Sundvik bros - Esperanza Tirado


                                          Resultado de imagen de dos bancos de madera en el salon



Siempre han estado juntos, desde que la familia se mudó a la casa grande. Todos les tienen un cariño enorme. Son una pareja ideal. No pueden vivir el uno sin el otro. Y les siguen fielmente por cada habitación. Han visto con ellos cientos de películas y compartido maratones de series. Han celebrado cumpleaños, bautizos, mundiales de fútbol y hasta fiestas de pijamas. Incluso carreras por los pasillos. Están algo desmejorados. Ya son muchos años allí. Pero nadie quiere renunciar a su compañía. Ellos tampoco a la suya. Los años pasan, pero aún resisten en pie.
Cuando cae la noche se reúnen los dos en un rincón del salón y velan el sueño de todos. Si entrara un ladrón no sabrían cómo defenderlos. Ya encontrarían la manera, están seguros. Lo peor sería que los ladrones los tomaran a ellos de rehenes. Quizá ya no valieran mucho. Y quizá fueran a por otros dos como ellos para sustituirlos. Pero no sería lo mismo.
Con ideas como esas rondándole alrededor, la preocupación de uno la notó su hermano y le preguntó qué le sucedía.
Es que, verás, no sé si he oído algo a Antonio y a Conchita sobre ir a comprar muebles nuevos…
¿Y crees que nos van a dejar abandonados? ¿Por eso se te ha puesto la madera pachucha?
Se miraron en silencio. Quizás había llegado el momento de decir adiós. Pero la familia no era así. No abandonaban a nadie a su suerte a las primeras de cambio. Además, ahora se llevaba lo vintage. Ellos eran veteranos, unos clásicos.
A la hora del desayuno se aclararon las cosas.
Que no nos abandonan. Que he oído decir a Conchita que van a ampliar la familia. Esta tarde se van de compras a por un pupitre.
¿Ah, sí? A ver si ahora no vamos a caber todos. Espero que hayan tomado medidas. Que tres son multitud.
Pero qué poco conoces a Antonio, banco de poca fe. Como si no llevaras media vida aquí viéndole organizarlo todo al milímetro.
Ya, bueno. No me hagas caso. Estoy un poco bajo de moral. No sé, tal vez el sol me ha afectado un poco la pintura.
Sí, ya. Y que Antoñín, el peque, ya no te quiere para ver la tele. Prefiere el sofá o acurrucarse en el suelo con Coco. No se lo tengas en cuenta. Los críos son así.
Sshhh... Que viene, que viene.
Jijiji, que me hace cosquillas con el metro.
De pronto sintió un gran peso encima. Y un crujido de dolor en sus viejas patas. Contuvo la respiración y enseguida el peso se fue. Antonio padre se le había sentado encima y él ya no estaba para soportar pesos de adultos. Unas palmaditas lo consolaron.
Buena materia prima, sí señor. Don Ingvar sabía lo que se hacía.
Antonio se guardó el metro en el bolsillo. Llamó a Conchita, a Antoñín y a los mayores. Cogió las llaves y ellos escucharon la puerta al cerrarse.
La casa se quedó en silencio. Todos se habían ido. Por unas horas estaban solos. Los guardianes de la casa sonrieron a cuatro patas. Pronto serían uno más en la familia.






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