Siempre
han estado juntos, desde que la familia se mudó a la casa grande.
Todos les tienen un cariño enorme. Son una pareja ideal. No pueden
vivir el uno sin el otro. Y les siguen fielmente por cada habitación.
Han visto con ellos cientos de películas y compartido maratones de
series. Han celebrado cumpleaños, bautizos, mundiales de fútbol y
hasta fiestas de pijamas. Incluso carreras por los pasillos. Están
algo desmejorados. Ya son muchos años allí. Pero nadie quiere
renunciar a su compañía. Ellos tampoco a la suya. Los años pasan,
pero aún resisten en pie.
Cuando
cae la noche se reúnen los dos en un rincón del salón y velan el
sueño de todos. Si entrara un ladrón no sabrían cómo defenderlos.
Ya encontrarían la manera, están seguros. Lo peor sería que los
ladrones los tomaran a ellos de rehenes. Quizá ya no valieran mucho.
Y quizá fueran a por otros dos como ellos para sustituirlos. Pero no
sería lo mismo.
Con
ideas como esas rondándole alrededor, la preocupación de uno la
notó su hermano y le preguntó qué le sucedía.
–Es
que, verás, no sé si he oído algo a Antonio y a Conchita sobre ir
a comprar muebles nuevos…
–
¿Y crees que nos van a dejar
abandonados? ¿Por eso se te ha puesto la madera pachucha?
Se
miraron en silencio. Quizás había llegado el momento de decir
adiós. Pero la familia no era así. No abandonaban a nadie a su
suerte a las primeras de cambio. Además, ahora se llevaba lo
vintage.
Ellos eran veteranos, unos clásicos.
A
la hora del desayuno se aclararon las cosas.
–Que
no nos abandonan. Que he oído decir a Conchita que van a ampliar la
familia. Esta tarde se van de compras a por un pupitre.
–
¿Ah, sí? A ver si ahora no vamos a
caber todos. Espero que hayan tomado medidas. Que tres son multitud.
–Pero
qué poco conoces a Antonio, banco de poca fe. Como si no llevaras
media vida aquí viéndole organizarlo todo al milímetro.
–Ya,
bueno. No me hagas caso. Estoy un poco bajo de moral. No sé, tal vez
el sol me ha afectado un poco la pintura.
–Sí,
ya. Y que Antoñín, el peque, ya no te quiere para ver la tele.
Prefiere el sofá o acurrucarse en el suelo con Coco.
No se lo tengas en cuenta. Los
críos son así.
–Sshhh...
Que viene, que viene.
–Jijiji,
que me hace cosquillas con el metro.
De
pronto sintió un gran peso encima. Y un crujido de dolor en sus
viejas patas. Contuvo la respiración y enseguida el peso se fue.
Antonio padre se le había sentado encima y él ya no estaba para
soportar pesos de adultos. Unas palmaditas lo consolaron.
–Buena
materia prima, sí señor. Don Ingvar
sabía lo que se hacía.
Antonio
se guardó el metro en el bolsillo. Llamó a Conchita, a Antoñín y
a los mayores. Cogió las llaves y ellos escucharon la puerta al
cerrarse.
La
casa se quedó en silencio. Todos se habían ido. Por unas horas
estaban solos. Los guardianes de la casa sonrieron a cuatro patas.
Pronto serían uno más en la familia.
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