-Hasta aquí hemos
llegado. Ya no te aguanto más. Déjame, que me dejes, no te
acerques a mí ni quieras jugar conmigo que esta vez va en serio.
Estoy más que harta de darte oportunidades, una tras otra, y tú
nada, dejándolas escapar siempre, pues vale, tú lo has querido.
Mañana no te quiero ver en esta casa, que parece más tuya que mía.
Sí, sí, más tuya que mía, eso he dicho, que te has hecho dueño
de todo y no, por ahí no paso. Ya me lo decían mis amigas, no te
creas que no estaba advertida, “tienes que tener paciencia que a
veces no sale bien a la primera”, “tanto tiempo viviendo sola,
tendrás que adaptarte” pero yo claro, siempre minimizando los
riesgos y así me va. Me entrego, me entrego totalmente y al final la
perjudicada soy yo, la estúpida que tropieza dos veces con la misma
piedra, qué digo dos, tres y cuatro e infinitas veces he tropezado
yo. Pero ahora ya no, ahora va en serio, así que no te me acerques,
no vengas a mi lado ni me hagas arrumacos que no van a funcionar. Te
tenía mucho cariño, te quería con locura, pero ya no queda nada de
ese amor tonto que nada más que me llevó a vivir en un infierno. Es
una decisión tomada y firme y no, no hay nada que puedas hacer para
que cambie de opinión. Eso de estar juntitos en el sofá viendo una
película, de compartir paseos al atardecer y puestas de sol en la
playa, de dormir abrazados bajo las mantas en las frías noches de
invierno, todo eso a partir de mañana pasará a formar parte del
pasado. Y fíjate que esta noche, cuando me metí en la cama y te
abracé, pensé que no se volvería a repetir, bueno en realidad lo
pienso todas las noches. Me pueden los recuerdos, porque no me digas
que el día que nos conocimos no fue especial, nos miramos y fuimos
al encuentro uno del otro, como si nuestro destino estuviera escrito
y nada ni nadie pudiera cambiarlo. Tú eras para mí y yo para ti, me
sentí tan feliz, tanto, que no soy capaz de expresarlo con palabras.
Era como si me hicieras... cosquillas en el corazón, eso, eso es lo
que sentí. En aquel momento ni por la imaginación se me pasó que
pudiera equivocarme contigo. Pensé que eras diferente a todos los
que había conocido antes, algo había en tus ojos que me lo decía,
esos ojos oscuros, profundos, que me acariciaban con la mirada cada
vez que se posaban en mí.... Sí, tal y como estás haciendo ahora,
lo que pasa que ya no cuela, corazón, ya estoy escarmentada contigo
y no vas a poder hacer nada para que mi amor por ti renazca, ni
hablar, que yo puedo ser una ingenua, pero de tonta no tengo un pelo.
Y no te creas que no me duele hacer esto, claro que me duele y mucho,
más de lo que te imaginas, pero no hay nada que hacer, es una
decisión tomada y ya no hay vuelta atrás. A partir de mañana tú
seguirás tu camino y yo el mío. A lo mejor tienes suerte y
encuentras a otra que te quiera con todos tus defectos y tus
virtudes, que a lo mejor es lo que debiera hacer yo, al fin y al cabo
es lo que dicen que es el amor verdadero, aceptar al otro tal y como
es, pero yo no puedo, qué quieres que le haga. Quizá es que no
estoy hecha para convivir con nadie, que mi destino es la soledad,
puede ser, y si es así tendré que asumirlo, no me quedará más
remedio. Será duro, muy duro, porque la soledad no buscada es algo
horrible, dímelo a mí, que llevo toda la vida sintiéndome sola.
Llegar a casa y encontrármela vacía, sin nadie que te reciba en la
puerta, sin nadie con quien compartir una comida o una cena, sin
nadie con quien comentar la película que echan en la tele... sin
nadie para nada. Pero bueno, no quiero ponerme melancólica, no vaya
a ser que la tristeza me lleve a cambiar de opinión, que me conozco
y soy una blanda.
¿Sabes? Cuando era
muy jovencita conocí a alguien como tú. Fue el único amor de mi
vida, aparte de ti, y con él las cosas fueron distintas. Sí, ya sé
que las comparaciones son odiosas, pero si te acepté fue porque creí
que todo sería tan maravilloso como con él. El otro día se lo
comentaba a mi amiga Maruchi y me decía que claro, que lo difícil
es la convivencia, que el otro no vivía conmigo, en mi misma casa y
a lo mejor es eso, tiene razón, no debo estar hecha para aguantar a
nadie que pretenda manejar las riendas de mi hogar, ya ves tú. Y es
una pena, porque no te puedes imaginar con la ilusión que yo comencé
este camino contigo, un camino que ahora se bifurca, tú por tu lado
y yo por el mío. En fin, siento mucha pena de que esto se termine,
pero así son las cosas, qué se le va a hacer”
La señora Delfina
colocó el paño húmedo de secar los platos encima de la olla que
contenía el estofado de lentejas que se acababa de preparar para el
almuerzo. Se sentó en la banqueta que estaba al lado de la ventana y
le miró a él, que desde la puerta de la cocina había estado
escuchando su perorata, como todas las mañanas. Se acercó a ella
con cautela, buscando una caricia, una palabra de cariño, algún
gesto que le demostrara, una vez más, que todo aquello que había
escuchado era mentira.
-No insistas, Wody
– repuso una vez más la señora Delfina – te he dicho que se
acabó y esta vez va en serio. Ya estoy harta de que todos los días
te hagas pis y demás porquerías en la alfombra del salón. Maldito
chucho.
Acarició la
cabeza del animalito, que comenzó a menear el rabo con fuerza,
consiguiendo despertar el lado más tierno de la mujer, que sonriendo
feliz le dijo.
-Ay, perro
cochino, cuándo aprenderás. Te voy a dar una última oportunidad,
una sola, eh. Como esta noche te vuelvas a hacer caca y pis, mañana
te llevo a la perrera sin dudar ni un instante.
Y Wody comenzó a
dar saltos, como si entendiera de que, a pesar del discurso de todas
las mañanas, Delfina nunca lo echaría de casa. Se querían
demasiado.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario