Cuando decidí estudiar
antropología mis padres echaron las manos a la cabeza. Ellos eran,
siguen siendo, abogados de prestigio y no comprendían que su hija se
dedicara a estudiar estupideces que no valían para nada, en sus
propias palabras. No les hice el más mínimo caso, ni siquiera me
enfadé, para qué, por mucho que dijeran yo iba a seguir en mis
trece, así que no les quedó más remedio que transigir.
Saqué las carrera con notas
brillantes y enseguida encontré trabajo, lo cual me sirvió para
calmar el nerviosismo de mis padres y excitar el mío propio. Trabajo
para un revista de divulgación científica y social, en la que se
publican artículos sobre investigaciones llevadas a cabo en todas
partes del mundo y sobre los más variopintos temas. Bueno, supongo
que sabrán que la antropología es una de las ciencias que estudia
el comportamiento humano, por explicarlo de forma muy resumida, y eso
lo que yo investigo para mis artículos en la revista, el
comportamiento humano, pero no de gente normal, sino de gente rara,
peculiar, extraña. Incluso estúpida. Cuando me encargaron mi primer
artículo apenas me lo podía creer. Tenía que estudiar cómo se
comportaban los enanos latinoamericanos después de ver una corrida
de toros. Al principio no supe por dónde tirar. Bibliografía
ninguna, por supuesto, así que cogí un avión hacia Quito y me
planté en varias corridas de toros. Hice lo mismo en Bogotá y en
Lima. Para mi sorpresa en todas pude localizar algún enano, mejor
dicho, bastantes enanos, pues al parecer son muy aficionados a la
tauromaquia. Debo decir que aquel seguimiento fervoroso de la fiesta
me subyugó por completo. Así que pude escribir un fabuloso artículo
con mis sorprendentes comprobaciones, y es que la mayoría de ellos
entran en depresión al cabo de dos o tres años de afición debido a
la imposibilidad física evidente que tienen para ponerse delante de
un toro o como rejoneadores.
Otro estudio realmente curioso
que llevé a cabo fue sobre las mujeres rubias y bizcas y su
comportamiento a la hora de ir a los baños públicos. Me llevó un
poco más de tiempo que el de los enanos, porque encontrar mujeres
con esas características y en tal situación no fue nada fácil.
Como al principio no encontraba ninguna decidí apostarme en los
baños públicos del aeropuerto de Barajas y ahí sí encontré
rubias bizcas y pude comprobar que el cien por cien de ellas en
cuanto salen del baño se miran al espejo, se colocan en pelo y se
rascan la teta izquierda. Ignoró qué les lleva a hacer tal cosa,
pero es así.
Hace seis meses me encargaron
el trabajo que acabo de terminar. Un día el director de la revista
me llamó a su despacho y con gesto adusto me habló con solemnidad:
-Mari Flor, eres nuestra
mejor investigadora. Tus trabajos son concienzudos y minuciosos y no
sé si sabes que estás adquiriendo fama internacional. Así que
después de mucho pensarlo he decidido encargarte a ti nuestra nueva
investigación. No va a ser fácil, no te lo voy a negar. Es todo un
reto. Verás, hay una tribu en África de hombres superdotados que
responden a unas características muy marcadas.
-¿Superdotados en qué
sentido? – pregunté yo – ¿Son muy listos o tienen los órganos
sexuales muy desarrollados?
El hombre se puso colorado
hasta las orejas. Llegué a la conclusión, deformación profesional
supongo, de que no follaba mucho, seguramente casi nada, y que además
debía de tener su pito bastante pequeñito.
-Superdotados de cabeza, muy
inteligentes. Queremos que te adentres en la tribu y los investigues,
nos gustaría saber el motivo de esa inteligencia que tan
desaprovechada está, porque ellos se dedican a cultivar la tierra y
a correr detrás de los leones.
-¿Detrás? – pregunté
extrañada.
-Sí, hija sí. Mira sin
son extraños que en lugar de cazarlos los leones a ellos son ellos
los que cazan leones corriendo detrás. El caso es que dentro de la
tribu hay un subgrupo que se caracteriza no solo por ser
superdotados, sino porque corren más que los demás, son tartamudos,
tienen un ojo de cada color y aunque son negros, como todos, lo son
un poco menos que los demás. Queremos que te centres en ese subgrupo
y que hagas un estudio sobre sus costumbres.
Dos semanas después volaba
hacia Tanzania y cuatro días más tarde me encontraba en el medio de
la tribu de los cojones. Durante unos días los observé.
Superdotados no sé si eran, a mí no me lo parecían. Se levantaban
por las mañanas temprano y corrían alrededor del poblado no sé con
qué objetivo, supongo que entrenar. La carrera les duraba una hora.
