Vidas encontradas (capítulo 12) - Relato encadenado




 Esta novela consta de 17 capítulos a los que se añadirán varios finales.
Más información en la cabecera de entrelecturasycafé.blogspot.com.es  en el apartado "Relato encadenado"




CAPITULO 12



Como buenamente pudo logró quitar el sonido del móvil con una mano, mientras con la otra se tapaba la nariz para no respirar aquel olor nauseabundo. Intentó relajarse para apaciguar las arcadas y conseguir el mayor silencio para que aquellos hombres no la encontraran. Pero Beatriz sólo se relajó al oír sonar el teléfono móvil de uno de ellos. El que contestó era Gutiérrez, le había reconocido, quien tras una escueta conversación dejó sólo a su compañero pues requerían su presencia en el hospital. El otro tipo mientras hablaba en susurros logró abrir la puerta de la habitación que acababa de dejar ella, y tras echar una ojeada, se marchó por donde había venido, sin dar a Beatriz ninguna pista de quien era.
Tras un tiempo prudencial, se arrojó fuera del hediondo contenedor y tras dejar la llave en la desierta recepción, se introdujo a la carrera en el coche de Lupino. Éste la vio llegar con gesto desencajado y sin darle tiempo a preguntar, le rogó la llevase a su casa, pues no se encontraba nada bien.
El regreso lo hicieron a toda velocidad, ya que el sonido de la sirena obligaba a los vehículos a echarse a un lado. Tras dejarla en su casa, Lupino se encaminó a Comisaría para averiguar más sobre Raúl y el tal Gutiérrez, allí había gato encerrado y no dudaba que el motivo de todo aquello era el dinero.
Beatriz nada más entrar en casa se dirigió al baño, donde vació su maltrecho estomago, y algo más tranquila, se desvistió para darse una reconfortante ducha, frotando todo su cuerpo a conciencia con jabón, y poder liberarse de aquel olor nauseabundo.
A continuación introdujo su ropa en la lavadora, echando el doble de detergente y suavizante que de costumbre, eligiendo el programa más largo para desinfectarla completamente. Iba a darle al botón de arranque, cuando se acordó de la libreta encontrada en la habitación, con mucho asco consiguió localizar su pantalón y sacarla del bolsillo. Como también olía mal, la colgó de una cuerda del secadero para que se airease, y ya con mejor cuerpo, calentó agua en el microondas para hacerse una infusión.
Estaba limpiando su móvil con un algodón empapado en alcohol, cuando empezó a vibrar, al responder oyó decir a Carlos:
–Bea tengo novedades que contarte, pásate por mi casa esta tarde, mi turno termina a las cinco, de verdad que es importante.
–Está bien –respondió ella al notar su premura--, allí estaré.
Su cabeza no paraba de dar vueltas a la visión del Dr. Gutiérrez saliendo de la pensión, sabía que Raúl y su hermana se conocían, pero a él no, y no conseguía encontrarles un nexo de unión.

