La terronina transhumante - Marian Muñoz



                                           




Por fin había llegado Mayo, tras un invierno agotador de trabajo, nervios y preocupación en nuestra empresa de pértigas, debido a un bajón en la producción por culpa de la dichosa crisis, al fin los pedidos volvían a ser como antes, habíamos conseguido abrir mercado fuera de nuestras fronteras y teníamos muy buenas expectativas para el futuro, así que era hora de tomarnos un descanso, Antón y yo volvimos al pueblo de Villaterrón para las fiestas de S. Isidro.

Mis abuelos encantados de tenerme en casa de nuevo y tengo que decir que la alegría era mutua, los campos todavía verdes nos regalaban mil aromas a nuestro paso y los pájaros eran como niños cantores que no paraban de trinar hasta la noche.

La fiesta era un jolgorio de gente yendo y viniendo por las calles, los balcones lucían alegres banderas y flores de vivos colores, de las casas salían una mezcla de olores a leña, asados de carne, postres dulces y sobre todo a la rica torta de Villaterrón, su sabor no tiene parangón con ningún otro pastel que yo conozca.

Antes de la Misa sacan en procesión al Santo, llevado a hombros por los niños del pueblo, ya que es una talla pequeña hecha ex profeso para que se inicien en las costumbres religiosas de sus mayores, todos van vestidos con sus mejores ropas, y celebran juntos los terroninos a su santo patrón.

Lo más curioso que no recordaba por hacer mucho tiempo que no acudía a dichas celebraciones, era que al día siguiente de la fiesta los pastores llevaban a sus ovejas y cabras hasta los montes de Olivencia para pasar allí el verano, ya que debido al calor que hace en el pueblo la hierba se seca y los animales no tienen qué comer, así que realizan la trashumancia por las cañadas como hicieron sus ancestros.

Mi abuelo aunque ya es mayor para ir caminando siempre les acompaña en coche, para echar una mano por si algún animal se pone enfermo o a los pastores les ocurre algo. Así que me apunté a ir con ellos como si de otra procesión se tratara, pensando que 100 kilómetros andando no era nada, me preparé como para ir a la guerra, metí en una mochila ropa de repuesto por si hacía frío o calor, cosas de aseo y algo de botiquín, y un sombrero de paja para el sol, pues me habían dicho que en esta época del año ya empieza a cocer las cabezas, y quería tenerla bien fresquita para disfrutar de tan particular viaje.

La salida del pueblo fue impactante, más de 500 cabezas de ganado caminando todas juntas a las órdenes de sus amos y los perros que no paraban de brincar de aquí para allá cuidando que ninguna se escapara del grupo, me dieron un cayado para que me resultara más fácil caminar y si fuera necesario lo utilizara con algún animal, la polvareda que se monta, los sonidos que emiten todos (silbidos, balados, ladridos, etc.), y la vista de toda esta organización del hombre con el animal, impresiona; así que estaba encantada por haberme decidido a acompañarles.

La primera noche la dormimos al raso, el abuelo había llevado colchonetas para poder dormir más cómodamente, pero me costó un triunfo el hacerlo a pesar del cansancio físico de la jornada, el tener el cielo plagado de estrellas por techo, no me dejaba relajarme lo suficiente para dormirme, el olor que despedía el campo de lavanda sobre el que habíamos acampado me envolvía de tal manera que imaginaba estar en una bañera con sales. La cena frugal y sabrosa me conmovió por la sencillez y generosidad de los pastores y las dotes culinarias todo terreno que tienen.

El viaje duró tres días, en los que percibí cómo huele una oveja, aprendí los diferentes sonidos que pueden emitir y lo que significan, asistí a dos partos de cabritillos y pude tocar la viscosa placenta y la piel húmeda del recién nacido y ver como daba sus primeros pasos acercándose a la teta de su madre, todo el viaje me inundó de olores, colores, sabores, sonidos y texturas que desde antes que yo naciera han existido, pero que son completamente nuevos para mí y difícilmente los podré olvidar.

Allá arriba se han quedado mis compañeras de viaje, tendrán hierba y agua de sobra durante todo el verano y en septiembre harán el viaje de regreso a casa para pasar aquí el frío invierno.

Después de haber tenido esta maravillosa experiencia, me va a resultar difícil disfrutar de un asado de cordero o cabrito, creo que me voy a hacer vegetariana.




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