No Queda Nada - Esperanza Tirado







Hoy me he vuelto a acordar de ti. Después de tanto tiempo... Ocho años, o fueron diez, o tal vez más. El tiempo vuela. Soy un desastre para recordar fechas. Y, a veces, es mejor olvidarlas del todo.

El caso es que caminando por la calle he sido testigo de una pelea de una pareja, muy jóvenes y muy guapos los dos, como de anuncio.
Me he tenido que parar a mirar, casi disimulando, igual que otros viandantes, porque el escándalo era mayúsculo. Se decían de todo el uno al otro, más ella a él, quien a veces agachaba la cabeza, temeroso.

Y de pronto me he visto reflejado en él. En sus gestos, de impotencia ante ella y su energía. En su mirada, de amor, de miedo, de vergüenza, de incomprensión... Ella gritaba y gritaba, y le recriminaba cosas absurdas, como tú hacías conmigo.
A punto he estado de intervenir. Pero ha llegado un coche de los municipales y han sido ellos quienes les han separado. Les ha costado calmarla, pero finalmente ella ha accedido a entrar en el coche patrulla y se han ido. No sé si a la comisaría, al hospital o a llevarla a su casa.

Mientras, él se ha quedado allí, sentado en mitad de la acera, llorando. Un hombre de casi dos metros, llorando. Parecía un niño, perdido e inconsolable.
También he pensado en acercarme a él, abrazarle, decirle que siento mucho el mal trago. Que yo pasé por lo mismo. Que a veces es mejor dejarlas que griten. Aunque salgan venenos casi letales. Luego recordé nuestra última pelea a gritos, que pasaron a golpes y también llegó la policía, avisada por algún vecino. Y decidí que mejor era dejarle solo con su pena y su vergüenza.
Y he entrado en El Corte Inglés, con el corazón encogido, y me he ido derecho a la sección de discos, a la zona de baladas románticas. Ya no están aquellas (quizás ya ni las editen) que tanto te gustaba escuchar después de nuestras cada vez más frecuentes peleas. Suaves, tristes, trágicas. Decías que te calmaban el alma. A mí me ponían más nervioso aún. Pero te dejaba con tu música y yo salía a dar una vuelta, a fumarme un cigarrillo tras otro, para serenar, o agitar más todavía, mis nervios. Y a pensar y repensar nuestro futuro como pareja.

¿Qué había sido lo que me atrajo de ti al principio? Ya no lo recordaba. Tu mirada dulce se había perdido entre aquellos ojos enrojecidos de ira que tan a menudo dejabas explotar. Tu pelo, liso y sedoso, se había vuelto crespo y electrificado. Tus manos, pequeñas y tan bien cuidadas, fueron presa de sabañones, padrastros y sequedades. Tu voz tan agradable y melodiosa, casi seductora cuando me susurrabas al oído, se volvió una especie de graznido insoportable.
Aquella ya no eras tú.

No entendía lo que te estaba sucediendo hasta que te dio aquel ataque convulsivo. No sé cómo pudimos llegar al hospital vivos. Yo era puro nervio al volante. Pero llegamos.
Y, mientras esperaba el diagnóstico en la sala de urgencias, llegó tu familia, a quien tanto temías presentarme. Reconocí a tu madre enseguida, erais dos versiones de una misma belleza. Nos abrazamos, lloramos, nos consolamos. Y, después abracé y lloré con tu padre y con tu hermano.
Y compartimos cafés, más llantos y muchas explicaciones sobre tu situación. Sobre esa extraña enfermedad que te avergonzaba y deformaba.
     Es mejor que sigas tu camino. –Me dijo su padre, lloroso.

     Gracias por haberla querido tanto. Eres un buen hombre. Pero te mereces la oportunidad de un amor que de verdad te corresponda, te comprenda y que no te haga sufrir. –Ay, las madres, qué haríamos sin ellas. Ella hubiera sido una gran suegra.

     Es mi hermana. La quiero. Pero me da miedo pensar que le haga daño a alguien, aparte de a sí misma.
Yo les escuchaba, o lo intentaba, intentado encontrar algún sentido, pero las lágrimas no me dejaban pensar con claridad.

Tres días después abandonaste el hospital, acompañada de tus padres. Y no te volví a ver. Tu hermano me llamó, mantuvimos contacto telefónico durante algunos meses. Me decía que estabas bien cuidada. Que no me preocupara. Que rehiciera mi vida. Y que fuera feliz.

No lo fui hasta mucho tiempo después. Me cambié de ciudad, de teléfono, de amigos, de trabajo. Tuve varias parejas y volví a vivir una vida plena.
Quise borrar todas tus huellas. Y pensaba que lo había conseguido. Hasta hoy.

Es muy difícil ocultar aquellas que una historia como la nuestra deja en el alma.
A pesar de los golpes, seguimos viviendo. Y a veces miramos atrás por si todavía no nos hemos alejado lo suficiente.





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