Esta
mañana he vuelto a sentarme en el banco del parque en el que me
dijiste que todo había terminado. En realidad me he sentado sobre él
muchas veces después de aquello, pero hoy he sentido que ese acto
mecánico y rutinario se volvía de repente especial. Hoy hace dos
años que me abandonaste, que estoy sin ti, que recorro el camino de
la vida sin más compañía que la de un hijo que se ha convertido en
nuestro único nexo de unión. No te creas que lo digo con nostalgia,
ni mucho menos, no soy persona que viva de recuerdos ni se lamente
por lo que pudo ser y no fue. Las cosas pasan porque tienen que pasar
y a veces, por mucho que luchemos, no podemos hacer nada por evitar
lo inevitable. ¿Acaso se puede obligar a alguien a que ame a quien
no quiere? La respuesta es de una obviedad tan aplastante que ni
siquiera merece ser pronunciada.
Aquella
mañana de hace dos años vinimos al parque con nuestro pequeño,
como tantas mañanas festivas, y nos sentamos en el mismo banco de
siempre mientras vigilábamos sus juegos infantiles. Estabas nervioso
y yo lo noté. Querías decirme algo y no te atrevías. A mi me entró
la risa. Jamás te había visto así y no entendía qué ocurría.
Balbuceaste unas cuantas incongruencias, hasta que pronunciaste
aquella frase. “Me he dado cuenta de que te quiero como a una
amiga”. En ese preciso instante comenzó a llover una lluvia fina y
muy tenue, como si el cielo quisiera congratularse con mi recién
lastimado corazón, mientras en mi mente retumbaban tus palabras, “te
quiero como a una amiga”.
Me
sentí tan herida que ni siquiera tuve fuerzas para llorar. Por mi
cerebro revoloteaban preguntas que jamás tendrían respuesta. ¿En
qué instante preciso dejaste de quererme como yo creía que me
querías? ¿Cuál fue el minuto, el segundo exacto en que pasé de
ser amante a ser amiga? ¿Acaso fue desde siempre y te diste cuenta
entonces? ¿Fue la primera vez que hicimos el amor, o el día de
nuestra boda, o aquella noche tormentosa en que nació nuestro hijo,
o tal vez durante aquel viaje a Venecia que con tanta ilusión
planeamos?
“Te
quiero como a una amiga”, continuaban resonando una y otra vez tus
palabras en mi cabeza, mientras tu seguías hablando y yo oía sin
escuchar. Me di cuenta de que había perdido catorce años de mi vida
a tu lado, ofreciéndote, dándote, demostrándote un amor que
siempre creí correspondido y que por lo visto tú estabas muy lejos
de sentir, y la sensación de fracaso que me invadió fue tan intensa
que por fin pude llorar, mientras la lluvia arreciaba y comenzaba a
empapar mi pelo, mis ropas, mi alma rota.
Te
pedí que te marcharas, que me dejaras sola, te dije que no quería
volver a verte nunca más y te lo dije a gritos, desesperada, dolida,
frustrada, presa de la angustia, envuelta por el vacío, amenazada
por la negrura más absoluta. No quería escuchar más tus palabras,
no me apetecía, ya había tenido suficiente.
“Te
quiero como a una amiga”, aquella frase nublaba mi entendimiento,
taladraba mi mente sin dejarme pensar en otra cosa, sin permitirme
acceder a razones, a todos los motivos que pudieras darme. No me
interesaban, no quería que me interesaran, no deseaba estar contigo,
lo único que quería era verte lejos de mi. Así que cogiste a
nuestro hijo y te fuiste, dejándome sola sentada en el banco, en
este banco, bajo la lluvia que continuaba cayendo sobre mi,
acariciándome, como si quisiera darme el amor que tú acababas de
negarme.
No
sé cuanto tiempo me quedé allí sentada, puede que fueran minutos,
o tal vez horas, en todo caso el tiempo suficiente para concluir que
no merecías mis lágrimas, que no debías ocupar ni un instante de
mis pensamientos, ni el más pequeño espacio en mi corazón, porque
si algún día había recibido tus besos, los habías depositado sólo
en mis labios y no en mi alma, si tus manos me habían regalado
caricias éstas se habían quedado prendidas en mi piel, si tu boca
me había dicho alguna vez “te quiero”, esas palabras se habían
vuelto vanas, sin sentido, vacías. Y sacudiéndome la lluvia que
empapaba mi cuerpo y mis sentimientos, me levanté y me marché de
aquel parque dispuesta a seguir adelante, a continuar sin ti, a
plantarle cara a tu indiferencia y tu abandono.
Por
eso, esta mañana, sentada en el mismo banco, me acordé de ti y de
aquel día lluvioso, no con nostalgia, no con tristeza, sino con
alegría, con orgullo, con la complacencia que me da saber que lo he
conseguido. Si aquel día me acompañó la lluvia, hoy el cielo azul
da cobijo a un corazón que ya te ha olvidado
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Preciosos. Me ha gustado mucho la historia y cómo está escrita.
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