El accidente nuclear hizo volver los ojos a la mina. Ella, abrió su
boca negra y sucia para tragar una generación nueva que, pese a sus
títulos y masters, se apuntó en masa para sacar de las entrañas de
la tierra el oro negro que pagaría la hipoteca firmada hasta la edad
de la jubilación. Y los pueblos apagados volvieron a llenarse de
vida, de billetes, de las risas de los niños. El pago podía ser
alto, y lo sabían, pero también sabían que la lotería solo toca
a unos pocos. Y, al fin y al cabo, un futuro seguro, en los tiempos
que corrían, bien valía ese precio.
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Real como la vida misma. Y muy triste que sea tan real.
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