Hola y adiós - Marga Pérez





El teléfono suena insistente en casa de Carmen. Su hijo no está en casa e intranquila decide cogerlo a pesar de ser un número desconocido.
-Dígame, dice Carmen siempre con voz jovial.
-Hola Carmen ¿Podríamos charlar un rato? Lo necesito.
Una voz grave, profunda y serena de hombre maduro llega hasta Carmen sin que ésta la reconozca.
-Si, ¡Claro! dime. Y su cabeza empezó a dar vueltas intentando saber quien la necesitaba al otro lado del teléfono.
-Esta semana lo estoy pasando francamente mal. Fue el cumpleaños de Salomé y no dejé de preguntarme ...por qué...?
-¿Preguntarte por qué? Por más vueltas que le daba Carmen no era capaz de reconocerlo pero la voz del hombre y el sentimiento que transmitía le impedían decirle que no sabía con quien estaba hablando y siguió la conversación pensando que en cualquier momento, a lo largo de la misma, caería del guindo.
-Si, siguió el, porque su muerte no fue justa. No era el momento para morirse. Empezábamos a vivir ya sin la preocupación de los hijos, sin apreturas económicas, sin ataduras de ningún tipo...y...una gripe...una gripe sin ninguna importancia...no es justo.
Carmen seguía sin descubrir a su partenair pero no le importó, se metió de lleno en la historia dispuesta a prestarle la ayuda que necesitaba.
-Hay pocas cosas justas, le dice, y la muerte es una de ellas. Casi siempre aparece en el momento menos deseado.¿Y tus hijos? preguntó, dando palos de ciego.
-Los hijos sólo piensan en ellos. Los entiendo. Tienen su vida, son jóvenes y yo soy un viejo... ellos tienen que seguir viviendo...
-¿Y tu? ¿No tienes que seguir viviendo?
-Sin ella no merece la pena.
-Bueno,¿ no me digas que no merece la pena?¿A qué te dedicas? Carmen trata de saber más sobre él
-Estoy de baja
-Ya, ya, pero ¿cual es tu trabajo?
-Soy maestro ¿no te acuerdas?
-Si, claro ¿y tus alumnos? ¿y lo importante que eres para ellos? ¿No merecen la pena?
-Carmen, te noto rara. Es la primera vez que me contestas así.
-¿Sii?...¿Así como?...
-Que me haces preguntas, que me dices lo que piensas. Otras veces sólo hablaba yo.
-¿Otras veces?...¿A qué Carmen llamas?
-A Carmen... del teléfono de la Esperanza
-!!Ah no¡¡. Creo que hay un malentendido. Yo me llamo Carmen pero no tengo nada que ver con ese teléfono.
-No lo entiendo ...Y ...¿por qué hablas conmigo?
-Bueno, lo necesitabas. Preguntaste por Carmen... y... yo...yo, me llamo así.
-¡Qué vergüenza!. Le conté mi vida a una desconocida.
-No te preocupes, todos somos desconocidos hasta que dejamos de serlo y nosotros ya no lo somos. Yo soy Carmen ¿y tu?
-Me llamo Ramiro.
-Encantada. Quiero que sepas que yo también soy viuda. Hace nueve años que me dejó con dos hijos que aún dependían de mi para todo y éso fue lo que tiró de mi. Si no fuera por ellos casi seguro que me hubiese hundido, y... salir yo sola me habría costado tanto como a ti.
-Ya... !qué fuerte eres¡ ¿en qué trabajas?
-También soy maestra.
-¡Qué casualidad!¿donde?
-En la Luz ¿y tu?
- En Majadahonda ¿Dónde está la Luz?
-En Avilés, Asturias, dijo Carmen algo decepcionada. -Pensé que vivías aquí.
La distancia hizo que los miedos desapareciesen y como si de un confesonario se encontrase abrieron su corazón de par en par y hablaron. Hablaron de sus problemas, dificultades, penas y alegrías . Se encontraron hablando de sus pensamientos, sentimientos y vivencias. Se entendieron hablando de ellos. Se acariciaron. Sonrieron.
-¿puedo volver a llamarte? Le dice Ramiro bastante más animado. - Me ha venido muy bien este rato.
-Si, ¡claro! Cuando quieras. A mi también me gustó. -Tienes una voz preciosa, dijo Carmen sonriendo.
- Bueno...dijo azorado... Pues encantado, Carmen. Te llamaré pronto.
-Adios Ramiro.
Carmen colgó el teléfono. La voz de Ramiro, grave, profunda y serena resonó en su interior despertando las mariposas que ya libres inundaron sus sueños.
Les contó a sus hijos y a su amiga Esther la llamada que volvió a iluminar su mirada. Lo contó como si tal cosa, sin darle importancia, pero ellos bien sabían que ilusionada esperaba que la volviese a llamar.
Dos días tardó en hacerlo. Carmen estaba en el baño cuando sonó el teléfono. Su hijo Alfonso lo cogió.
-Buenas noches. La voz grave, profunda y serena de hombre maduro le dijo claramente con quien hablaba. -¿Podría ponerse Carmen?
-Está equivocado. Aquí no vive ninguna Carmen
-¿No es el...
-Si, le interrumpió el adolescente, pero le digo que aquí no vive ninguna Carmen. Puede borrar el número porque está equivocado.
...
- Perdone. Buenas noches.
Sorprendido colgó el teléfono y decidió que no la volvería a llamar.







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