De la serie "Relatos sobre una cuarentena"
No
nos advirtieron de las consecuencias del confinamiento. Durante los
primeros tiempos podría decir que fuimos felices. No tener que ir a
trabajar o a la universidad en mi caso fue un alivio. Mi madre y yo
estábamos muy estresadas, llevábamos tiempo hablando de la
necesidad de parar. Así que cuando el gobierno decretó el
aislamiento de cada uno en su domicilio nos vino como agua de mayo. A
mi padre le tocó en el barco donde estaba trabajando, así que de
vez en cuando hablábamos por teléfono con él.
La
pandemia nos tuvo muy asustados a todos durante mucho tiempo. Sólo
algunos se atrevían a romper el confinamiento, se reunían en la
calle y trataban de arengarnos a los vecinos que estábamos en las
ventanas. Según estos rebeldes, el gobierno nos estaba mintiendo, no
había habido nunca pandemia, la gente no estaba en los hospitales ni
estaba muriendo. Era todo una mentira para controlarnos. Obvio decir
que cuando la policía capturaba rebeldes, les esperaba una buena
temporada a la sombra. Incluso muchas personas les delataban. Se
consideraba que sólo un mal ciudadano podía convertirse en un
rebelde. La mayoría de la población nunca les creyó.
Así
que poco a poco mi madre y yo nos fuimos adaptando a estar en casa.
Primero, leíamos mucho, veíamos muchas películas, limpiábamos,
hacíamos deporte juntas. Luego nos fue entrando un cansancio muy
grande que es el que tenemos ahora. Poco a poco fuimos dejando de
hacer cosas e incluso de salir a la calle. El miedo a la pandemia era
tan grande que mi madre decidió comprar online la comida, y ahora
soy yo la que la compra desde mi tablet.
Así
que ahora que el gobierno ha decidido levantar el confinamiento no sé
qué vamos a hacer. Miro a mi madre y veo que está mayor, muy mayor.
Realmente no sabemos cuánto tiempo ha pasado. Me he planteado volver
a la universidad pero ni siquiera recuerdo lo que estaba estudiando.
Tengo la sensación de que ha pasado mucho tiempo, demasiado. Cuando
abro la puerta de casa y miro el felpudo sé que ese es el límite de
seguridad. Y me enfado muchísimo y le pregunto a mi madre: ¿Por qué
ahora se empeñan en que salgamos?, ¿por qué vamos a asumir
riesgos? Pero ella lleva mucho tiempo repitiendo cosas incoherentes y
no responde a lo que le pregunto, casi no se puede mantener un
diálogo. Así que de esta guisa me encuentro escribiéndoles esta
carta que me han pedido para explicarles que tengo miedo a salir de
casa, que no quiero romper el confinamiento, que estamos tranquilas
aquí y para nosotras la libertad que ustedes dicen que nos van a dar
no es tan apetecible. Por favor, tengan en cuenta esto que les digo,
gracias,
Marisol.
Los
funcionarios leyeron la carta y se miraron apenados.
¿Cómo
lo ves, Pepe?, preguntó el más viejo. ¿Qué hacemos con ellas?
La
mujer que escribe la carta no es consciente de su situación. Piensa
que aún puede volver a la universidad aunque no se acuerda de lo que
estaba estudiando. Cuando la llamé por teléfono me habló de un
novio que tenía fuera del que a veces se acuerda. Ahora tiene
sesenta años, ha pasado casi cuarenta confinada. En cuanto a la
madre, es una pena. Tiene una demencia muy avanzada y cree que es una
chiquilla. Voy a pedir que se las permita seguir confinadas. Creo que
sería mayor el prejuicio que el beneficio si las dejásemos salir a
la calle.
Los
dos se miraron gravemente. Al cabo de un rato, Pepe descolgó el
teléfono y dijo:
- Hola,
¿eres María? Sí, sí, soy el agente del gobierno que te llamó
estos días. Nos acaban de decir que la pandemia está volviendo a
agudizarse y es mejor que sigan ustedes confinadas.
Al
otro lado de la línea se escuchó un murmullo de alivio.
- Claro,
señor agente, dijo María. Si ya nos parecía a mi madre y a mí que
era demasiado prematuro terminar el confinamiento. Hasta que no esté
todo tranquilo es mejor no hacerlo. Preferimos seguir cumpliendo con
la obligación de quedarnos en casa, ya estamos acostumbradas.
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