¡Vaya
carrera que esta echando hoy Manolito para llegar al Cole! Parece que siempre
se le pegan las sabanas, no como a Doña Veneranda que cada día aparece más
temprano ¡ni que se cayera de la cama!
Don Justino va de estrene porque se le ve muy rígido de cuello y por
aquí viene Doña Rosa, un encanto de anciana, siempre tiene una sonrisa para mi,
porque lo que es los demás, ni me miran a la cara, ni aún cuando me dejan
alguna moneda encima de la boina posada en el suelo.
Desde
las escaleras de la iglesia veo a todos los vecinos pasar, casi siempre
corriendo, cabizbajos, algunos hasta de mal humor, incluso a los niños ya ni se
les oye.
La
verdad es que no sé ni en que día vivo, mi rutina es siempre la misma, me
levanto con la luz del día y me lavo un poco en el río cercano a mi chabola, me
pongo el mismo traje de todos los días y camino hasta las escaleras de la
iglesia, donde reposo sentado horas y horas.
En cuanto junto lo suficiente me dirijo hasta la taberna de la esquina
para comer un bocadillo y una cerveza, el tabernero me reserva siempre la misma
mesa, la más escondida de todas, para que no espante a los parroquianos, pero
el buen hombre me permite echar una cabezadita antes de volver a mi rincón de
las escaleras.
Reconozco
los fines de semana porque hay más movimiento, los sábados hay misa por la
tarde acudiendo los niños de la catequesis y los jóvenes, el domingo ya es
cuando ves a familias engalanadas con sus mejores ropas y algo más relajadas
que por semana.
No
es mala parroquia porque los donativos que recibo me ayudan a subsistir y
consigo ahorrar lo suficiente para tomar el autobús y marcharme en invierno a
un clima más cálido. Luego en primavera
regreso porque a pesar que muy pocos me miran y muchos menos me hablan, creo que
soy apreciado en esta comunidad.
Mi
rutina es casi siempre la misma, menos el Día
de Paga, es cuando las personas parecen flotar por la calle en vez de
arrastrarse, se oyen risas y saludos más efusivos, los niños corretean en vez
de parecer zombis camino de la escuela o clases particulares, incluso Doña Rosa
se para más rato a charlar conmigo siendo su propina más generosa de lo
habitual, algo que le agradezco ofreciéndole una rosa cogida del jardín en
torno a la iglesia, me place ver como se emociona con el gesto. Sentimiento mutuo cuando ese día sentado en
la taberna degusto un cachopo de ternera con guarnición.
¡Adoro los Días de Paga!
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