Huída hacia adelante - Gloria Losada




Ayer decidí que voy a ser feliz de nuevo. Sí, fue ayer, justo antes de dormirme, y hoy me he levantado como si fuera otra persona, a tal vez la persona que un día fui. Sé que la felicidad completa no existe, que la vida se compone de momentos que se deslizan uno tras otro, caprichosos, cambiantes, juguetones, atreviéndose a jugar con nuestro ánimo con impúdico descaro. Tal vez por eso no debiera utilizar la palabra felicidad, tal vez sea mejor decir, tranquilidad, sosiego... no sé. Lo que tengo claro es que necesito liberarme de los fantasmas del pasado y eso es lo que voy a hacer desde ya.
Tuve,sin embargo, un infancia feliz, con mayúsculas, a pesar de que no conocí a mi madre, que nos abandonó a papá y a mí cuando yo era apenas un bebé que necesitaba de ella para sobrevivir. Mi padre siempre me enseñó a no guardarle rencor por su ausencia. Ella era así, me contaba, un espíritu libre que no soportaba las ataduras. Necesitaba respirar y se fue, no sabemos a dónde, ni siquiera, a estas alturas, sabemos si sigue viva o no. Ahora ya no importa. Mi padre suplió todas las carencia que su abandono podía haber provocado. Él me dedicaba todo su tiempo, todo el que le dejaba libre su trabajo como funcionario de correos. Juntos solíamos pasar las tardes en el parque, en el campo, o en las abiertas playas del norte, en las que yo chapoteaba en la orilla del mar bajo su atenta mirada, o por las que, ya cuando fui más mayor, solíamos dar largos paseos hablando de nuestras cosas.
Cuando cumplí los veinte años a papá se lo llevó un desgraciado accidente de tráfico y me quedé sola. Hacía unos meses que había conocido a Jacinto, un muchacho que había llegado a la ciudad para trabajar como mecánico en el taller de coches que había en el bajo de mi casa. Jacinto era guapo y educado. Siempre me miraba cuando yo pasaba por delante del taller. Un día me sonrió y yo, que siempre fui muy soñadora, comencé a pensar en él y a montarme mi película particular. En mis sueños me veía a su lado e imaginaba sus besos, sus abrazos y sus palabras de cariño.
Un sábado por la noche, en la discoteca a la que solía acudir con mis amigas, le descubrí en medio de la música, del humo y del jaleo. En cuanto me vio se acercó y comenzamos a hablar. Pronto nos hicimos novios.
Cuando papá murió yo tuve que dejar mis estudios en la universidad para ponerme a trabajar y ganarme la vida. Fue entonces cuando Jacinto me propuso matrimonio. Me sorprendió su propuesta y al principio dudé. Yo era muy joven y hacía muy poco que éramos novios. Tampoco me sentía preparada para dar tan importante paso, más cuando analicé la situación me di cuenta de que no era tan mala idea. Así, tal vez, yo pudiera continuar mis estudios y compatibilizarlos con alguna ocupación que me permitiera contribuir a la economía familiar y no me robara tanto tiempo con mi trabajo como dependienta en una tienda de ropa. Cuando se lo propuse a Jacinto me dijo que no era buena idea, que él ganaba un buen sueldo y que, según le había dicho el dueño del taller, en cuanto se jubilara el encargado, él ocuparía su puesto, lo cual conllevaría un aumento considerable en sus emolumentos. Ganaría lo suficiente para que yo viviera como una reina, sin necesidad de trabajar y por supuesto, tampoco de estudiar, para qué.
Supongo que esa fue la primera señal que no supe o no quise ver. En aquel momento pensé que sus loables intenciones de tratarme como a una reina no eran otra cosa que nuestra de amor infinito, de la misma manera que pensaba que cuando se ponía celoso por qué un chico se acercaba a hablarme era porque estaba muy enamorado y que cuando ponía mala cara si me ponía una minifalda y me sugería que me cambiara de ropa era porque no quería que otro hombre se fijara en mí. Me quería, me quería tanto que se creía mi dueño y cuando finalmente nos casamos se hizo mi dueño.
La primera bofetada cayó un tarde en la que llegó del trabajo sumamente enfadado porque finalmente no lo habían ascendido a jefe de taller. Yo estaba en la sala leyendo un libro y después de contarme su tragedia, yo le dije que no se preocupara, que ya vendrían tiempos mejores, que ganaba realmente un buen sueldo y que si no estaba contento siempre podía buscarse algo mejor. Luego volví los ojos a mi libro. Entonces él me lo arrancó de las manos con violencia, rompiendo con igual rabia las hojas.
-Te estoy contando lo que me pasa y tu no me hace ni puto caso. Deja ya este libro de mierda. Te voy quemar todos los libros que tienes en casa. No sirven más que para meterte ideas estúpidas en la cabeza
Me levanté y me enfrenté a él.
-Ni se te ocurra tocar mis libros – le dije.
Por toda respuesta recibí una bofetada. No podría expresar con palabras lo que sentí, un vacio, un desasosiego infame y sobre todo el convencimiento de que me había equivocado. Me juré a mi misma que no me volvería a poner la mano encima. Pero al día siguiente su perdón que parecía desesperado y sincero y la confirmación de un embarazo que sospechaba desde hacía semanas, me hicieron continuar a su lado. Justifiqué la bofetada accidental como consecuencia de un arrebato y seguí mi vida a su lado.
No voy a entrar en detalles. Fue un verdadero infierno. El hijo que esperaba no llegó a nacer por culpa de una de sus palizas, que se repitieron una y otra vez a lo largo de estos pocos años que estuve a su lado. No sé por qué le disculpaba, mi mente se revolvía entre el amor y el odio y por las noches, cuando me acostaba, lo hacía con la esperanza de que al día siguiente todo habría cambiado y soñaba que las cosas eran bien diferentes a la cruda realidad que me había tocado vivir.
Ayer le maté. Después de mucho pensarlo pensé que era lo mejor. Si lo denunciaba, aunque lo metieran en la cárcel, cuando saliera iría a por mí. Lo mejor era terminar de una vez. Ayer le maté cuando me iba a pegar de nuevo. No lo pensé mucho. Cogí un cuchillo y se lo clavé en el pecho. Allí quedó en el suelo de la cocina. Yo metí cuatro cosas en una maleta y huí. Puede que tal vez acaben pillándome, no me importa, creo que si me encierran seguiré con mis intenciones de ser feliz. Me siento bien, me siento tan bien que anoche, cuando me metí en la cama de la pensión en la que recalé, me dije que que todo había terminado. Y me sentí feliz, tan feliz que me dormí y soñé que estaba soñando





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