La pensión - Pilar Murillo



                                                




Ayer hizo mucho calor y sin embargo, Duna apareció helada. Los nervios, el susto, todo eso producía que un sudor frio recorriese su cuerpo, y no era para menos. No todos los días se encuentra en tu propio negocio algo tan espeluznante.
Las cosas no iban muy bien en el negocio familiar y entre todos decidieron utilizar aquellas habitaciones que con el tiempo habían dejado abandonadas.
Duna era la más joven de tres hermanos. Llevaba otros tantos trabajando en recepción, exactamente desde que había cumplido los 18. Hacía sobretodo las noches, eran más tranquilas y podía dedicarse a estudiar, aunque entre apunte y apunte de económicas, se metía a jugar en internet, con los auriculares puestos, para no molestar a nadie.
Sus hermanos mayores se turnaban en las funciones de limpieza y mantenimiento, al igual hacían la veces de recepcionistas por la mañana
Toño, el mayor, estaba preparando los utensilios para ponerse a pintar y subió al piso de arriba. Abrió la primera habitación y le entró una desgana terrible cuando observó un montón de colchones amontonados y toda la estancia muy abandonada. Se dispuso a limpiar de objetos sobrantes el cuarto. Fue levantando primero un colchón y sacándolo al pasillo, luego hizo lo mismo con el segundo; levantando el tercero lanzó un grito y un taco muy sonoro, que su hermana escuchó desde el piso de abajo cuando se disponía a recogerse y descansar. Se quedó mirando arriba, por el descansillo de la escalera. Toño llegó hasta donde su hermana en pocos segundos, bajando los escalones de dos en dos. Estaba más blanco de lo que era.
  • Me he encontrado un cadáver., (Le dice a su hermana.
  • ¿Qué coño me estas contando? (Contesta Duna que en ese momento se ha quedado helada, a pesar del calor que había.)
Deciden llamar a la policía. En pocos minutos aquello se llena de agentes, con forense y fiscal.
Tardaron dos horas y media en hacer el levantamiento de cadáver. Un par de policías se llevan a Toño y a su otro hermano. La joven se queda en recepción, sin saber nada de sus hermanos, e imaginando que los chicos están recibiendo el tercer grado, que es lo habitual en esos casos. Sin dinero para acercarse a la comisaría, y sin la más remota idea de la película que había presenciado. Lamentablemente no era ficción, todo era muy real, tanto que ya no podía con los nervios y su preocupación la llevó a pedir dinero prestado para un taxi, dejando solos a sus padres. Su madre, con principio de alzhéimer, de aspecto descuidado, su padre, alcohólico, que nunca tuvo ánimos para cumplir con su trabajo, dormía la siesta de seis horas después de haberse bebido una botella de vino cosechero.
Un periodista astuto, que hace guardia en comisaría, al enterarse del terrible hallazgo, va veloz en su moto hasta la calle Murcia Nº5, donde está situada la pensión “La asturiana”. Toca al timbre; y alguien le abre la puerta del portal. Pensó en lo fácil que pasaba desapercibido el olor a muerto en un hostal viejo y lleno de humedades. Cuando llegó arriba quien le atendió fue la antigua dueña y madre de Duna. La pobre señora, con respuestas incoherentes le dejó pasear por la pensión como Pedro por su casa. Así pues el periodista avispado, al día siguiente escribe el mejor de sus artículos. Sin apenas tener datos de quién era la víctima, ni saber si lo habían matado o murió de muerte natural, sin saber por qué yacía en aquél lugar.
Duna leyó el artículo y pensó que aquél redactor, grandísimo hijo de puta, debía de ser un devorador de novelas de Agatha Christie; a la vez le entró tanta rabia que podría incendiar el periódico con la mirada. No sólo habían asesinado a una persona, es que habían acabado con su negocio familiar, ¿Quién querría pernoctar en un lugar donde habían encontrado el esqueleto de una persona que llevaba muerto dos años?



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