La vida después - Isabel Marina


                                           Resultado de imagen de mujer mayor mirando por la ventana

De la serie "Relatos sobre una cuarentena"



No nos advirtieron de las consecuencias del confinamiento. Durante los primeros tiempos podría decir que fuimos felices. No tener que ir a trabajar o a la universidad en mi caso fue un alivio. Mi madre y yo estábamos muy estresadas, llevábamos tiempo hablando de la necesidad de parar. Así que cuando el gobierno decretó el aislamiento de cada uno en su domicilio nos vino como agua de mayo. A mi padre le tocó en el barco donde estaba trabajando, así que de vez en cuando hablábamos por teléfono con él. 
La pandemia nos tuvo muy asustados a todos durante mucho tiempo. Sólo algunos se atrevían a romper el confinamiento, se reunían en la calle y trataban de arengarnos a los vecinos que estábamos en las ventanas. Según estos rebeldes, el gobierno nos estaba mintiendo, no había habido nunca pandemia, la gente no estaba en los hospitales ni estaba muriendo. Era todo una mentira para controlarnos. Obvio decir que cuando la policía capturaba rebeldes, les esperaba una buena temporada a la sombra. Incluso muchas personas les delataban. Se consideraba que sólo un mal ciudadano podía convertirse en un rebelde. La mayoría de la población nunca les creyó. 
Así que poco a poco mi madre y yo nos fuimos adaptando a estar en casa. Primero, leíamos mucho, veíamos muchas películas, limpiábamos, hacíamos deporte juntas. Luego nos fue entrando un cansancio muy grande que es el que tenemos ahora. Poco a poco fuimos dejando de hacer cosas e incluso de salir a la calle. El miedo a la pandemia era tan grande que mi madre decidió comprar online la comida, y ahora soy yo la que la compra desde mi tablet. 
Así que ahora que el gobierno ha decidido levantar el confinamiento no sé qué vamos a hacer. Miro a mi madre y veo que está mayor, muy mayor. Realmente no sabemos cuánto tiempo ha pasado. Me he planteado volver a la universidad pero ni siquiera recuerdo lo que estaba estudiando. Tengo la sensación de que ha pasado mucho tiempo, demasiado. Cuando abro la puerta de casa y miro el felpudo sé que ese es el límite de seguridad. Y me enfado muchísimo y le pregunto a mi madre: ¿Por qué ahora se empeñan en que salgamos?, ¿por qué vamos a asumir riesgos? Pero ella lleva mucho tiempo repitiendo cosas incoherentes y no responde a lo que le pregunto, casi no se puede mantener un diálogo. Así que de esta guisa me encuentro escribiéndoles esta carta que me han pedido para explicarles que tengo miedo a salir de casa, que no quiero romper el confinamiento, que estamos tranquilas aquí y para nosotras la libertad que ustedes dicen que nos van a dar no es tan apetecible. Por favor, tengan en cuenta esto que les digo, gracias,

Marisol.


Los funcionarios leyeron la carta y se miraron apenados. 

¿Cómo lo ves, Pepe?, preguntó el más viejo. ¿Qué hacemos con ellas?
La mujer que escribe la carta no es consciente de su situación. Piensa que aún puede volver a la universidad aunque no se acuerda de lo que estaba estudiando. Cuando la llamé por teléfono me habló de un novio que tenía fuera del que a veces se acuerda. Ahora tiene sesenta años, ha pasado casi cuarenta confinada. En cuanto a la madre, es una pena. Tiene una demencia muy avanzada y cree que es una chiquilla. Voy a pedir que se las permita seguir confinadas. Creo que sería mayor el prejuicio que el beneficio si las dejásemos salir a la calle. 
Los dos se miraron gravemente. Al cabo de un rato, Pepe descolgó el teléfono y dijo:

- Hola, ¿eres María? Sí, sí, soy el agente del gobierno que te llamó estos días. Nos acaban de decir que la pandemia está volviendo a agudizarse y es mejor que sigan ustedes confinadas. 
Al otro lado de la línea se escuchó un murmullo de alivio. 
- Claro, señor agente, dijo María. Si ya nos parecía a mi madre y a mí que era demasiado prematuro terminar el confinamiento. Hasta que no esté todo tranquilo es mejor no hacerlo. Preferimos seguir cumpliendo con la obligación de quedarnos en casa, ya estamos acostumbradas.







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