A la gente le interesan unas cosas más raras... - Gloria Losada





Cuando decidí estudiar antropología mis padres echaron las manos a la cabeza. Ellos eran, siguen siendo, abogados de prestigio y no comprendían que su hija se dedicara a estudiar estupideces que no valían para nada, en sus propias palabras. No les hice el más mínimo caso, ni siquiera me enfadé, para qué, por mucho que dijeran yo iba a seguir en mis trece, así que no les quedó más remedio que transigir.
Saqué las carrera con notas brillantes y enseguida encontré trabajo, lo cual me sirvió para calmar el nerviosismo de mis padres y excitar el mío propio. Trabajo para un revista de divulgación científica y social, en la que se publican artículos sobre investigaciones llevadas a cabo en todas partes del mundo y sobre los más variopintos temas. Bueno, supongo que sabrán que la antropología es una de las ciencias que estudia el comportamiento humano, por explicarlo de forma muy resumida, y eso lo que yo investigo para mis artículos en la revista, el comportamiento humano, pero no de gente normal, sino de gente rara, peculiar, extraña. Incluso estúpida. Cuando me encargaron mi primer artículo apenas me lo podía creer. Tenía que estudiar cómo se comportaban los enanos latinoamericanos después de ver una corrida de toros. Al principio no supe por dónde tirar. Bibliografía ninguna, por supuesto, así que cogí un avión hacia Quito y me planté en varias corridas de toros. Hice lo mismo en Bogotá y en Lima. Para mi sorpresa en todas pude localizar algún enano, mejor dicho, bastantes enanos, pues al parecer son muy aficionados a la tauromaquia. Debo decir que aquel seguimiento fervoroso de la fiesta me subyugó por completo. Así que pude escribir un fabuloso artículo con mis sorprendentes comprobaciones, y es que la mayoría de ellos entran en depresión al cabo de dos o tres años de afición debido a la imposibilidad física evidente que tienen para ponerse delante de un toro o como rejoneadores.
Otro estudio realmente curioso que llevé a cabo fue sobre las mujeres rubias y bizcas y su comportamiento a la hora de ir a los baños públicos. Me llevó un poco más de tiempo que el de los enanos, porque encontrar mujeres con esas características y en tal situación no fue nada fácil. Como al principio no encontraba ninguna decidí apostarme en los baños públicos del aeropuerto de Barajas y ahí sí encontré rubias bizcas y pude comprobar que el cien por cien de ellas en cuanto salen del baño se miran al espejo, se colocan en pelo y se rascan la teta izquierda. Ignoró qué les lleva a hacer tal cosa, pero es así.
Hace seis meses me encargaron el trabajo que acabo de terminar. Un día el director de la revista me llamó a su despacho y con gesto adusto me habló con solemnidad:
-Mari Flor, eres nuestra mejor investigadora. Tus trabajos son concienzudos y minuciosos y no sé si sabes que estás adquiriendo fama internacional. Así que después de mucho pensarlo he decidido encargarte a ti nuestra nueva investigación. No va a ser fácil, no te lo voy a negar. Es todo un reto. Verás, hay una tribu en África de hombres superdotados que responden a unas características muy marcadas.
-¿Superdotados en qué sentido? – pregunté yo – ¿Son muy listos o tienen los órganos sexuales muy desarrollados?
El hombre se puso colorado hasta las orejas. Llegué a la conclusión, deformación profesional supongo, de que no follaba mucho, seguramente casi nada, y que además debía de tener su pito bastante pequeñito.
-Superdotados de cabeza, muy inteligentes. Queremos que te adentres en la tribu y los investigues, nos gustaría saber el motivo de esa inteligencia que tan desaprovechada está, porque ellos se dedican a cultivar la tierra y a correr detrás de los leones.
-¿Detrás? – pregunté extrañada.
-Sí, hija sí. Mira sin son extraños que en lugar de cazarlos los leones a ellos son ellos los que cazan leones corriendo detrás. El caso es que dentro de la tribu hay un subgrupo que se caracteriza no solo por ser superdotados, sino porque corren más que los demás, son tartamudos, tienen un ojo de cada color y aunque son negros, como todos, lo son un poco menos que los demás. Queremos que te centres en ese subgrupo y que hagas un estudio sobre sus costumbres.
