteré porque vi la esquela pegada a un poste de la luz según salía una mañana de mi portal y después leí la noticia en la prensa. Seguramente no está bien lo que voy a decir, pero sinceramente me importó una mierda que se hubiera muerto. Era más mala que un dolor. Joven sí, acababa de cumplir los treinta, pero más mala no la podía haber en este mundo.

La conocí cuando se vino a vivir a mi edificio, al apartamento encima del mío, hace unos cinco años. Yo también acababa de mudarme y estaba feliz porque por fin había conseguido encontrar un trabajo como traductora en una editorial, lo cual me había permitido independizarme. No llevaba yo más de dos semanas en mi nuevo hogar cuando apareció ella revolucionándolo todo cual caballo desbocado. He de decir que el edificio en el que vivíamos era antiguo, pero bien cuidado, con una única puerta por rellano. Así pues éramos muy pocos vecinos, la mayoría gente ya entrada en años, de vida tranquila y sosegada, que era lo que yo buscaba, puesto que la mayor parte de mi trabajo la realizaba en casa. Por eso no solo yo, sino todos los habitantes del señorial edificio, comenzamos a sufrir con la mudanza de aquella idiota. El trasiego fue monumental durante cinco o seis días, gente subiendo y bajando, hablando a gritos, riendo a carcajadas, muebles arrastrándose por el piso… en fin, que nadie dijo nada porque como era una mudanza… aguantamos estoicamente.

Pero cuando todo parecía volver a su cauce comenzó el sonido de la flauta, todo el puto día, flauta va, flauta viene y si encima de ella salieran notas musicales…, pero salían ruidos extraños nada más, una y otra vez. A mí me producía desconcentración, así que opté por trabajar de noche y dormir más por la mañana, pero no fue buena solución porque me despertaba la maldita flauta y andaba el resto de la jornada atontada como un zombi. No me quedó más remedio que ir a llamarle la atención. Confieso que lo hice de malos modos. Suelo ser muy pacífica, pero como me toquen las narices no tengo medida y ella me las llevaba tocando ya una temporada. En cuanto me abrió la puerta de su piso no la dejé ni hablar, ni siquiera la saludé. Le solté un discurso sobre el respeto, sobre cómo se debe vivir en sociedad y no sé cuántas cosas más y rematé diciendo que o dejaba de tocar la flauta a todas horas o la denunciaba. Cerró la puerta en mis narices sin contestarme. La denuncié. Vino la policía local, midieron los decibelios y se acabó la flauta, lo que no acabó fue la tortura.

Un día se presentó en mi piso diciendo que los humos procedentes de mi horno habían llegado hasta su cocina y apestaba a fritanga.

Va a ser que no, porque no he usado el horno –le contesté.

Estudié arquitectura. Sé que has usado el horno y que los conductos de humos de este piso están tan mal que desembocan en mi cocina. O lo reparas o yo misma me encargaré de tirar tu puto horno a la basura.

Me dejó flipando. La noté tan amenazante que al día siguiente llamé a un albañil que me revisó el piso y me dijo que todo estaba en perfecto estado. Traté de no hacerle caso, pero el acoso y derribo no paró. Un día comenzó un extraño trasiego de gente a su piso. Tanto de día como de noche recibía visitas a “tutiplé”. Una de esas noches llamaron a mi casa a las tantas pensando que era la suya. Me metieron un susto de muerte.

Una mañana salió un tío con muy mala pinta de su casa con tanta prisa que al bajar las escaleras chocó con la señora Enriqueta, que en ese momento subía, y la tiró al suelo. Ni se paró a socorrerla, eso que es una mujer ya mayor. Afortunadamente todo quedó en un susto. Cuando Manuel, el hijo de Enriqueta, se presentó ante Mari Paula para protestar ante tal desfachatez ella le contestó que si aquel mamarracho había tirado a la señora por las escaleras que le fuera reclamar a él, que no era su problema. Ante la insistencia de Manuel, ella le cerró la puerta en su cara, tal como había hecho conmigo, y le dijo que se comprara un ornitorrinco y le diera la lata a él. A tomar por saco.

También tenía un gato que dejaba todas las mañanas pulular por la escalera mientras ella se iba sabe Dios a dónde. El gato estaba loco. Parecía que le estuvieran dando ataques epilépticos. Recorría las escaleras a una velocidad de vértigo, maullando como un poseso y de vez en cuando se paraba a hacer sus necesidades en los felpudos, tal parecía que estuviera adiestrado para ello.

Así las cosas llegó un punto en que ya no sabíamos qué hacer. Mari Paula era la reina del mambo. Daba igual lo que le dijéramos, lo que hiciéramos o lo que intentáramos razonar con ella. Todo era inútil. Pensando en encontrar solución a todo aquel tinglado se me ocurrió contactar con Pedro Villares. Pedro era un antiguo rollo mío, una tremenda equivocación que duró dos fines de semana, pero eso no viene al caso. Conservábamos cierta amistad… bueno tampoco era amistad, en realidad yo lo llamaba cuando me hacía falta, que tampoco era demasiado. Pedro trabajaba en un juzgado, así que se me ocurrió que igual sabía algo de la Mari Paula, a la que por cierto todos conocíamos por Diana. Claro, cuando le hablé de Diana… ni idea, pero me dijo que podía acercarse hasta mi casa, ver a la chavala aunque fuera de lejos y así a lo mejor…. Bueno, intuí que lo que quería era echar un polvete, pero como yo lo sabía mantener a raya, accedí.

La tarde en cuestión nos llenamos de paciencia y nos sentamos en un banco del parque con la vista puesta en el portal de mi casa. Al cabo de dos horas de soberano aburrimiento salpicadas por la conversación insulsa de Pedro, que tenía por objetivo llevarme a la cama, apareció la susodicha saliendo del edificio.

¡Esa es! – exclamé yo pegando un brinco.

¡Hostia! ¡La Mari Paula! – exclamó Pedrito abriendo la boca mucho como un tonto.

Qué Mari Paula ni qué cojones. Se llama Diana.

Ah, esta vez es Diana, Ya fue Topacio, Selene, Ronda y no sé cuántos nombres más. Tened mucho cuidado con ella, es una delincuente con mayúsculas, especializada en realizar fechoría tras fechoría y librarse de pagar por ello, nadie sabe cómo. Lo último que tuvimos en el juzgado sobre ella era por un tema de contrabando.

¿De qué? ¿De tabaco?

¿De tabaco? Jajaja, drogas, armas… Pasar cocaína en el coño está a la orden del día para ella. Y alguna muerte tiene a sus espaldas. Yo de ti me mudaba. Bueno y ahora ¿echamos ese polvo?

No, no lo echamos. Y a la semana siguiente yo me había mudado de piso. Durante un tiempo no supe nada de ella, hasta que me enteré de su muerte. Encontraron el cadáver en el piso con evidentes signos de violencia. Fue todo lo que supe… hasta esta tarde, en que por la calle, de casualidad me encontré con la señora Enriqueta. Nos saludamos y charlamos un rato. Inevitablemente la conversación derivó hacia la delincuente.

Fíjese usted – dije yo – han pasado ya seis meses y todavía no han encontrado quién lo hizo.

Ni lo encontrarán –me contestó la mujer– lo planificamos de manera muy puntillosa.

Nos miramos en silencio. Yo apenas podía creer lo que acababa de oír.

Bueno me alegro de verte –dijo despidiéndose– Sigue así, tan guapa como siempre.

Así fue el final de Mari Paula. A manos de mis vecinos asesinos. Le ronca la mandarina.

 

 

 

 

                                                      Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario