Se acabó una vez más - Gloria Losada





-Hasta aquí hemos llegado. Ya no te aguanto más. Déjame, que me dejes, no te acerques a mí ni quieras jugar conmigo que esta vez va en serio. Estoy más que harta de darte oportunidades, una tras otra, y tú nada, dejándolas escapar siempre, pues vale, tú lo has querido. Mañana no te quiero ver en esta casa, que parece más tuya que mía. Sí, sí, más tuya que mía, eso he dicho, que te has hecho dueño de todo y no, por ahí no paso. Ya me lo decían mis amigas, no te creas que no estaba advertida, “tienes que tener paciencia que a veces no sale bien a la primera”, “tanto tiempo viviendo sola, tendrás que adaptarte” pero yo claro, siempre minimizando los riesgos y así me va. Me entrego, me entrego totalmente y al final la perjudicada soy yo, la estúpida que tropieza dos veces con la misma piedra, qué digo dos, tres y cuatro e infinitas veces he tropezado yo. Pero ahora ya no, ahora va en serio, así que no te me acerques, no vengas a mi lado ni me hagas arrumacos que no van a funcionar. Te tenía mucho cariño, te quería con locura, pero ya no queda nada de ese amor tonto que nada más que me llevó a vivir en un infierno. Es una decisión tomada y firme y no, no hay nada que puedas hacer para que cambie de opinión. Eso de estar juntitos en el sofá viendo una película, de compartir paseos al atardecer y puestas de sol en la playa, de dormir abrazados bajo las mantas en las frías noches de invierno, todo eso a partir de mañana pasará a formar parte del pasado. Y fíjate que esta noche, cuando me metí en la cama y te abracé, pensé que no se volvería a repetir, bueno en realidad lo pienso todas las noches. Me pueden los recuerdos, porque no me digas que el día que nos conocimos no fue especial, nos miramos y fuimos al encuentro uno del otro, como si nuestro destino estuviera escrito y nada ni nadie pudiera cambiarlo. Tú eras para mí y yo para ti, me sentí tan feliz, tanto, que no soy capaz de expresarlo con palabras. Era como si me hicieras... cosquillas en el corazón, eso, eso es lo que sentí. En aquel momento ni por la imaginación se me pasó que pudiera equivocarme contigo. Pensé que eras diferente a todos los que había conocido antes, algo había en tus ojos que me lo decía, esos ojos oscuros, profundos, que me acariciaban con la mirada cada vez que se posaban en mí.... Sí, tal y como estás haciendo ahora, lo que pasa que ya no cuela, corazón, ya estoy escarmentada contigo y no vas a poder hacer nada para que mi amor por ti renazca, ni hablar, que yo puedo ser una ingenua, pero de tonta no tengo un pelo. Y no te creas que no me duele hacer esto, claro que me duele y mucho, más de lo que te imaginas, pero no hay nada que hacer, es una decisión tomada y ya no hay vuelta atrás. A partir de mañana tú seguirás tu camino y yo el mío. A lo mejor tienes suerte y encuentras a otra que te quiera con todos tus defectos y tus virtudes, que a lo mejor es lo que debiera hacer yo, al fin y al cabo es lo que dicen que es el amor verdadero, aceptar al otro tal y como es, pero yo no puedo, qué quieres que le haga. Quizá es que no estoy hecha para convivir con nadie, que mi destino es la soledad, puede ser, y si es así tendré que asumirlo, no me quedará más remedio. Será duro, muy duro, porque la soledad no buscada es algo horrible, dímelo a mí, que llevo toda la vida sintiéndome sola. Llegar a casa y encontrármela vacía, sin nadie que te reciba en la puerta, sin nadie con quien compartir una comida o una cena, sin nadie con quien comentar la película que echan en la tele... sin nadie para nada. Pero bueno, no quiero ponerme melancólica, no vaya a ser que la tristeza me lleve a cambiar de opinión, que me conozco y soy una blanda.
¿Sabes? Cuando era muy jovencita conocí a alguien como tú. Fue el único amor de mi vida, aparte de ti, y con él las cosas fueron distintas. Sí, ya sé que las comparaciones son odiosas, pero si te acepté fue porque creí que todo sería tan maravilloso como con él. El otro día se lo comentaba a mi amiga Maruchi y me decía que claro, que lo difícil es la convivencia, que el otro no vivía conmigo, en mi misma casa y a lo mejor es eso, tiene razón, no debo estar hecha para aguantar a nadie que pretenda manejar las riendas de mi hogar, ya ves tú. Y es una pena, porque no te puedes imaginar con la ilusión que yo comencé este camino contigo, un camino que ahora se bifurca, tú por tu lado y yo por el mío. En fin, siento mucha pena de que esto se termine, pero así son las cosas, qué se le va a hacer”
La señora Delfina colocó el paño húmedo de secar los platos encima de la olla que contenía el estofado de lentejas que se acababa de preparar para el almuerzo. Se sentó en la banqueta que estaba al lado de la ventana y le miró a él, que desde la puerta de la cocina había estado escuchando su perorata, como todas las mañanas. Se acercó a ella con cautela, buscando una caricia, una palabra de cariño, algún gesto que le demostrara, una vez más, que todo aquello que había escuchado era mentira.
-No insistas, Wody – repuso una vez más la señora Delfina – te he dicho que se acabó y esta vez va en serio. Ya estoy harta de que todos los días te hagas pis y demás porquerías en la alfombra del salón. Maldito chucho.
Acarició la cabeza del animalito, que comenzó a menear el rabo con fuerza, consiguiendo despertar el lado más tierno de la mujer, que sonriendo feliz le dijo.
-Ay, perro cochino, cuándo aprenderás. Te voy a dar una última oportunidad, una sola, eh. Como esta noche te vuelvas a hacer caca y pis, mañana te llevo a la perrera sin dudar ni un instante.
Y Wody comenzó a dar saltos, como si entendiera de que, a pesar del discurso de todas las mañanas, Delfina nunca lo echaría de casa. Se querían demasiado.


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