Tiempo de comparaciones - Rufino García Álvarez

                                     



Y así fue, pasadas dos semanas me había olvidado por completo del asunto del libro de firmas, hasta que le vi sentado en aquella terraza. Aquel bigote, aquellos ojos... le reconocí al instante. Me volvió a saludar con una reverencia y me invitó a sentarme. No supe cómo reaccionar, no le conocía de nada y sin embargo algo me impulsaba a aceptar su invitación. Tenía un magnetismo especial. Era una terraza pública y no había ningún peligro, así que me senté. Además aquel joven y aquella intrigante frase que me había dicho -“Recuerda que el tiempo no existe”- suscitaban mi curiosidad. Cuando vino el camarero me percaté de que no estaba bebiendo nada y le pregunté si le apetecía tomar algo. Me dijo que no quería nada y yo pedí un café con leche, templado. El camarero me miró con ojos extrañados y se marchó.

¿No pretenderás que me crea que eres Rodrigo de Mendoza, verdad?”, le pregunté sonriendo. El se encogió levemente de hombros y me dijo “Créete lo que quieras, pero si, lo soy”. Mientras hablaba con él noté que la gente me miraba raro y empecé a sentirme incomoda. El camarero me trajo el café y la cuenta y mientras le pagaba me preguntó muy serio, “¿está usted bien, señora?” “¡Estoy perfectamente!, contesté algo airada. Rodrigo o quien demonios fuera no paraba de reirse y terminó contagiándome. El camarero se fue dando la cabeza y mascullando “no sé que tiene esta terraza para atraer a tanto chiflado”. Me quedé muy intrigada por el comentario. Rodrigo se puso serio de repente y me dijo, “sois muy pocos los que podéis verme”. Me quedé helada y se me escapó una risa nerviosa. Tenía que tratase de una broma de cámara oculta, miré para todos lados y temblorosa acerqué mi mano a la suya para comprobar si era de carne y hueso. Una descarga de electricidad y adrenalina recorrió todo mi cuerpo con solo rozarle.
Vámonos de aquí”, dijo. Estás llamando demasiado la atención. Me cogió de la mano y tiró con firmeza de mi. De nuevo esa sensación de placer volvió a inundarme todo el cuerpo y no hice ningún esfuerzo por soltarme. Doblamos la esquina y en cuanto vi la entrada del hotel supe lo que tenía que hacer. Si solo cogerle la mano me provocaba aquellas sensaciones, no iba a dejar que desapareciese sin acostarme con él. Mientras cogía la habitación, él no dejaba de sonreir y vi en su mirada que el también lo deseaba.

Cerré la puerta y mientras me quitaba la ropa le pregunté ¿que es eso de que no pueden verte? “Son muy pocas las personas que me ven y de ellas, tú eres la primera que no siente algo desagradable al tocarme”, me dijo antes de besarme. Sin más preguntas me dejé llevar por aquel torrente de sensaciones y placer. Perdí por completo la noción del tiempo. Ni aún sumando todo el placer que había sentido en mi vida con todos los hombres con los que había estado, se acercaba ni de lejos a lo que experimenté aquella tarde.

Ya exhausta y tumbada sobre la cama le pregunté “¿Quién o qué eres?”.
-“No lo sé, pero no pienso parar hasta averiguarlo y por ahora, tú eres la única persona que puede ayudarme. Tengo recuerdos como Rodrigo de Mendoza pero desde el 4 de julio de 2012 vivo en el siglo XXI.”

Estaba dispuesta a ayudarle en todo lo que fuera necesario y más si el pago era como el de esa tarde. Al día siguiente alquilé un piso en un barrio alejado donde nadie me conocía ni tenía que dar explicaciones. En la placa del buzón escribí Rodrigo de Mendoza y yo me puse un nombre falso. Escogí el de la protagonista del último bestseller que había leído, Lola Salgado, me sentía un poco identificada con ella. Pasaba el día en bibliotecas, registros e internet, buscando toda la información que él me pedía y por las noches hacíamos el amor como si fuera a ser la última, como si fuera la primera.

Llevábamos ya tres semanas y la información obtenida que pudiera servirnos, era escasa. Una tarde, volvía exhausta de la biblioteca y paré en el bar de la esquina a tomar un café. Saludé al vecino de abajo y a Ramón el del rellano y noté algo extraño en su mirada. No le di mayor importancia hasta que abrí el buzón y leí la nota que sin duda ellos habían dejado. Entré riéndome al piso y Rodrigo me miró extrañado. Le tendí la nota para que la leyera. “Parece que mis orgasmos son la comidilla del bloque. Me gusta mucho este piso, mañana llamamos para que insonoricen la habitación”








Licencia de Creative Commons

Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.


No hay comentarios:

Publicar un comentario