Los mónoculos - Cristina Muñiz Martín

                                     





No lograba encontrar mi monóculo para leer el periódico, asi que decidí salir a dar un paseo. Me puse el abrigo, los guantes, la bufanda, y por último cogí el SOMBRERO. Y allí estaban ellos, bajo el sombrero, como si quisieran jugar conmigo al escondite. Quité todas las prendas de abrigo y me dispuse a sentarme en mi sillón de lectura. Pero cuando quise hacerlo, mis monóculos habían desaparecido de nuevo. Me volví a preparar para salir a la calle y cuando ya abría la puerta, al meter la mano en el bolsillo del abrigo, allí estaban los muy tunantes. Esta vez, ya sin perderlos de vista, quité abrigo, guantes y bufanda y me senté en mi sillón de lectura. Sin embargo, cuando quise empezar a leer, habían desaparecido de nuevo. Cansado de tanto ir y venir, me lancé a la calle. El día era ventoso y una corriente de aire me arrancó el sombrero. Tuve que recorrer una manzana entera para recuperarlo, gracias al bastón, justo al torcer la esquina, donde tropecé con el dueño de la óptica, cayendo los dos al suelo. En ese momento pasó un carruaje y nos puse perdidos de agua y barro. Viendo que no era mi día, regresé a casa, no sin antes comprarme unos nuevos monóculos. No quería enfadarme, así que me tomé las cosas con calma y regresé a la paz del hogar. Ya sentado en mi sillón, con mis monóculos nuevos, cogí el periódico, y allí, bajo las hojas estaban los otros sinvergüenzas. Lo peor de todo es que sospecho que mi mujer y los criados me vigilan cuando hago amago de salir de casa y después entro y vuelvo a salir y regreso de nuevo....porque aunque ahora tenga un par de monóculos, parece que a los nuevos también les gusta jugar al escondite









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