Vidas encontradas (capítulo 15) - Relato encadenado





 Esta novela consta de 17 capítulos a los que se añadirán varios finales.
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                                              CAPÍTULO 15




Bea se despertó feliz y relajada, a pesar de haber dormido en el sofá. Bajo el agua de la ducha, fue ordenando sus ideas. La libreta de tapas azules le estaba proporcionando una valiosísima información. Lola sería consciente de haberla perdido, pero seguro que no se imaginaba, ni por lo más remoto, que había llegado a sus manos. Al Dr. Gutiérrez ya le había metido el miedo en el cuerpo, ahora le faltaba Raúl. Tenía que arreglárselas, como fuera, para neutralizar todos los apoyos que Lola había conseguido. Raúl era el cómplice informático de Lola, era evidente, sin él, su hermana iba a tenerlo mucho más difícil. Por un momento, se le pasó por la cabeza llamarle fingiendo ser Lola, pero descartó la idea. Lo mejor era ir de frente, duro y a la cabeza.
Desayunó tranquilamente. Quería disfrutar del último día del permiso “no retribuido”, regalo del Dr. Gutiérrez. Le extrañó que Marilín no estuviese rondando por la cocina, aunque últimamente, desde que estaba embarazada, la veía más decaída y sin apetito, seguro que aún dormía, la última semana se la había pasado, básicamente, durmiendo.
Acabado el desayuno, volvió al sofá, cogió su teléfono móvil y llamó a Raúl.
–Si, ¿quién es?
–Buenos días Raúl, soy Bea. Escúchame con atención. Sé todo lo que has estado haciendo con mi hermana para putearme.
–No sé de qué me estás hablando, Bea. ¿Lola?
–Cállate. Me importan una mierda tus mentiras. Tengo pruebas de que tú has falsificado mi carnet, mi partida de defunción y la hemeroteca del periódico, de que has hackeado mi correo y de que le has proporcionado una identidad falsa a Lola. Si voy con todo esto a la Policía, te puedes pasar un largo tiempo a la sombra. Por el cariño que le tengo a Rebeca, no te voy a denunciar, pero haz una cosa más, una sola cosa más, para joderme y te juro que tus hijos irán a verte a la cárcel. Estás avisado.
Bea colgó el teléfono sin darle tiempo a abrir la boca. Seguro que le había metido el miedo en el cuerpo. Se lo pensaría dos veces antes de hacer nada. Se levantó y fue hasta el cuarto donde dormía Marilín. Al verla entrar, la perrita se revolvió levemente en su capazo y miró hacia ella con ojos lastimeros. “Pobrecita” pensó y empezó a acariciarla. Algo no iba bien, apenas respondía a sus caricias, aquello no era normal. Sin pensárselo dos veces, la metió en el transportín, llamó a un taxi y se fue corriendo con ella a la clínica veterinaria. No había gente, así que la pasaron a la consulta casi de inmediato. Informó al veterinario de los síntomas de Marilín y de que estaba embarazada. El doctor torció el gesto y se fue directo a por el fonendoscopio para auscultarla.
–Este corazón suena débil, vamos a tener que hacerle un electro.
–Por supuesto, por supuesto, lo que sea necesario.
–Espere en la sala y ya la avisamos cuando tengamos los resultados.
–Soy enfermera, si no le importa, me quedo.
–De acuerdo, no hay problema.
Bea no era experta en electrocardiogramas, pero lo que veía en el papel, no le estaba gustando nada. Miró inquisitiva al veterinario, que permanecía callado.
–Lo siento –dijo al fin-- La perrita tiene una cardiopatía valvular y está ya muy avanzada. El embarazo ha debido acelerar el proceso.
–¿Que se puede hacer? –preguntó Bea.
–Me temo que muy poco. Este corazón no aguantará un embarazo y mucho menos una operación. Le provocaremos un aborto y le daremos medicación específica, pero yo no albergaría demasiadas esperanzas. Si mejorara su estado físico sin el embarazo, podríamos pensar en la posibilidad de operar.
Bea comprendía exactamente el alcance del problema de Marilín, le dio las gracias al doctor y le dijo que procediera de inmediato. Fue hasta recepción a dar todos los datos y firmar las autorizaciones pertinentes y decidió marcharse. Marilín estaba en buenas manos, y si había un desenlace fatal, prefería no estar presente, no iba a poder soportarlo. Estaba convencida que toda la culpa la tenía Lola, solo pudo quedarse embarazada cuando la tuvo secuestrada. Si en aquel instante, hubiera tenido a su hermana delante, la hubiera matado...
Raúl oyó el tono de desconexión al otro lado del teléfono. La muy..., le había colgado. No sabía qué hacer. Las amenazas de Bea habían sido contundentes. Tenía que contárselo todo a Lola y decirle que se acabó. No podían seguir haciendo lo que hacían, había demasiado en juego. Llamó a Lola y le relató la conversación y las amenazas de Bea .
–Por ahora no hagas nada, tengo que pensar, ya te llamaré –dijo Lola, que colgó muy preocupada.
La tarde anterior había sido Alberto quien la llamó muy asustado por la visita de Bea. Era necesario realizar una reunión urgente con ambos y en persona. Necesitaba saber hasta qué punto podía contar con ellos. Los llamó y les pidió que buscaran cualquier excusa para cenar los tres juntos. Irían los tres en su coche de alquiler a un restaurante de las afueras, donde no hubiera peligro de ser reconocidos.
