A las mujeres
siempre nos han tachado de histéricas. Pues qué quieren que les
diga, yo nunca lo entendí. ¿Histéricas por qué? ¿Porque nos
enfadamos cuando el contrario se pasa la tarde de los domingos
cerveza en mano mirando el fútbol, o lo que toque, sin hacernos ni
puto caso? ¿Porque cuando llegamos a casa de trabajar todavía
tenemos que fregar, limpiar el cuarto de baño, limpiar el polvo,
poner lavadora, tender la colada, recoger la colada, planchar, hacer
la comida para el día siguiente, ayudar a hacer los deberes a los
niños, llevarlos a natación, a inglés y bla, bla, bla mientras el
maridito se tira en el sofá, se quita los zapatos y se queja de que
está muy cansado y eso nos pone del hígado y soltamos gritos por
doquier? No, señores, las mujeres no somos histéricas, las mujeres
nos enfadamos cuando nos tocan mucho las narices, como todo hijo de
vecino, y en mi opinión es mucho más lógico cabrearse por todas
esas cosas, que porque pierda el partido de fútbol el Real Madrid, o
el Sporting. Que sí, que sí, que los caballeros se enfadan por esas
tonterías. Sin ir más lejos, mi hermano una vez se cabreó tanto
cuando perdió el Barça un partido, que le dio una patada el mueble
del salón y lo rompió. Claro que por aquel entonces aún vivía con
mi madre, que la pobre se puso histérica ante semejante desaguisado,
y dando unos alaridos impresionantes le dijo que al día siguiente
quería un mueble nuevo. Y lo tuvo vaya que sí. Si es que al final
nuestros histerismo sirve para que los hombres se comporten como
corderillos.... ¿O no? Bueno no sé, el caso es que, entrando en el
tema, un día se me dio por investigar por qué leches el histerismo
se relacionaba con el género femenino y me puse buscar por
internet. Oh internet, ese mundo en el que encuentras de todo, que
vete tú a saber si las cosas que ahí se dicen son o no verdad.
Porque la información que encontré fue alucinante.
Resulta ser que el
histerismo femenino era una enfermedad diagnosticada en la medicina
occidental hasta mediados del siglo XIX. En la época Victoriana se
identificaba con una serie de síntomas como desfallecimientos,
insomnio, retención de fluidos, espasmos musculares, respiración
entrecortada... y el mejor de todos, no se lo pierdan, tendencia a
causar problemas. Manda narices. ¿Y qué tipo de problemas? ¿Y por
qué las mujeres? ¿Qué pasa? ¿Que los machos ibéricos no causan
problemas?
Pero no se lo
pierdan, lo mejor de todo era los remedios aplicables para curar la
enfermedad, y es que las mujeres diagnosticadas de histeria debían
recibir un tratamiento denominado masaje pélvico, estimulación
manual de sus genitales por el doctor, hasta llegar al orgasmo, que
en el contesto de la época se llamaba paroxismo histérico. ¿Qué
les parece? A mí me parece que los médicos de la época Victoriana
eran unos hijos de su madre y unos aprovechados. Porque ya me dirán
si no lo tenían fácil. Llega una mujer a la consulta y le dice: es
que me encuentro mal, tengo insomnio, retención de fluidos,
tendencia a causar problemas y tal... y si la tía estaba de buen ver
el diagnóstico estaba claro: histeria y hala, vamos al tratamiento.
Cómo se tenían que poner los muy cochinos. Porque también había
otro remedio que eran lavados vaginales a presión pero no, eso
seguro que no lo recomendaban, seguro que decían que era más
efectivo el masaje y más seguro y qué sé yo. Y así.... hala, a
ponerse las botas tocando chochos. Fíjense si eran listos, que un
galeno de esos, elaboró una lista de setenta y cinco páginas con
posibles síntomas de la histeria y dijo que no estaba completa. Eran
tantos, que tú llegabas a la consulta y le decías, me duele el dedo
gordo del pie izquierdo y te decía el médico, es usted una
histérica, venga, échese en la camilla que la voy a poner mirando
para Cuenca. Y se quedaban tan anchos
Pero los médicos
de aquella época eran muy listos, los cabrones, porque claro,
ustedes imagínense que diagnosticasen muchos casos de histeria...
podría llegar a ser mosqueante ¿no? Sobre todo para los maridos de
las susodichas, aunque también es cierto que las más afectadas eran
vírgenes, monjas y viudas, las casadas al parecer nunca fueron muy
histéricas, pero bueno a lo que iba, que para disimular, los muy
cochinos empezaron a poner excusas: que si el tratamiento tenía que
ser constante, que la técnica era difícil de dominar ( y tanto,
diría yo) con lo cual el masaje se podía hacer muy tedioso hasta
llegar al paroxismo histérico y entonces lo que intentaron fue
derivar a las pacientes a las comadronas. Yo estoy convencida que lo
hacían por disimular. Ah y si la mujer estaba casada directamente le
recomendaban que follara más, yo creo que para evitar los cabreos
maritales, que seguro que a más de uno le anduvieron con la cara,
que se lo digo yo.
Y fíjense
ustedes, que mientras iba yo digiriendo toda esta información, al
mismo tiempo iba pensando que si tan agotados quedaban los
espabilados doctores de dar los tediosos masaje... coño, pues que
inventaran algún aparato o algo así. Pues sí, eso hicieron, a
mediados del siglos XIX no había balneario de lujo en Estados Unidos
que no tuviera el aparatito de marras para prevenir los ataques de
histeria y a finales del mismo siglo se utilizó por primera vez en
un asilo en Francia. En un asilo, con una vieja se supone, manda
huevos. Hasta las ancianas les servían a esos guarros. El aparato en
cuestión fue el precursor del vibrador y llego a venderse muy bien,
así en un estuche con accesorios y todo, para uso casero. Vamos como
hoy.
¿Se imaginan
ustedes que todo eso ocurrieran ahora, en pleno siglo veintiuno?
Porque claro, ahora nos llaman histéricas y se quedan tan anchos y
estoy segura de que la mayoría de los que nos cuelgan semejante
sambenito no tienen ni idea de la historia de tan extraña dolencia.
En fin, que no somos histéricas ni mucho menos, que cuando nos
cabreamos tenemos nuestros motivos, tantos como la larga lista de
setenta y cinco hojas que hizo el médico aquel con los síntomas de
la enfermedad. Ahora, yo les aseguro una cosa, hoy en día,
dependiendo del médico en cuestión, más de una pagaría para que
le diagnosticaran de histeria y le aplicaran el remedio, aunque
fingiera los síntomas.
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