Esta novela consta de 17 capítulos a los que se añadirán varios finales.
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Capítulo 3
Era la cuarta mañana que Beatriz se despertaba en casa de Carlos. Estaba siendo su ángel salvador, abriéndole su casa y dándole apoyo sin reservas. Y su mujer, Sandra, que no la conocía más que de alguna cena del hospital, había aceptado su historia y la había escuchado con atención y serenidad. La tarde anterior la habían pasado las dos solas sentadas en el sofá, con muchos cafés, hablando hasta que se hizo de noche. Sólo echó de menos a su querida Marilín que, por la alergia de Sandra, había tenido que quedarse en una guardería. Beatriz descubrió en Sandra una oyente maravillosa, más parecida a una psicóloga que a una profesora de bachillerato. Prácticamente le contó toda su vida, sobre todo en lo relacionado con Lola. Cómo su madre las vestía igual de pequeñas y se parecían tanto que ni siquiera ella podía distinguirlas. Cómo Lola había ido creciendo a la sombra de Beatriz, muy a su pesar, copiando sus aficiones sin forjarse una personalidad propia. El infierno de la adolescencia, cuando se hacía pasar por ella, y le estropeaba todas las relaciones de amistad y de primeros amores. Sus padres habían visitado a varios especialistas, pero Lola era una gran actriz, y había continuado igual hasta que Beatriz se fue a la universidad, afortunadamente en otra ciudad, y pudo empezar a vivir su vida sin ella.
Y ahora allí estaba de
nuevo. Intentando estropear todo lo que Beatriz tenía, por razones
que no llegaba a entender.
Carlos llegó del turno de
noche cuando Sandra ya se había ido al trabajo, y encontró a
Beatriz desayunando en la cocina. Se paró en el umbral y la miró
con una gran sonrisa a la que ella correspondió con cariño.
–Me ducho en un minuto –le
dijo. Y, efectivamente, eso debió de tardar, porque Beatriz seguía
sentada con su café cuando Carlos apareció de nuevo, con el pelo
húmedo, una toalla blanca sujeta alrededor de la cintura y descalzo.
Se sintió un poco incómoda de verlo así, le parecía demasiado
íntimo, pero no lo demostró. Después de todo él estaba en su
casa, en su territorio, y no iba ella a poner las normas. Pero Carlos
se le fue acercando despacio y algo en su mirada, en su sonrisa
apenas insinuada, la hizo ponerse tensa. La rodeó, se colocó a su
espalda y posó sus manos sobre sus hombros, de manera acariciante,
como un pequeño masaje.
–Carlos…
Él le levantó el pelo y le
acarició la nuca con sus labios.
–Carlos… -repitió ella,
un poco asustada, deseando que aquello no estuviera pasando, no tener
que rechazarle y quedarse sin el ancla que tanto necesitaba.
–Este pijama no es muy
sexy, pero estás preciosa igual –le dijo susurrante, a la vez que
sus manos se movían, a punto de alcanzarle los pechos.
Beatriz se levantó de un
salto y se alejó unos pasos.
–Carlos, no, ¿qué haces?
Yo no soy así.
–Sí que lo eres, Bea.
–¿Qué? ¿Por qué? Si te
he dado pie a pensar… perdóname… yo nunca… Por Dios, aunque me
estuviese muriendo de ganas, después de cómo Sandra se ha portado
conmigo…
Carlos se puso un poco serio.
–Ayer no pensabas en
Sandra.
Beatriz se quedó
estupefacta.
–¿Ayer?
–Si, Bea, ayer. Cuando me
llevaste a tu casa con la excusa de cambiar la cerradura.
–Ayer no salí de aquí.
Estuve con Sandra toda la tarde, puedes preguntárselo.
–Claro –Carlos reía sin
ganas-- Cariño, dime, ¿dónde estaba Beatriz? ¿Estaba contigo o
estaba conmigo follando como una loca?
–Carlos… –Beatriz no
sabía qué decir, ni qué pensar. Empezaba a darle vueltas la cabeza
y no quería desmayarse otra vez.
–Mira, si ahora te
arrepientes, puedo aceptarlo. Pero lo que pasó, pasó.
A la mente de Beatriz acudió
la imagen de Lola, con Carlos y en su propia cama, y tuvo que
sentarse para no caer. A la vez, fue naciendo un sentimiento de
decepción hacia él, que había participado aunque fuese engañado.
–Bueno. Creo que has
conocido a mi hermana. Cuéntame que más pasó.
Y Carlos le contó cómo
había recibido la llamada, que él creía de Beatriz, poco después
de empezar su turno. Ella había comprado una cerradura nueva y
estaba ansiosa por cambiarla, así que él había hecho milagros para
escaparse un rato del hospital y acompañarla, porque le aterraba ir
sola a su casa. Le ahorró los detalles del encuentro sexual y le
dijo que la había dejado allí, bien entrada ya la noche, y había
vuelto al hospital.
