Se puso el termómetro para medir la temperatura de su organismo. Los escalofríos hacía rato que invadían su cuerpo y una tiritona continua la llenaba de temblor. Curiosamente no llegaba ni a treintaiseis grados centígrados. Era frío, frío en el alma. Siempre había somatizado en el cuerpo físico las emociones que embargaban su alma. Tenía que ser extremadamente cuidadosa con sus pensamientos, con lo que sentía, con lo que manifestaba hablando o actuando porque sin ninguna pausa y de forma inmediata reaccionaba todo su ser con las más variopintas señales físicas. El miedo se fue adueñando de cuanto acontecía en su vida y de la forma en que lo recibía. Pareciera que algún depredador marino, algo así como un tiburón, estuviese al acecho de su comportamiento para morder sin piedad y llenar de llagas y dolores su existencia.
Encendió la lámpara de la mesita del salón y se tumbó en el sofá. Con la mirada clavada en el techo de la estancia se sintió invadida por los recuerdos. Planeó recrearse en los más gratos para evitar sorpresas de malestares. No le resultaba fácil, su vida como la de todos los seres vivos guardaba en la memoria sonrisas y lágrimas.
A menudo se preguntaba si realmente era así o simplemente teñimos de dolor con nuestra moralidad y miedo lo que nada más son experiencias que la vida nos ofrece para nuestra evolución.
Jaime y Rosa exhibía el grabado en la copa que reposaba en el bar del aparador y la fecha en la que contrajeron matrimonio con un proyecto común que pronto perdió la comunidad. Sus ojos se posaron sobre el cristal del recuerdo y aquel día festivo lleno de ilusión y esperanza fue pasando ante sus ojos como una película de un cuento de hadas.
Ya le estaba doliendo la cabeza y es que una neblina envolvía cada momento que de ese día recordaba. Era la niebla de la decepción y el dolor que ya empañaba cualquier hermosura.
Se levantó presurosa de un salto y se preparó un café ligero al que añadió su pizquita de azúcar y achicoria. El sabor dulcemente amargo le devolvió el bienestar a su cabeza y la claridad a su pensamiento y se habló sin palabras a si misma.-“ Ya basta Rosa, busca lo bello también en lo impermanente, lo útil en lo efímero, la lección en el capitulo”. Se acercó al dormitorio que durante un tiempo había sido el lecho nupcial y de la caja azul de flores sacó una fotografía de Jaime. ¡Mira que estaba guapo! Le miró largamente, con ternura, con emoción. Depositó un beso sobre el cartón y con el corazón le habló-“ Jaime querido, allá donde quiera que la eternidad te haya llevado, mando toda mi gratitud por el tiempo que entrelazamos nuestras vidas, nuestro ser.¡ Fue tan poco tiempo cuando soñábamos con toda una vida! Desde hoy tu memoria en mi será sinónimo de gratitud, la muerte no puede destruir lo que conocimos como un regalo que a muchos se niega. Espérame en el cielo”. La luz de la vida conveniente y fértil se acababa de encender en Rosa como por arte de milagro. Quién sabe si Jaime le envió un ángel que le inspirara y le hiciera comprender donde hemos de buscar la armonía y la salud.
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