Lo hacían tan rápido que apenas se podía distinguir el movimiento
de sus piernas. Luego desayunaban una especie de cereal que
previamente habían mascado las mujeres y luego escupido en un enorme
cuenco colectivo. Un asco, la verdad. A continuación hacían tareas
del campo y por las tardes se tiraban a la bartola. Yo aprovechaba
aquel momento de descanso para hablar con unos y con otros. Les hacía
preguntas, como cuanto son dos y dos, o cual es la capital de España
y nadie me sabía contestar. Menudos superdotados de mierda. Y lo
peor de todo es que no encontraba a ninguno tartamudo y con los ojos
de diferente color.
Una tarde, por casualidad,
me encontré con uno de aquellos tipos haciendo sus necesidades
arrimado a un árbol. Fue entonces cuando descubrí que mi jefe
estaba equivocado y que no eran inteligentes sino que tenían unos
órganos sexuales como los de un caballo, en reposo, no me quiero
imaginar a pleno funcionamiento.
Esa fue la principal
conclusión a la que llegué, aparte de su comportamiento en general
primitivo. Hasta que por fin di con lo que buscaba. Llevaba yo dos
semanas de invitada en medio de aquellos salvajes, cuando un día
apareció un mensajero que les trajo una noticia tan buena que logró
revolucionarlos. Todo era risas y aplausos y en seguida me informaron
de que aquella tarde regresaba el jefe de la tribu, que había estado
ausente por motivos de trabajo. Me imagino que habría ido a cazar
leones.
Anduvieron todo el día muy
atareados, preparando comida de aquella suya asquerosa y haciendo un
trono con troncos y hojas. Y por fin, a media tarde, bajo un calor
sofocante, apareció el rey. Era alto y atlético, negro, pero menos
y en cuanto llegó, cargado con un león a la espalda, se puso a
correr como un chiflado alrededor de la aldea mientras todos lo
jaleaban. La velocidad era de vértigo, iba como una moto, en sentido
literal, no figurado. Cuando se cansó, tiró el león en medio de la
plaza y se sentó en el trono. Kunta Karpe, el segundo de abordo, que
hasta entonces había hecho de anfitrión, me llevó hasta su rey
para presentármelo con toda la solemnidad de que era capaz. Y cuando
me acerqué, ¡eureka! Tenía un ojo verde y otro negro, por cierto
el negro un poco revuelto, mirando así como hacia un lado, y al
saludarme noté que tartamudeaba. Al fin había encontrado el primer
especimen que buscaba. Aquella misma noche le pregunté a Kunta
Karpe, cuantos hombres había en la aldea con un ojo de cada color y
que tartamudearan y muy ofendido me contestó que esas
características solo las podía poseer el jefe de la tribu, por lo
tanto no había nadie más que él. Interesante. Ni subgrupo, ni
nada, era un único individuo.
Así sería difícil hacer un
estudio de comportamiento, porque un hombre solo podía hacer lo que
se le viniera en gana. No obstante redacté el informe que me pareció
conveniente y en el último momento decidí hacer una última
comprobación. ¿Tendría el rey la misma clase de superdotación que
los demás hombres de la tribu? Tenía que comprobarlo.
Le pedí audiencia a través
de Kunta y me la concedió. Me esperaba de pie en medio de su lujosa
cabaña hecha de ramas y caca de vaca seca. Lo primero que hice al
entrar fue mirarle el paquete, no parecía que estuviera
especialmente dotado ni mucho menos, pero tendría que comprobarlo
efectivamente. Nos sentamos y comencé a hacerle mi test de
inteligencia. Por lo pronto respondía a todas mis preguntas, dos y
dos son cuatro, Madrid es la capital de España, el teléfono lo
inventó Marconi... cuando se cansó de contestar mis absurdas
preguntas comenzó a hablarme sobre la teoría de la relatividad, el
boson de Higgins, los misterios del antiguo Egipto, y diversas
pinceladas sobre la historia del cine, y todo ello en perfecto
español. De vez en cuando decía alguna palabra en chino o en
alemán, idiomas que también dominaba a la perfección. Confieso que
casi acaba con mi paciencia, porque era bastante tartamudo, pero sin
lugar a dudas el superdotado intelectualmente era él. En un momento
dado se rascó un huevo, puesto que normas de urbanidad ni la primera
y al separar el taparrabos pude comprobar que su órgano sexual era
más bien pequeño, casi como un tercer huevo. Me di por satisfecha y
al día siguiente regresé a España y expuse mis conclusiones, que
hace dos días se publicaron en la revista. Está teniendo mucho
éxito, tanto como el de las rubias bizcas o los enanos toreros. Y es
que a la gente le interesan unas cosas más raras....
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