Beatriz lloraba en silencio,
dejando que las lágrimas corrieran por su cara sin hacer ademán de
limpiarse. ¿Hasta dónde pensaba llegar Lola? ¿Y Carlos? Sentía
una tristeza enorme, dándose cuenta de que era un hombre normal y
corriente, de que era capaz de acostarse con quien él creía que era
ella, a pesar de tener a su lado a una mujer preciosa por dentro y
por fuera. Era una dolorosa caída del pedestal.
Pero Beatriz siempre había
sido una mujer fuerte y pensaba seguir siéndolo. Así que respiró
hondo, se recompuso como pudo y se puso en pie.
–Medidas drásticas –dijo--
Voy a vestirme y a salir. Buscaré un tatuador y marcaré en mi
cuerpo una diferencia bien visible con mi hermana. Algo que vea todo
el mundo, incluso la cámara de vigilancia de un banco.
–Drástico, sí –dijo
Carlos-- Pero no me parece mala idea.
Antes de que Beatriz pudiera
abandonar la cocina, sonó su teléfono. Lo miró con algo de miedo
al no reconocer el número, pero contestó. Y al colgar, sonreía.
--Tengo que ir a comisaría
–dijo-- No me han dado detalles, no sé si habrán encontrado a
Lola. ¿Vienes conmigo?
Cuando al llegar a la
comisaría les dijeron que no había rastro de Lola, Beatriz respiró
aliviada. No se había dado cuenta, pero le aterraba encontrarse a su
hermana cara a cara, no sabía qué podría decirle, ni qué esperar
que ella le dijera.
Les condujeron a un cuartito
minúsculo, igualito a tantos que había visto en las películas, con
un panel de botones y media pared de cristal, a través del cual se
veía otra habitación, también como en la tele, toda pintada de un
verde horrible, con una mesa y dos sillas en el centro. Solo había
una persona ocupando una de las sillas: su amiga Rebeca.
Beatriz se volvió extrañada
al policía que les acompañaba.
- ¿Qué pasa? ¿Qué hace
ella aquí?
- Sólo queremos hablar con
ella. Es una de las pocas personas que conoce a su hermana Lola.
Beatriz no pudo preguntar
más, porque un policía muy serio acababa de entrar y sentarse
frente a Rebeca, colocando una carpeta de cartulina entre ellos.
Aquello cada vez se parecía
más a un telefilm de sobremesa.
–Buenos días. Ante todo,
gracias por venir.
Rebeca asintió con la
cabeza.
–¿Desde cuándo conoce a
Beatriz Salgado?
–Desde la universidad, hace
un siglo.
–Pero usted no estudió
enfermería.
–No. Pero estábamos en el
mismo colegio mayor y acabamos compartiendo habitación.
–Es usted informática.
¿Podría hackear una cuenta de correo de google?
Beatriz se tapó la boca
ahogando un grito. ¿Sospechaban de su amiga? Volvió a prestar
atención a lo que ocurría al otro lado, y vio sonreír a Rebeca.
–Cualquier informático
podría, pero eso no se hace.
–Bueno, no importa. Hábleme
de Lola Salgado.
–Pues al parecer está algo
desequilibrada.
–Eso ya lo sabemos. Pero
hábleme de lo que sabe usted.
–Bueno, yo conozco su
historia a través de Beatriz. Es un tema que le duele y que evita,
pero en tantos años de amistad lo sabemos todo la una de la otra. Es
algo así como que Lola siempre quería ser igual que Beatriz. Y
ahora parece que se hace pasar por ella.
–¿Cuándo la vio por
última vez?
–Puf… Hace años y años.
Estaba en el último año de carrera y un día, al volver a mi
habitación, la encontré allí. De hecho, hasta que no me dijo que
era Lola, creí que era Beatriz. Son idénticas.
–¿Y qué pasó?
–Quiso ponerme en contra de
mi amiga, contándome cosas que yo sabía que no eran ciertas. Como
yo ya estaba en antecedentes sobre ella, no le hice caso. La eché de
la habitación y no volví a verla.
–Nunca me lo había contado
–susurró Beatriz.
–Otra pregunta –el
policía continuaba-- ¿Ha notado comportamientos extraños en su
amiga últimamente?
–Hombre, si eso me lo
pregunta hace unos días le hubiera dicho que sí; pero ahora ya sé
que la explicación está en Lola.
–De acuerdo. Una última
cosa: ¿Tiene usted copia de las llaves del piso de Beatriz?
–Si. Y ella del mío.
Beatriz no dijo nada, pero no
le gustaba el rumbo que estaba tomando aquello.
El policía al otro lado del
cristal, empujó la carpeta hacia Rebeca.
–Mire esto y dígame qué
le parece. Y le aseguro que está absolutamente contrastado, incluso
en la prensa de la época a través de hemeroteca.
Beatriz vio como su amiga
Rebeca cogía los papeles con una cierta inseguridad, y como su
rostro se volvía pálido al leerlos.
–¿Qué le han dado? ¿Qué
es eso? –preguntó en alto.
El policía la miró con
gesto grave antes de contestar.
–Es el certificado de
defunción de Beatriz Salgado Cuesta. Muerta en un accidente en la
playa a los diecisiete años.
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Me parece estupenda la idea de escribir una historia entre varias personas. Lástima que no viva cerca para participar en vuestro taller. Espero impaciente por el próximo capítulo.
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