Relato inspirado en la fotografía
Lucas
miraba a través de los amplios ventanales. Al otro lado le enseñaba
la cara un día de marzo frío y lluvioso, como corresponde a los
meses invernales. Arriba, en el cielo, las nubes se deslizaban con
rapidez, hostigadas por un viento gélido y violento. Deseó sentir
en su cuerpo esa sensación desapacible. Empaparse de frío, lluvia y
vida. Al otro lado del cristal, donde estaba él, reinaba un verano
cálido y pegajoso que se adhería a la piel y secaba la garganta.
Acababa de hablar con el médico. No le había dicho nada que no
supiera. El tiempo se acababa. Había batallado durante dos largos, y
a la vez cortos años, pero había llegado el momento de parar, de
aceptar su destino con resignación y finalizar sus días con
dignidad. Ya no sentía la rabia, la impotencia y la angustia de los
primeros tiempos. Ahora se encontraba nadando en una nube de calma
dulce y relajada. Se sentía preparado, pero antes quería pasar unos
días con Elena en la casa de la playa. Los dos solos, lejos de
hospitales, familia y amigos. Se lo diría esa tarde, cuando fuera a
verlo.
Elena
y sus suegros también habían hablado con el médico y sabían que
el fin estaba próximo.. Cuando Lucas les expresó su deseo lo
miraron perplejos. ¿Cómo vais a ir los dos solos? preguntó la
madre, llorosa y asustada. ¿Y si....? la pregunta se heló en los
labios del padre. Elena no decía nada. Temblaba solo de pensar en
quedarse sola con Lucas, sin tener cerca un hospital, familia o
amigos, alguien a quién llamar si era necesario. Sin embargo, cuando
Lucas, con voz tranquila, dijo que era su última voluntad todos
supieron que debían sacrificar sus miedos para darle un poco de
felicidad.
Elena,
mientras preparaba el equipaje, lloraba pensando en que esa era su
última escapada con Lucas. Ella había sido siempre la que preparaba
viajes, escapadas, cenas románticas, visitas a spas...haciendo que
Lucas la siguiera con suaves protestas...estamos gastando mucho,
deberíamos ahorrar, si un día nos pasa algo...Elena se reía ¿qué
les podía pasar? Eran jóvenes, sanos, alegres y con buenos sueldos
¿qué más podían pedir? La vida es para vivirla, decía Elena, y
él se dejaba arrastrar, feliz y confiado, a donde ella lo llevara.
Sin embargo, un mal día, Lucas comenzó a encontrarse mal:
cansancio, mareos, dolores...nada preciso y todo impreciso. Llegaron
las consultas médicas, las pruebas, las hospitalizaciones y el
diagnóstico fatal que dio un vuelco inesperado a sus vidas,
llevándose el color y la alegría y llenándola de sombras.
La
vida joven y risueña se había disipado como las nubes revoltosas de
primavera. Un año después, Lucas necesitaba ayuda para las tareas
más sencillas, aunque nunca se quejaba. Se acabaron los viajes, las
cenas románticas y los sueños. Elena trabajaba y lo cuidaba. Esa
era ahora su vida. Una vida dura, triste, cruel, sin esperanza,
viendo como el amor de su vida se consumía día a día, sin que ella
pudiera hacer nada por retenerlo a su lado.
En
la casa de la playa, Lucas, que solía levantarse a media mañana, se
deslizaba de entre las sábanas antes de amanecer, para sentarse,
bien abrigado, en la mecedora situada delante de la amplia cristalera
desde donde se veía el mar. Allí, arropado por las sombras y el
silencio, se sentía feliz a la espera de ver el sol emerger de entre
las aguas. Después, cuando el astro rey hacía acto de presencia,
volvía a la cama y se apretaba muy fuerte contra el cuerpo cálido
de Elena. Seguían horas de caricias suaves y besos delicados, los
dos abrazados como si se tratara de un solo ser, los dos corazones
latiendo al unísono.
