Más allá - Rufino García Álvarez





Me habían dicho que era una operación de cirugía sencilla. El anestesista tarareaba la canción “Déjame” de los Secretos, cosa que me pareció poco apropiada para el momento. Me sonrió mientras me dormía y poco a poco cerré los ojos. “Ya podemos empezar” oí que decían. ¿Seguía escuchándoles? “Eso no tiene sentido, aquí falla algo”, pensé. Gritos, carreras y finalmente oí con nitidez: “hora de la muerte 11:35”. Sin dar crédito a lo que estaba pasando me vi flotando en la habitación, en esa imagen tan recurrente de muchas películas. Veía a la perfección el quirófano, los cirujanos, el anestesista y …¡mi cadáver! ¡Manda huevos!, yo que siempre había pensado que eso del alma y la vida eterna eran patrañas y sin embargo… ¡Allí estaba el jodido túnel! Tal y como lo describían esos pseudocientíficos ladrones de los atributos superficiales de la ciencia, “los ejércitos de la noche” como los llamaba Asimov.

De pronto, una violenta sacudida me empujó hacia el tunel. Era muy estrecho y empecé a sentirme presionado por las paredes. La verdad es que me esperaba algo más… etéreo. La presión fue aumentando y al final apareció la famosa luz. Pude ver como unas enormes manos se acercaban hacia mí. Reprimí un taco no sé si por miedo o … por si acaso. Sentí las manos en mi cabeza y no sin esfuerzos, salí del túnel. Gritos, carreras y finalmente oí con nitidez: “hora del nacimiento 11:35”. Todo empezó a volverse borroso y sentí como mis recuerdos desaparecían a la misma velocidad que la información de un disco duro al ser formateado. Luego… nada. Lloré.



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