Oficio de pastor - Marian Muñoz

                                         


Al atardecer miraba con cariño al sol que en su ocaso dejaba colores rojizos en el cielo, más la quietud del viento presagiaba malos augurios.
Las ovejas descansaban en el redil, había puesto comida y bebida a los perros y encendido tres hogueras alrededor del recinto, se adivinaba una noche larga, al haber visto asomar entre los arbustos a un lobo, pero no uno cualquiera, sino al jefe de la manada. Se conocían desde hace tiempo, habían mantenido varias batallas y hasta el momento era Pablo quien las ganaba, más esa noche no las tenía todas consigo.
-- Estoy deseoso de volver al pueblo, poder dormir en mi catre al calor de la paja y ver a mi querida Petra, su sólo pensamiento ya me regocija y aplaca mis temores, ¡vaya cosa que es el amor! En una semana nos casaremos y por fin, podré yacer con ella en una cama de verdad.
Pablo era el cuarto de cinco hermanos y la casa de sus padres era pequeña, tanto que los dos últimos debían dormir en el pajar con los animales. Los tres mayores compartían cama y cuarto, pero no estaban mucho más cómodos que él. Se ganaba su sustento como pastor, el mejor de los alrededores porque sabía discernir el pasto para las ovejas, cabras o vacas, y tras una jornada en la montaña, daban una leche excelente.
-- Mi Petra será una excelente esposa, tiene buenos pechos y anchas caderas, no tendrá problemas para alumbrar a nuestra prole, porque tengo pensado tener siete u ocho hijos, me ayudarán en el cuidado de los animales. Pena me da la Puri, con la que he yacido en varias ocasiones, y sí da gusto un revolcón con ella, pero como dice Sancho, está seca, porque mi hermano tiene prohibido asomar por Lomas al haber dejado preñadas unas cuantas mozas, y con la Puri, sé que ha estado más veces que yo, y aún no tiene panza. ¡Mira que llamarla Puri! A quien se le ocurriría.
Sentado Pablo en una lastra, observaba cualquier sonido o sombra fuera de lugar, de vez en cuando echaba un ojo a las tres lumbres comprobando que no se habían apagado. Sabía de sobra que el fuego espantaba a los animales, tres raposos se habían acercado a olisquear y enseguida se largaron, pero el lobo era animal armado de gran paciencia, sabía esperar el momento adecuado para atacar, y la manada había crecido esta primavera, eran seis ejemplares de buen tamaño y la osadía de su líder envalentonaba a todos.
-- Cuando despose a Petra no me faltará de nada, viviremos en casa de sus padres, ya que ella tiene su propia estancia, con cama de verdad, como me emociono al pensar en ello. Nosotros dos solos, en un cuarto, sé que la haré muy feliz, lo seremos, y cuando lleguen los niños todos me respetarán aún más. Mis hermanos dejarán de burlarse y tendrán que inclinarse ante mí por ser el yerno del Regidor.
La muela comenzó a dolerle, buscó en el zurrón un poco de hierbaluisa que su madre le había dado por si le dolía, aunque le reconvino que tomara poca pues le produciría sueño y no le convenía. Al masticarla comenzó a notar algo de somnolencia, se la sacudió dando un paseo observando las ovejas y comprobando el estado de los perros, algo intranquilos, notaban que el lobo estaba al acecho. La noche parecía en calma y la luna llena más grande que de costumbre, algún fenómeno extraño que no alcanzaba a comprender, pero que había contemplado en otras ocasiones.
-- Esta luna de hoy alumbra demasiado el paraje, los lobos lo tendrán fácil si quieren atacarme, pero mi cayado y la cimitarra les darán su merecido si asoman por aquí. No me pienso achicar si creen que por ser más que yo van a poder conmigo, mi astucia gana a cualquier salvaje, por avezado que esté a cazar.
Pablo se sentó de nuevo encima de la lastra mientras vigilaba los alrededores. El cansancio del día comenzaba a hacer mella y la hierbaluisa no ayudaba precisamente a estar despierto. Tenía mucha experiencia como pastor, sabía observar la naturaleza y los animales, obteniendo de dicha observación cual camino o montaña elegir para alimentarles bien y obtener de ellos los mejores productos, bien leche y sus derivados, bien la carne que adquiría un sabor especial tras masticar aquellos pastos. Por ello se había hecho famoso, pero el escaso contacto con las personas le impidió prever que su hermano Sancho envidiaba su suerte, hacía tiempo que deseaba poseer a Petra, y el que Pablo tuviera la fortuna de ser correspondido, no le dejaba descansar de día ni de noche.
Finalmente el sueño venció a Pablo, Sancho con mucho sigilo se acercó por la espalda, golpeándole la cabeza con una gran piedra, hasta partirle la crisma, igual que antaño hiciera Caín a Abel. Arrastró su cuerpo hasta el barranco y lo tiró, muerto o vivo, le daba igual, al fin se había deshecho de su molesto hermano. Más no contaba Sancho con la fiereza de los lobos, al salir del resguardado recinto se echaron encima sin opción a defenderse, los animales vengaron la muerte de Pablo, no necesitaron ya ovejas para llenar sus estómagos, el cruel hermano fue suficiente sustento para toda la manada.
Otro pastor fue el que dio la voz de alarma al encontrar las ovejas encerradas en el redil, los perros vagando sin control, restos humanos devorados por las alimañas supusieron que eran de Pedro. La desconsolada Petra lloró la desaparición de su amado, pero enseguida se consoló con el amor de otro hermano. Ya es sabido que el muerto al hoyo y el vivo al bollo.




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