Aún recuerdo el primer libro
que leí del tirón “Mi diario y mi perro Bonifacio”. Ese libro
lo conservé muchos años, hasta que por arte de magia desapareció.
Era un libro muy triste, un drama perfecto y eso era una lectura para
niños. La protagonista contaba como si fuese un diario, que al
despertar y sacar los pies Bonifacio se los lamia y a ella le entraba
la risa porque le hacía cosquillas, que su mamá la regañaba porque
no quería que el perro la lamiese. Contaba que jugaba a las maestras
y daba vida a sus muñecas, nombrándolas alumnas y compañeras de
clase de Bonifacio. Un día su padre llegó con un osito de peluche y
desde entonces ella cuenta cómo juega con su osito y como Bonifacio
cada día está más raro, triste y celoso. Un día el osito
desaparece, lo busque por donde lo busque, no aparece. Pasan los días
y aparece un amiguito, vestido de indio americano junto a su perro
que es buen rastreador, el perro de su amiguito desentierra al osito
en el jardín, con las patas y brazos mordidos, destrozado. Bonifacio
con el rabo entre las piernas y la cabeza gacha se va a esconder. La
niña lo cuenta como si su perro la traicionase y cometiese un
asesinato. A mí de pequeña me dio pena del osito y vi al perro muy
malo… Ahora me da pena del perro.
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