Estaba
agotado, aquel día había sido muy duro, todo había salido mal y tener que
arreglarlo le había costado mucho, razón por la que estaba deseando llegar a
casa y tras una refrescante ducha, acostarse sin cenar, ya desayunaría fuerte
al día siguiente.
En
el apartamento su habitación era la única que disponía de televisión, y sus
compañeros de piso se tomaban la libertad de sentarse en su cama y verla cuando
él no estaba.
Le
molestaba cómo se la encontraba, la hacía con mimo todas las mañanas antes de
salir al trabajo y al volver siempre la encontraba deshecha, a veces
manchada. Solía enfadarse y reñirles,
pero de nada servía, lo seguían haciendo igual.
Aquel
día se encontraba tan cansado que nada le importaba, tras ducharse les echó de
la habitación, se tumbó encima del colchón
pues habían armado tal juerga que quitaron las sábanas por completo.
Comenzaba a quedarse dormido y al
ponerse bocabajo, su postura favorita, notó que había arena encima del colchón,
se pegaba a su piel y le pinchaba, empezó a sentir cosquillas en la zona de sus
pies, medio dormido encendió la luz para ver que era lo que le picaba, asombrado
comprobó que la arena no era tal, sino azúcar,
y las cosquillas se las hacían las hormigas al darse un atracón de tan dulce
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