Miro hacia atrás y me
pregunto ¿Me habré perdido algo bueno en el mundo? ¿O
verdaderamente todo eso contra lo que mi mente ha luchado duramente
y asiduamente, era pecado? Estos sofocos que me entran por el cuello
hasta la cara, son muy distintos a los que me entraban por mis partes
más bajas a mis treinta años cuando el padre Antonio me pedía que
leyese un salmo. ¡cuantas veces tuve que rezar en penitencia veinte
“padres nuestros” por tener deseos impuros. Señor, ahora estoy
con mis cincuenta años cumplidos, la menopausia y sin haber probado
la carne ni el pescado, que alguna hermana por falta de carne se la
pilló comiendo pescado, más yo fui muy fiel a mis creencias y
moriré virgen. Peco de nuevo, lo digo con tristeza, porque cómo me
hubiera gustado haber cabalgado con el padre, que yo sé, (porque
todo se sabe) que con más de una rezaba el rosario. Señor, líbrame
de tentaciones y quítame los sofocos, los de abajo también, que el
padre Antonio ya no está y el cura que hay ahora es muy mayor.
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