¿Por qué no te callas?…
María no daba crédito. Ahí, frente a ella, en alto y ante las cámaras, lo estaba escuchando atónita. La televisión se lo dice, se lo muestra y lo repite hasta la saciedad: ¿Por qué no te callas?
Nuestro rey cansado de tanta babayada explota ante el mundo y María se queda asombrada frente al televisor. Había escuchado de otros labios cientos y cientos de veces el mismo mensaje. A su madre cuando impaciente iba a contarle su última ocurrencia pero para ella no era el momento. A su padre cuando hablaba en la mesa de cosas que, según el, ella no entendía. A sus profesores cuando quería dar su opinión en clase y, según ellos, molestaba. A sus compañeros que siempre sabían más que ella de todo. A las personas mayores, a los listos, a los sabiondos y a muchos ignorantes que ignoraban hasta su propia ignorancia… ¿Por qué no te callas? Le decían a María con estas u otras palabras. Y María aprendió que su voz no era importante, que sus ideas no merecían la pena, que no estaba preparada para hablar. Y se acostumbró a callar. También se acostumbró a escuchar, no le quedaba otra.
Y frente al televisor, asombrada, después de muchos años escuchando con atención a todo bicho viviente, empieza a entender que ella también puede tener su voz.
Y si antes callaba porque así lo decidieran por ella, ahora callaría de manera libre y consciente sabiendo que ejercía su derecho de libertad de expresión. Su silencio no era asentimiento, ni indiferencia, ni falta de espíritu crítico. Su silencio era un acto de escucha activa: de descubrimiento, de confrontar ideas, de poner palabras a sus dudas, de dudar de verdades que le habían dicho que eran absolutas, de criticar la información, de ver el trasfondo de lo que se publicaba y hablaba… María estaba convencida de que necesitaba el silencio para hacerse palabra, pensamiento, sentimiento, persona. Para ser ella misma.
Un día María decide salir definitivamente del silencio autoimpuesto. Su marido no entiende por qué ya no apoya lo que el dice, por qué le lleva la contraria. Siempre habían pensado igual en todo y lo toma como un ataque personal... lo lleva muy mal. Las discusiones en su casa pasan a ser el pan nuestro de cada día, pero María no está dispuesta a renunciar a su voz. Sólo ella es su dueña.
Con sus amigos le pasa lo mismo. Estaban acostumbrados a que asintiese a cualquier cosa que se dijese. Era un grupo de pensamiento muy homogéneo y María no compartía todas sus ideas . Al principio había cierto titubeo cargado de curiosidad cuando ella hablaba, pero al darse cuenta de que su voz era una voz segura, cargada de conocimiento y fuerza argumental, empezaron a tomarla en serio. Algunos la miraron con más simpatía mientras que otros vieron en ella a una rival. Se percataron de que, con la nueva María en el grupo, ellos podían perder el estatus que hasta entonces habían mantenido.
Hay caminos que no son fáciles de recorrer. Caminos que, mientras se caminan, aportan muchas ganancias a la par que algunas pérdidas, sobre todo de seres muy queridos. No todos los que estaban en su vida estaban dispuestos a transitarlos.
María fue perdiendo a su marido… En ese distanciamiento el encontró a una mujer que no le contrariaba nunca y, además, era bastante más joven, así que la dejó antes de que ella lo hiciese. Perdió también a varios amigos que creía que eran amigos de verdad, pero... Le dolió mucho.
No estaba preparada para encajar más destrozos.
También ganó , no creáis, mucho más de lo que perdió. De esto se dio cuenta con el tiempo. Cuando el dolor de las pérdidas le permitió seguir con la cabeza bien alta. Aparecieron nuevas personas en su vida. Personas con las que inició nuevos caminos que la llenaron de alegría y satisfacción ...
- María, el salón está lleno, me avisan de que en cinco minutos sale el organizador ¿Estás lista?
- Si, cuando digan. Ya hice todos mis ejercicios. Estoy preparada.
- Tranquila, cada vez lo haces mejor.
En cuanto salió al escenario, tras los aplausos, se hizo el silencio. Maria, de pie frente al micrófono, es el centro de todas las miradas que abarrotan el salón de actos, mujeres en su mayoría.
Sonriente mira al público, no es capaz de distinguir ningún rostro pero se siente conectada a cada una de las personas que esperan sus palabras. Con voz firme, serena y melodiosa empieza su conferencia :
-¿Por qué no te callas?… No daba crédito. Frente a mi, en alto y ante las cámaras, lo escuchaba atónita… La televisión lo decía, lo mostraba y repetía hasta la saciedad … ¿Por qué no te callas?… … … … … … … … … … … …
… … … … …
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