Guardiana del agua - Esperanza Tirado

                                   



Se decidió a salir y estirar las alas. Llevaba varios días con sus noches dentro de la cueva, evitando el abrasador Sol.
Los nervios de sus delicadas alas se empezaban a quebrar, con el dolor que ello le suponía. Y su brillante tono azul hacía tiempo que había cambiado a un mustio gris. Necesitaba agua para revitalizarlas, pero su ración diaria para beber era tan escasa que un día más dejó secar sus alas.
Salió de la cueva con las manos haciendo visera. Miró hacia abajo, esperando el milagro. Pero todo seguía igual. El Agua no llegaba.
Lo que durante años había sido una Catarata rugiente de abundante agua y espuma blanca, ahora solo era un gigantesco farallón rocoso de piedra reseca.
Recordaba con nostalgia haber saltado y rodado por un prado de jugosa y fresca hierba verde a los pies de la Catarata. Flores de todos los colores lo adornaban.
Y también árboles. Enormes árboles centenarios, daban sombra con sus copas repletas de hojas y ricos frutos. Los pájaros que anidaban en ellos ponían con sus gorjeos el punto musical en aquel Paraíso de verdor. 
Ahora ya no quedaba nada de aquel esplendor. El Agua había desaparecido. Todo se había secado. Y, una a una, las Ninfas del Agua, se fueron marchando en busca de otro refugio acuático en el que poder subsistir.
Tan solo quedó ella, como Vigilante de lo que fue su Hogar y su Paraíso. Esperando la vuelta del Agua, tan ansiada y tan necesitada por todos.
Los Faunos, más viejos y más sabios, ya les habían advertido del peligro de la falta de Agua.
No atraigáis a los humanos con vuestros encantos. Son nuestra maldición. Ellos descubrirán nuestro Paraíso, lo invadirán y lo secarán. Y nuestra especie desaparecerá para siempre.
Ellas ignoraron todos los avisos, embriagadas por la sensación del disfrute de aquellos cuerpos cálidos y musculosos en aquel Paraíso acuático.
Varios pequeños acuáticos nacieron de aquellos encuentros furtivos. Una bendición en un primer momento. Incluso algunas Ninfas se atrevieron a cambiar su Paraíso acuático por la vida con los humanos.
Pero esa vida fuera de su Paraíso acuático pronto se convirtió en desgracia. Sus madres, Ninfas acuáticas acostumbradas a convivir con el Agua, nunca fueron felices en el seco mundo humano.
Los humanos, crueles con aquella especie tan atrayente pero tan diferente, reclamaron aquellas criaturas recién nacidas para su mundo. Alguno de los pequeños acuáticos falleció. Y las Ninfas regresaron a su Paraíso, que ya no lo parecía tanto.
Una lágrima rodó por su mejilla. Ella fue una de las que perdió a su criatura.
Pero ya no era tiempo para lamentos.
Volviendo a su seca realidad, a duras penas llegó aleteando hasta el manantial del que aún brotaba un hilillo de Agua con el que se había mantenido viva todo este tiempo.
Alrededor, un minúsculo brote de musgo y unas briznas de hierba indicaban que aún había esperanza.
Una brisa húmeda le hizo sentir un escalofrío. Miró al cielo: alguna nube espesa y oscura se había formado. Recordó que entonces eso significaba lluvia.
Y Vida.
Negó con la cabeza triste.
Ojalá fuera verdad, y no solo un deseo. –se dijo en alta voz.
A duras penas, llenó dos cubos de aquel escaso bien y volvió al refugio de su cueva.
Así pasaron varios días de sofocante Sol y varias noches secas en las que no salió de su cueva. Cada vez más débil, el dolor de sus alas se hacía casi insoportable.
En estado de duermevela creyó oír un ruido a lo lejos. Cuando despertó, el dolor seguía pero algo más suave. Bebió la poca agua que le quedaba y salió afuera.
Un viento húmedo la recibió. El cielo, azul intenso durante todo ese tiempo, se había vuelto de un gris extraño. Lleno de nubes hinchadas de vapor.
Emocionada, notó que algo mojaba su mejilla. Tocó la lágrima con los dedos y se la llevó a la boca.
No estaba salada.
No era una lágrima.
¡Era lluvia!
¡Era Agua!
Agitó sus doloridas alas y la humedad del viento las alivió. Unas gotas minúsculas las impregnaron y el dolor se calmó.
Revoloteó hacia la Catarata, todavía seca. Pequeñas manchas verdes se estaban formando alrededor. De nuevo.
Un grito en el cielo la sobresaltó. Una bandada de pájaros surcó el cielo, haciendo sombra a las oscuras nubes. Uno de ellos dejó caer un racimo de hierba verde.
Lo recogió.
Era la señal.
La lluvia volvería.
Delante de la cueva la recibieron unos diminutos brotes dorados. Lloró sobre ellos y se quedó dormida, exhausta y emocionada.
Pasó varios días, o quizá fueron semanas, dormida dentro de su refugio.
Un ruido vagamente familiar la despertó. Al asomarse fuera, vio cómo la catarata volvía descender majestuosa por el farallón de piedra.
Había estado lloviendo sin parar desde que se quedara dormida.
La hierba lo cubría de nuevo todo, como un mantel extensísimo. Hasta donde alcanzaba la vista solo se veía un precioso y vivo color verde.
El gorjeo de los pájaros llegó a sus oídos. El Agua y la Vida regresaban al Paraíso.
Exhausta de felicidad se recostó en la hierba, al abrigo de la rugiente Catarata. Sus alas, azules de nuevo, brillaban con las gotas de Agua que salpicaban desde la Catarata, creando diminutos arco iris al trasluz.
Así la encontraron sus Hermanas acuáticas. Dormida para siempre al lado del Agua de la Vida. Con una sonrisa y envuelta entre Arco Iris.
Los Faunos la recogieron y la envolvieron en verdes hojas húmedas y le dieron la despedida final de honor que se daba a los Guardianes del Agua, como reconocimiento por su ardua tarea de Vigilante.
La enterraron bajo la acogedora sombra de un Árbol de Agua.
Con el tiempo el árbol creció inmenso y de sus ramas brotaron hermosas flores azules.
Gracias a ella su Paraíso de Agua les había sido devuelto. La Vida había regresado. Y la Maldición había sido derrotada.


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