Lola los recogió a las ocho y media. El ambiente dentro del coche, tenso y silencioso, fue roto por Raúl con una frase que parecía traer ensayada.
–¡Hay que parar eso ya! ¡Vamos a ir todos a la cárcel!.
–Cállate, ya hablaremos de eso en la cena –espetó Lola.
El reventón de la rueda delantera del autobús urbano sonó como una bomba y cortó en seco la respuesta de Raúl. Lola pisó el freno, y como a cámara lenta, vio los desesperados intentos del conductor del autobús por recuperar el control de la dirección. Dio un volantazo para tratar de esquivarlo pero el choque ya era inevitable. El autobús les embistió por el lado del copiloto y los arrastró más de treinta metros. El chirrido de los frenos, de cristales rotos y de hierros retorciéndose, heló la sangre a los transeúntes.
Pasadas las diez de la noche, el teléfono de Bea empezó a sonar. Era Carlos. Se preguntó qué querría a esas horas
–Dime Carlos
–Bea, estoy de guardia en el Hospital, Lola ha tenido un accidente de tráfico y ha ingresado bastante grave, la hemos estabilizado y la tenemos en observación. Iban con ella en el coche Raúl y el Dr. Gutiérrez. Raúl está en estado crítico y el Dr. Gutiérrez ha fallecido, no hemos podido hacer nada por salvarle.
–Dios mío, pobre hombre. Y Raúl... ¿Habéis llamado a Rebeca?
–Si, la ha avisado la policía. Está de camino.
–Gracias Carlos, me visto y voy para allá corriendo, ahora te veo.
Cuando Bea llegó a Urgencias, divisó a Rebeca en una silla, con la cabeza inclinada sobre el regazo y cubriéndose el rostro con las manos. Su temblor evidenciaba un llanto incontrolado. Se fue directa a buscar a Carlos.
–¿Cómo está Raúl?
–Lo hemos estabilizado y subido a quirófano. Aún es pronto para saber nada. Ha debido de ser un golpe escalofriante, viendo cómo han llegado. Pobre Alberto. No hemos podido hacer nada por él. La más afortunada ha sido Lola.
–¿Dónde está mi hermana? Quiero verla.
–Está en el Box cinco. Te acompaño.
Lola estaba inconsciente, pero su vida no corría peligro. Tenía numerosos traumatismos y un corte bastante profundo en la cara. “¡Qué ironía!, ya no volverían a confundirlas”, pensó. Las constantes vitales se mantenían estables, y aunque en principio su vida no corría peligro, deberían seguir monitorizándola durante unos días. La miró con rabia y pena. Sus sentimientos encontrados hacían que le apeteciera estrangularla y abrazarla al mismo tiempo. Se quedó un largo rato contemplándola y rompió a llorar. “¿Por qué?, ¿por qué me has hecho todo esto?” preguntó sin recibir contestación. Carlos la abrazó suavemente intentando consolarla.
Algo más tranquila, fue al baño, se echó agua en la cara y le dijo a Carlos, “avísame si despierta o hay algún cambio. Me voy con Rebeca que ahora me necesita más” y se dirigió a la sala de espera. Se sentó junto a Rebeca y la abrazó. Ella la miró y sollozando preguntó “¿Se va a morir, verdad?”
–Tranquila, Rebe. Estamos haciendo todo lo posible. Ahora está en quirófano. No te voy a engañar, está grave, pero Raúl es muy fuerte y muy luchador, seguro que sale de esta. Confía en nosotros.
–Bea, no entiendo nada, me ha dicho la policía que iba con el Dr. Gutiérrez y con Lola, ¿pero qué hacían los tres, juntos en el mismo coche?
–Atando cabos, creo que Raúl es el cómplice informático de Lola...
–¿Raúl el cómplice de Lola? ¿Entonces... sabe lo de mi relación con Leo y lo de mi embarazo?
Bea le dijo un escueto “Supongo que si” y la abrazó. No se atrevió a contarle la llamada amenazante que le hizo a Raúl y que con toda seguridad, había sido la desencadenante del accidente.
Tras una larga noche de espera, a las ocho y diez, Raúl salió del quirófano. Habían sido más de ocho horas de operación. Seguía extremadamente grave, pero había superado la operación. Tan solo quedaba esperar que no hubiera ninguna complicación. Rebeca se abrazó a Beatriz nuevamente sollozando, “¡no puede irse!, ¡no puede dejar a nuestros hijos sin padre!, ¿qué voy a hacer sin él? Tengo que pedirle perdón por todo el daño que le he hecho, es un buen hombre, no se merece esto...”. “Tranquila, Rebe. Todo va a salir bien” le dijo Bea con tono poco seguro.
Poco después, apareció Carlos diciendo “Bea, Lola se ha despertado y está consciente”. Bea se levantó y caminó nerviosa hacia el Box. Dudó un instante antes de entrar, pero corrió la cortina y avanzó decidida. Se quedó de pie, al lado de la cama, observando fijamente a su hermana. Lola la miró con los ojos llenos de tristeza que poco a poco se inundaron de lágrimas. “Bea... perdóname”, musitó casi imperceptiblemente. Bea comenzó a temblar, sus ojos también se humedecieron. Siguió mirándola fijamente y sólo acertó a decir, con la voz llena de rabia, “¿por qué?, Lola, ¿por qué? Lola, no hacía más que repetir, una y otra vez, con un hilo de voz, “perdóname, perdóname...”.
Bea estaba paralizada. El sonido del móvil la hizo reaccionar. Miró de reojo la pantalla y reconoció el número de la clínica veterinaria. Descolgó al instante
–Si?
–¿Beatriz Salgado?
–Sí, sí, soy yo. ¿Cómo está Marilín?
–Siento ser portador de malas noticias, pero el corazón de su perrita no ha aguantado más, ha muerto hace media hora.






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