No me gusta envejecer - Marian Muñoz


                                             


 
Sé que es ley de vida y un lujo cumplir años, pero no me gusta envejecer, no tanto por las arrugas, la piel flácida o las fuerzas que poco a poco se hacen escasas, sino por la memoria, dichosa memoria que cuando menos lo esperas te juega una mala pasada.
Dicen que cuando uno envejece, amojama o ajamona, yo como buena española me tiro a lo segundo, que de momento y pagándolo a buen precio, no me engaña ni su textura ni su sabor.
Pero a lo que íbamos, mi memoria me causa disgustos y sinsabores, ¿porqué? Pues ahora cuento.
El otro día estaba con unos amigos comiendo en San Román de Candamo y el rico postre que escogí, iba adornado con una fresa, una simple y pequeña fresa, tonta de mí la engullí y al momento me arrepentí, ya que al instante acudieron a mi mente gratos recuerdos del sabor de una fresa auténtica, esa que dices, “esto es una fresa de verdad”, no la paladeé como debería haber hecho, ni la olí, tampoco, lástima, podía haberme recreado en ella como algo grato del pasado, pero tan acostumbrada estoy a esas que sólo tienen su aspecto, que no la aprecié lo suficiente en aquel momento, aunque mi memoria sí.
Se suele decir que hacia atrás, ni para tomar impulso, pero la memoria no sabe de dichos ni de recomendaciones, y los alimentos que voy a comer crudos procuro comprarlos en tiendas de ultramarinos de toda la vida, las que todavía negocian con el pequeño agricultor que esta en una población cercana y añade a su pequeña pensión los pocos ingresos que saca de su huerta, esa huerta que hoy llaman ecológica, pero que es ni más ni menos que la de toda la vida.
En verano me atiborro de tomates, de los que saben y huelen a tomates, que compro en la tiendina de debajo de mi casa, porque los que venden el resto del año, no son, ni por asomo, como los que traía mi madre en el canasto con la compra del día, aquellos que siempre robaba uno, lo lavaba, lo partía a la mitad, echaba un poquito de sal, y me lo comía entero. ¡Ay por Dios que ricos! Se me esta haciendo la boca agua sólo de recordarlos.
Ni que hablar de las zanahorias, esas ya ni las encuentras, las de ahora son, como dice mi madre, para dar a los burros, porque ni sabor, ni el crujir, tan sólo algo se le parece el color.
¿Veis porque no me gusta envejecer? Por los miles de recuerdos de haber saboreado y comido bien.
La tan mentada crisis ha hecho estragos en nuestras costumbres, incluso en aquellas tan castizas como la del piropo; dice mi amiga Pilar, que como ahora ya no construyen edificios, no hay albañiles, que eran los que tan animadamente piropeaban a las mujeres.
No sólo eso está pasando, sino que hay marcas que toda la vida hemos tenido en casa, cuya empresa ha cerrado o ha sido absorbida por otra, y sus productos han desaparecido, por ejemplo:
  • El vinagre al estragón que toda la vida entró en mi casa, cuyo rico sabor animaba las ensaladas y mayonesas, ya no lo encuentro en ningún supermercado.
  • El elixir bucal que he usado desde niña, se ha convertido en una sombra del original.
  • El detergente en polvo que tan reluciente y olorosa dejaba mi ropa, ya no se deshace en agua fría y cada vez los cacitos son más pequeños, porque dicen que va concentrado ¿será verdad?
  • El froiegras que al probar la primera vez me entusiasmó, ahora a pesar de la gran gama de sabores, texturas y colores, y cambiarle el nombre, también desapareció.
  • El jabón Chimbo cada vez escasea más, aunque de momento ahí sigue igual manteniendo el formato y su cualidad.
  • Y si hablamos del pan, que te venden una barra al peso y esta llena de agujeros, en unas horas se pone duro como una piedra, en cuanto vas a partirlo se desmenuza entre tus dedos, y de miga ni hablar, claro como dicen que engorda te hacen un favor, y todo es corteza.
  • Y la leche, esa que había que hervir tres veces en el cuece leches para matar los bichitos, y con la nata se hacían unos bizcochos, ¡Ay madre qué recuerdos! de rechupete, o untar las galletas del desayuno con una buena capa de ella y un poco de azúcar, Umm.
Si es que no puede ser, mi memoria me vuelve a traicionar, antiguos y ricos sabores me hace recordar.
En fin, que es una desgracia haber vivido lo suficiente para rememorar cómo eran antes las cosas, aquellos olores, sabores, texturas y calidades que el progreso nos intenta hacer olvidar, pero que aún recordamos los viejos de este lugar.
Por eso digo que no quiero envejecer, por no recordar lo bueno de haber comido alimentos de verdad.




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1 comentario:

  1. Yo más bien diría al revés ¡Qué suerte haber podido disfrutar de aquellos olores, saborees y texturas...!

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