Me
habían dicho que era una operación de cirugía sencilla. El
anestesista tarareaba la canción “Déjame” de los Secretos, cosa
que me pareció poco apropiada para el momento. Me sonrió mientras
me dormía y poco a poco cerré los ojos. “Ya podemos empezar” oí
que decían. ¿Seguía escuchándoles? “Eso no tiene sentido, aquí
falla algo”, pensé. Gritos, carreras y finalmente oí con nitidez:
“hora de la muerte 11:35”. Sin dar crédito a lo que estaba
pasando me vi flotando en la habitación, en esa imagen tan
recurrente de muchas películas. Veía a la perfección el quirófano,
los cirujanos, el anestesista y …¡mi cadáver! ¡Manda huevos!,
yo que siempre había pensado que eso del alma y la vida eterna eran
patrañas y sin embargo… ¡Allí estaba el jodido túnel! Tal y
como lo describían esos pseudocientíficos ladrones de los atributos
superficiales de la ciencia, “los ejércitos de la noche” como
los llamaba Asimov.
De
pronto, una violenta sacudida me empujó hacia el tunel. Era muy
estrecho y empecé a sentirme presionado por las paredes. La verdad
es que me esperaba algo más… etéreo. La presión fue aumentando y
al final apareció la famosa luz. Pude ver como unas enormes manos se
acercaban hacia mí. Reprimí un taco no sé si por miedo o … por
si acaso. Sentí las manos en mi cabeza y no sin esfuerzos, salí del
túnel. Gritos, carreras y finalmente oí con nitidez: “hora del
nacimiento 11:35”. Todo empezó a volverse borroso y sentí como
mis recuerdos desaparecían a la misma velocidad que la información
de un disco duro al ser formateado. Luego… nada. Lloré.
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