A
media tarde, Elena salía a dar un paseo por la larga y solitaria
playa. Enfundada en su abrigo de plumas, su cabeza protegida por un
gorro de lana, sentía la caricia del frío como un bálsamo,
mientras sus lágrimas fluían como las aguas de un arroyo rabioso, y
después gritaba con todas sus fuerzas, fundiendo sus gritos con el
rugido de las olas al romper en la orilla. Se sentía sola, alejada
de todo su mundo, desamparada, temiendo que en cualquier momento se
produjera el temido desenlace...aunque Lucas parecía tan feliz.
La
semana pasó y llegó la hora de volver a casa, dejando atrás
momentos inolvidables de amor y ternura. Lucas murió veinte días
después y el corazón de Elena quedó desgarrado. No había nada ni
nadie que pudera calmar ese dolor que se había adueñado de su
cuerpo y de su alma. El tiempo lo cura todo, le decían, intentando
consolarla. Ella sabía que esa herida no cicatrizaría nunca. Había
hecho por Lucas cuanto estuvo en su mano, pero a menudo la asaltaban
los remordimientos...podía haberlo cuidado más, le tenía que haber
dicho más veces que lo quería, teníamos que haber quedado más
tiempo en la casa de la playa...El tiempo pasaba y Elena no lograba
sobreponerse al dolor y a la pena. Acabó en la consulta de un
psiquiatra que al ver que no conseguía ayudarla a salir de sus
postración, ni a que dejara de sentirse culpable, le recomendó que
fuera a pasar unos días a la casa de la playa de la que no dejaba de
hablar en todas las sesiones. Elena cuando escuchó la recomendación
del psiquiatra no solo no sintió rechazo, sino más bien algo
parecido a la felicidad. Fue sola, pese a las quejas de su madre.
Cuando entró en la casa, las lágrimas y los recuerdos entraron con
ella. Se sentó en la mecedora, frente a la cristalera, y allí pasó
varias horas hasta que el sol fue devorado por el horizonte. Al día
siguiente, salió a dar un paseo por la playa, sintiendo una paz
olvidada, dejándose mecer por el viento y el rumor de las olas de un
mar en calma. De pronto, ante sus ojos, apareció una botella de
vidrio transparente con un mensaje en su interior. Sonrió pensando
en cuántas veces le había dicho a Lucas la ilusión que le haría
encontrar una botella con un mensaje en una playa desierta, como en
las películas. La cogió. No parecía haber sido traída por las
olas. Estaba limpia, como si una mano cuidadosa la hubiera colocada
allí para ella. Quitó la escasa arena con la manga de la chaqueta,
la apretó contra su pecho y volvió a casa. Una vez allí se sentó
en el porche dispuesta a leer el mensaje. Un grito de asombro escapó
de su garganta.. Era la letra de Lucas. Miró a su alrededor pensando
que alguien le estaba gastanto una broma macabra. No vio a nadie.
Comenzó a leer. Las lágrimas resbalaban por su rostro mientras las
palabras de Lucas se asentaban en su corazón. Era una carta de amor
hermosa, llena de ternura. Elena acabó de leerla. Acarició la carta
mientras su mirada se perdía en el mar, preguntándose a quién le
habría encargado Lucas que dejara la botella en la orilla,
preguntándose cómo sabría Lucas que un día volvería a la casa de
la playa. Se sentía desconcertada y alegre a un tiempo. En realidad
¿qué importancia tenía quién hubiera sido? Lucas, desde el más
allá, le declaraba su amor eterno de la manera más bonita que
hubiera podido imaginar y eso era lo único importante.
Unos
días después, Elena dirigió la mirada por última vez a la casa
que había representado tanto en su vida. Llenó sus ojos con esa
visión y, apretando contra su pecho la botella, se despidió de ella
para siempre dispuesta comenzar una nueva vida.
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