Estaba harto del tamborilero, de los putos peces que beben en el río y del 25 de diciembre, fun, fun, fun. El último día de trabajo antes de las vacaciones, al pasar frente a una agencia de viajes, un anuncio llamó poderosamente mi atención: “Disfruta esta Navidad en la playa”. Era una oferta que me podía permitir y no lo dudé un momento.
Fue
un viaje pesado, pero en cuanto llegue al hotel y vi la paradisíaca
playa desde la terraza de mi habitación, supe que iba a ser el
dinero mejor invertido de todo el año. Decidí bajar primero a tomar
una copa a la piscina del hotel y otear el panorama. Era un lugar
idílico. Estaba apurando mi cuarto cóctel cuando vi a unos músicos
subir al escenario lateral de la piscina dispuestos a dar un
concierto y justo al lado, caminando hacia la barra del bar donde yo
estaba, apareció una diosa hecha mujer que se sentó en el otro
extremo.
Le
pedí el quinto cóctel al camarero y le pregunté por ella. “Solo
sé que se llama Belén y que no tiene pareja, al menos en el hotel
no” me respondió. “Ponle lo que suela tomar, pago yo” le dije.
Mientras el camarero le servía el cóctel y apuntaba con el dedo
hacia mí, ella me miró y sonrió. Avancé despacio pero decidido,
saboreando el momento. La situación era mágica. La orquesta empezó
a tocar…
“Hacia
Belén va una burra rin rin yo me remendababa…”
Quedé
paralizado, el cóctel se deslizó de mi mano haciéndose añicos
contra el suelo y ella se cayó de la silla del ataque de risa.
Y
aquí sigo, en la recepción del hotel, esperando a que vuelva del
hospital. No parecía ser muy grave salvo los cortes.
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