No lograba encontrar mi monóculo para leer el periódico, asi que
decidí salir a dar un paseo. Me puse el abrigo, los guantes, la
bufanda, y por último cogí el SOMBRERO. Y allí estaban ellos, bajo
el sombrero, como si quisieran jugar conmigo al escondite. Quité
todas las prendas de abrigo y me dispuse a sentarme en mi sillón de
lectura. Pero cuando quise hacerlo, mis monóculos habían
desaparecido de nuevo. Me volví a preparar para salir a la calle y
cuando ya abría la puerta, al meter la mano en el bolsillo del
abrigo, allí estaban los muy tunantes. Esta vez, ya sin perderlos de
vista, quité abrigo, guantes y bufanda y me senté en mi sillón de
lectura. Sin embargo, cuando quise empezar a leer, habían
desaparecido de nuevo. Cansado de tanto ir y venir, me lancé a la
calle. El día era ventoso y una corriente de aire me arrancó el
sombrero. Tuve que recorrer una manzana entera para recuperarlo,
gracias al bastón, justo al torcer la esquina, donde tropecé con el
dueño de la óptica, cayendo los dos al suelo. En ese momento pasó
un carruaje y nos puse perdidos de agua y barro. Viendo que no era mi
día, regresé a casa, no sin antes comprarme unos nuevos monóculos.
No quería enfadarme, así que me tomé las cosas con calma y regresé
a la paz del hogar. Ya sentado en mi sillón, con mis monóculos
nuevos, cogí el periódico, y allí, bajo las hojas estaban los
otros sinvergüenzas. Lo peor de todo es que sospecho que mi mujer y
los criados me vigilan cuando hago amago de salir de casa y después
entro y vuelvo a salir y regreso de nuevo....porque aunque ahora
tenga un par de monóculos, parece que a los nuevos también les
gusta jugar al escondite
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