Aquella melodía - Gloria Losada




Cuando regresé a Madrid sabía que volvería. Había pasado un mes en Quenslad, Australia, invitada por un amigo que vivía y trabajaba allí desde hacía mucho tiempo. Tuve que ahorrar durante años para hacer semejante viaje, mi sueldo de dependienta en una tienda de comestibles no daba para muchas alegrías, sin embargo mientras el avión tomaba tierra en el aeropuerto de Barajas, tuve la certeza de que de la manera que fuera yo tenía que volver. El arrecife de coral ejercía un influjo hipnótico sobre mí sin que lo pudiera evitar.
Jorge me había llevado a visitar el arrecife dos o tres días después de mi llegada. Desde entonces, todas las mañanas, me levantaba temprano y me iba allí, cerca de la barrera coralina que despertaba en mí sensaciones extrañas que ni yo misma sabía identificar. Era como si aquellos minutos mi cuerpo fuera transportado fuera transportado hasta el mismo fondo del mar y yo formara parte de la fauna marina. No sé, puede que fueran tonterías mías, pero yo estaba segura de que volvería y así viví durante unos meses, ahorrando como una loca para volver a Quenslad y visitar mi barrera de coral.
Cuando ya tenía sacados de nuevo los billetes mi amigo Jorge regresó a España definitivamente, truncando así mis planes de hacerle una nueva visita. Si pagar el viaje ya era caro, la estancia era imposible. Sin embargo mi amigo me animó a continuar con mis planes.
-Todavía no he dejado la casa – me dijo – Así que te pueden quedar allí. Además, tendrás que hacer alguna visita porque Mike, el violinista, no deja de preguntarme por ti cada día.
Yo no conocía a ningún violinista, y menos en Australia, y así se lo hice saber a mi amigo, que me miró arqueando las cejas y me habló como si se dirigiera a una loca:
-¿Qué no conoces a ningún violinista? Pero si Mike se acercaba a casa todas las mañanas, apenas te despertabas, y se ponía a tocarte al violín cualquier melodía que le pidieras. Es imposible que lo hayas olvidado.
No dije nada, Jorge tenía razón, debería ser imposible mi olvido, sin embargo el recuerdo que yo tenía en mi mente eran las mañanas frente al arrecife de coral. ¿Acaso me estaría volviendo loca?
Me pasé el día preocupada y con el paso de las horas la preocupación se tornó en irritación. Para colmo, cuando al caer la tarde regresé a mi casa, la pareja del quinto estaba enzarzada en un discusión estúpida sobre quién iba a ganar el igualmente estúpido partido de fútbol de aquella noche. No soportaba los gritos de los vecinos y menos los de aquellos dos idiotas, que no sabían más que discutir por tonterías cada dos por tres. Así que salí de casa sin rumbo fijo y sin dejar de darle vueltas a mi historia con el violinista que yo desconocía. En un arrebato no sé de qué me metí en una agencia de viajes que estaba a punto de cerrar y saqué un billete de avión para Quenslad. La cuenta me quedó casi a cero, pero tenía que saber qué me estaba ocurriendo.
Cuando llegué me dirigí a la casa de mi amigo y allí permanecía tres días encerradas sin saber qué hacer. La cuarta mañana se presentó un muchacho con un violín, debía de ser Mike. Su cara me sonaba ligeramente, y le dejé entrar.
-¿Qué quieres que te toque hoy? – me preguntó sin ni siquiera saludarme.
-No sé, lo que te apetezca, le respondí.
Hizo amago de comenzar a tocar su violín, pero yo no escuché nada, yo me vi saliendo de casa y caminando hacia la barrera coralina que tanto me atraía. Frente a ella estuve sentada no sé cuánto tiempo y cuando regresé a casa Mike ya no estaba. Volvió al día siguiente, pero esa vez le dije que no tocara nada, que simplemente se quedara conmigo. Se echó junto a mí en la cama y le miré, por primera vez me fijé en su rostro, en sus ojos azul claro, tan claro que parecían transparentes y me di cuenta de que en ellos se reflejaba esa barrera de coral que tanto me atraía.
-No quiero que toques más el violín – le dije – Simplemente regálame tus ojos.
Me regaló sus ojos y su vida. Y no quise escuchar más aquella música que me hacía perder el sentido y me transportaba a un mundo hipnótico que no deseaba. Me conformé con el hechizo de sus ojos. Para siempre.






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