Los problemas que estaba teniendo eran más graves de lo que pensaba, y por lo visto tendría que hacerles frente ella sola, porque si esperaba que ese tal Lupino resolviera el asunto, estaba apañada.
Decidió cambiar su imagen, de forma que no hubiera duda de quién era cada una. Buscó los pendientes más llamativos, recordando que su hermana tenía alergia a los metales y sólo podía usar oro. Revolvió el armario para localizar aquella ropa tan hippy que se puso en carnaval. Cogió las tijeras de la cocina y frente al espejo, se cortó el pelo para ponerse flequillo. ¡Ahora parecía otra y hasta se veía más joven!
De nuevo vibró el móvil, esta vez era Lupino interesándose por su salud y comentándole que él también se encontraba revuelto, seguramente les había sentado mal algo de la comida. A Beatriz le pareció lógico, debido a su trabajo estaba acostumbrada a olores bien desagradables y los efluvios del contenedor no tenían porque haberle producido tanto malestar.
Al salir de casa, en el ascensor, se encontró con la viejita del quinto que sacaba a pasear a Lazitos, una perrita amiga de Marilin, y al hacerle una caricia para saludarla, le entró una gran congoja por no saber nada de su mascota, deseando que su hermana no la estuviera maltratando.
En casa de Carlos la recibió Sandra, pues su marido tuvo que retrasarse por una urgencia, así que tuvieron tiempo de charlar en torno a un café. Beatriz era reticente a hablar de sus problemas porque no quería involucrar a su interlocutora, era tan amable y cariñosa que temía ponerla en peligro.
Cuando por fin llegó Carlos, se encerraron en el despacho, donde tras unas preguntas de cortesía, le contó que había estado haciendo averiguaciones en el Hospital, porque pensaba que todo lo que la estaba pasando era muy raro.
–He conseguido leer el historial del paciente al que se suponía que habías matado imprudentemente, y sólo pude ver que su muerte fue natural.
–Hablé con el forense para indagar si había tenido que hacer últimamente alguna autopsia por mala praxis, y me dijo que no, los fallecimientos habían sido todos por procesos de grave enfermedad o por causas naturales.
–No contento con esto, me acerqué a tu planta para hablar con tus compañeras, y me contaron que habías pedido un permiso sin sueldo debido a tu malestar por la separación de Richi.
–Por si fuera poco, me acerqué al despacho de Gutiérrez en su ausencia, y a su secretaria le sonsaqué que hace tiempo que su jefe no abre expediente disciplinario a nadie, ni investigación a ningún compañero, que todo está muy tranquilo por su Área.
Beatriz iba a demostrar su desconcierto y contarle lo que sospechaba de Gutiérrez, cuando en ese momento entró Sandra móvil en mano, diciéndole que acababan de llamarla del Hotel Happy-Can, llevaban todo el día intentando contactar con la persona que ingresó allí a Marilín, pero al no lograrlo, decidieron intentarlo con el teléfono grabado en la chapa, que colgaba del collar de la perrita, que era ni más ni menos que el suyo. Al parecer la pobre mascota no acababa de encontrarse a gusto allí, parecía triste y no hacía mucho caso de la comida, al no tener éxito con la integración en el Hotel, creen que es mejor que vayas a por ella, he anotado la dirección en este papel.
Beatriz no cabía en sí de gozo, por fin iba a localizar a su perrita, la echaba tanto de menos, no podía perder tiempo. Pidió a Sandra que llamara a un taxi mientras ella iba al baño, aún tenía mal cuerpo, agradeciendo a Carlos la información tan valiosa que acababa de darle, y en cuanto tuviera a su mascota a buen recaudo, le llamaría.
La residencia canina estaba a las afueras, por lo que pidió al taxista que la esperara, no contaba tardar mucho. El encargado al verla entrar, reconoció en ella a la señora que había depositado a Marilin, aunque parecía bastante diferente. Mas dejó de tener dudas en cuanto mascota y dueña se encontraron, todo fueron saltos y lametones por parte de la perrita, y su dueña no paraba de llorar y darle besos. Le contó que no habían conseguido que se adaptara al nuevo alojamiento, y antes que verla sufrir, preferían llamar a su dueña. En un sobre le dieron el dinero que les había entregado para su manutención, pues al no necesitar gastarlo era justo devolvérselo. Ella estaba asombrada, pero no dudó en quedarse con ello.