Dos semanas después volaba hacia Tanzania y cuatro días más tarde me encontraba en el medio de la tribu de los cojones. Durante unos días los observé. Superdotados no sé si eran, a mí no me lo parecían. Se levantaban por las mañanas temprano y corrían alrededor del poblado no sé con qué objetivo, supongo que entrenar. La carrera les duraba una hora. Lo hacían tan rápido que apenas se podía distinguir el movimiento de sus piernas. Luego desayunaban una especie de cereal que previamente habían mascado las mujeres y luego escupido en un enorme cuenco colectivo. Un asco, la verdad. A continuación hacían tareas del campo y por las tardes se tiraban a la bartola. Yo aprovechaba aquel momento de descanso para hablar con unos y con otros. Les hacía preguntas, como cuanto son dos y dos, o cual es la capital de España y nadie me sabía contestar. Menudos superdotados de mierda. Y lo peor de todo es que no encontraba a ninguno tartamudo y con los ojos de diferente color.
Una tarde, por casualidad, me encontré con uno de aquellos tipos haciendo sus necesidades arrimado a un árbol. Fue entonces cuando descubrí que mi jefe estaba equivocado y que no eran inteligentes sino que tenían unos órganos sexuales como los de un caballo, en reposo, no me quiero imaginar a pleno funcionamiento.
Esa fue la principal conclusión a la que llegué, aparte de su comportamiento en general primitivo. Hasta que por fin di con lo que buscaba. Llevaba yo dos semanas de invitada en medio de aquellos salvajes, cuando un día apareció un mensajero que les trajo una noticia tan buena que logró revolucionarlos. Todo era risas y aplausos y en seguida me informaron de que aquella tarde regresaba el jefe de la tribu, que había estado ausente por motivos de trabajo. Me imagino que habría ido a cazar leones.
Anduvieron todo el día muy atareados, preparando comida de aquella suya asquerosa y haciendo un trono con troncos y hojas. Y por fin, a media tarde, bajo un calor sofocante, apareció el rey. Era alto y atlético, negro, pero menos y en cuanto llegó, cargado con un león a la espalda, se puso a correr como un chiflado alrededor de la aldea mientras todos lo jaleaban. La velocidad era de vértigo, iba como una moto, en sentido literal, no figurado. Cuando se cansó, tiró el león en medio de la plaza y se sentó en el trono. Kunta Karpe, el segundo de abordo, que hasta entonces había hecho de anfitrión, me llevó hasta su rey para presentármelo con toda la solemnidad de que era capaz. Y cuando me acerqué, ¡eureka! Tenía un ojo verde y otro negro, por cierto el negro un poco revuelto, mirando así como hacia un lado, y al saludarme noté que tartamudeaba. Al fin había encontrado el primer especimen que buscaba. Aquella misma noche le pregunté a Kunta Karpe, cuantos hombres había en la aldea con un ojo de cada color y que tartamudearan y muy ofendido me contestó que esas características solo las podía poseer el jefe de la tribu, por lo tanto no había nadie más que él. Interesante. Ni subgrupo, ni nada, era un único individuo.
Así sería difícil hacer un estudio de comportamiento, porque un hombre solo podía hacer lo que se le viniera en gana. No obstante redacté el informe que me pareció conveniente y en el último momento decidí hacer una última comprobación. ¿Tendría el rey la misma clase de superdotación que los demás hombres de la tribu? Tenía que comprobarlo.
Le pedí audiencia a través de Kunta y me la concedió. Me esperaba de pie en medio de su lujosa cabaña hecha de ramas y caca de vaca seca. Lo primero que hice al entrar fue mirarle el paquete, no parecía que estuviera especialmente dotado ni mucho menos, pero tendría que comprobarlo efectivamente. Nos sentamos y comencé a hacerle mi test de inteligencia. Por lo pronto respondía a todas mis preguntas, dos y dos son cuatro, Madrid es la capital de España, el teléfono lo inventó Marconi... cuando se cansó de contestar mis absurdas preguntas comenzó a hablarme sobre la teoría de la relatividad, el boson de Higgins, los misterios del antiguo Egipto, y diversas pinceladas sobre la historia del cine, y todo ello en perfecto español. De vez en cuando decía alguna palabra en chino o en alemán, idiomas que también dominaba a la perfección. Confieso que casi acaba con mi paciencia, porque era bastante tartamudo, pero sin lugar a dudas el superdotado intelectualmente era él. En un momento dado se rascó un huevo, puesto que normas de urbanidad ni la primera y al separar el taparrabos pude comprobar que su órgano sexual era más bien pequeño, casi como un tercer huevo. Me di por satisfecha y al día siguiente regresé a España y expuse mis conclusiones, que hace dos días se publicaron en la revista. Está teniendo mucho éxito, tanto como el de las rubias bizcas o los enanos toreros. Y es que a la gente le interesan unas cosas más raras....



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