Dichosa y feliz, decidió dirigirse en taxi a casa de su tía Eulogia. Era una mujer de gran vitalidad. Viuda desde hacía cinco años del hermano de su madre, y al no tener hijos siempre se había volcado en atenciones a sus dos sobrinas. Actualmente compartía su casa con dos jóvenes estudiantes que la ayudaban en las tareas domesticas y la compra, o la acompañaban a las consultas médicas.
Su tía tenía un pequeño jardín donde campaba a sus anchas Pinocha, una perrita fox terrier color canela, con la que Marilin se llevaba muy bien.
Le pidió el favor de que cuidase a su mascota, ya que ella andaba bastante liada, sin querer darle más explicaciones, contándole por alto que su hermana Lola le estaba causando problemas y necesitaba estar libre para poder solucionarlos.
Tras un rato de charla, su tía le confesó que Lola se había enfadado mucho con Beatriz a raíz de la muerte de sus padres, ya que ella no se esforzó lo suficiente en encontrar una rápida atención médica para su madre.
Beatriz se puso triste y furiosa a la vez.
–Esa información no es cierta tía y me duele mucho que digan eso. En cuanto me enteré de la enfermedad de mamá, le concerté una cita en el Hospital de Navarra, con los mejores especialistas, e incluso le reservé alojamiento en un hotel cercano para quedarse mientras le hacían pruebas. Pero mamá se negó, dijo que no quería recibir ningún tratamiento, quería morirse.
–Pocos días antes de darle el diagnostico, papá se fue a Santander a un torneo de golf con sus amigos. Ya sabes que era un desordenado, y mamá no podía ver nada fuera de sitio, así que al ordenar el despacho de papá, encontró una carpeta con documentación y fotos de unas hijas de él, para ser más exactos, dos, y para colmo, gemelas.
–Mamá quería morirse, se sentía traicionada y dolida, porque aquellas niñas tenían tan sólo seis meses menos que nosotras, así que cuando le dieron el diagnostico, pensó que era justo lo que necesitaba y se negó a hacer ningún tratamiento. Tan sólo aceptó cuidados paliativos en los últimos días.
–Papá supo el motivo por el que ella quería morirse, la adoraba, se sentía tremendamente culpable y no fue capaz de convencerla para que cambiara de opinión. Así que sustrajo unos viales de morfina al médico que acudía a visitar a mamá, y cuando ella falleció, sin decir nada, se los inyectó y murió junto a ella.
–Estuve intentando localizar a Lola para ver si podía convencer a mamá de que reflexionara, pero nadie sabía nada de ella, fue como si se la hubiera tragado la tierra, para colmo cuando apareció en el entierro ¡me echa la culpa a mí! Cuando ni siquiera se dignó aparecer en todos estos años.
Su tía le dio un gran abrazo, pidiéndole perdón por haberla juzgado equivocadamente y sintiendo mucho que hubiera pasado sola todo el proceso.
–No tenía ni idea de lo de las otras hijas, pero ten en cuenta que tu padre perdió un hermano gemelo de niño, y es normal que los gemelos tengan descendencia gemelar.
–Ya lo sé tía, la verdad es que no me había vuelto a acordar del tema, guardé los papeles en el desván de casa, y no los he vuelto a mirar, me producen mucho dolor, como podrás comprender.
–Te dejo aquí a Marilin, mira que contenta está al lado de Pinocha. Sé que la cuidarás muy bien, y toma, en este sobre hay dinero para sus gastos, no quiero que te suponga merma alguna en tu pequeña pensión.
–¿Sigue parando aquí al lado el autobús que va al centro?
–Si cariño, dentro de diez minutos pasará.
Tras una breve despedida, Beatriz subió al autobús que la acercaba a su casa, tardaría aún veinte minutos en llegar, tiempo suficiente para calibrar cual sería el siguiente paso a dar.
Al día siguiente iría a Recursos Humanos del Hospital para regresar cuanto antes a su trabajo. Si bien había conseguido recuperar los ahorros del banco que su hermana le había sustraído, necesitaba los recursos que su trabajo le proporcionaban. Si por un casual se encontraba al Dr. Gutiérrez por allí, le amenazaría con contarle a todo el mundo que se tiraba a su hermana porque ella le había dado calabazas en más de una ocasión, y además en la pensión más cutre de la ciudad. En cuanto a hablar con Carlos, mejor que no, cuanto menos supiera menos expuesto estaría a los ataques de Lola.
Iba pensando en ello cuando en su móvil entró un mensaje de un número desconocido, lo leyó y sonrió, su cara se iluminó y parecía que al fin empezaban a solucionarse algunas cosas. Volvió a leer el mensaje “Hola Bea, soy Richi, te quiero, tenemos que hablar”.







Licencia de Creative Commons

Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario