El teléfono suena
insistente en casa de Carmen. Su hijo no está en casa e intranquila
decide cogerlo a pesar de ser un número desconocido.
-Dígame, dice
Carmen siempre con voz jovial.
-Hola Carmen
¿Podríamos charlar un rato? Lo necesito.
Una voz grave,
profunda y serena de hombre maduro llega hasta Carmen sin que ésta
la reconozca.
-Si, ¡Claro! dime.
Y su cabeza empezó a dar vueltas intentando saber quien la
necesitaba al otro lado del teléfono.
-Esta semana lo
estoy pasando francamente mal. Fue el cumpleaños de Salomé y no
dejé de preguntarme ...por qué...?
-¿Preguntarte por
qué? Por más vueltas que le daba Carmen no era capaz de reconocerlo
pero la voz del hombre y el sentimiento que transmitía le impedían
decirle que no sabía con quien estaba hablando y siguió la
conversación pensando que en cualquier momento, a lo largo de la
misma, caería del guindo.
-Si, siguió el,
porque su muerte no fue justa. No era el momento para morirse.
Empezábamos a vivir ya sin la preocupación de los hijos, sin
apreturas económicas, sin ataduras de ningún tipo...y...una
gripe...una gripe sin ninguna importancia...no es justo.
Carmen seguía sin
descubrir a su partenair pero no le importó, se metió de lleno en
la historia dispuesta a prestarle la ayuda que necesitaba.
-Hay pocas cosas
justas, le dice, y la muerte es una de ellas. Casi siempre aparece en
el momento menos deseado.¿Y tus hijos? preguntó, dando palos de
ciego.
-Los hijos sólo
piensan en ellos. Los entiendo. Tienen su vida, son jóvenes y yo soy
un viejo... ellos tienen que seguir viviendo...
-¿Y tu? ¿No tienes
que seguir viviendo?
-Sin ella no merece
la pena.
-Bueno,¿ no me
digas que no merece la pena?¿A qué te dedicas? Carmen trata de
saber más sobre él
-Estoy de baja
-Ya, ya, pero ¿cual
es tu trabajo?
-Soy maestro ¿no te
acuerdas?
-Si, claro ¿y tus
alumnos? ¿y lo importante que eres para ellos? ¿No merecen la pena?
-Carmen, te noto
rara. Es la primera vez que me contestas así.
-¿Sii?...¿Así
como?...
-Que me haces
preguntas, que me dices lo que piensas. Otras veces sólo hablaba yo.
-¿Otras veces?...¿A
qué Carmen llamas?
-A Carmen... del
teléfono de la Esperanza
-!!Ah no¡¡. Creo
que hay un malentendido. Yo me llamo Carmen pero no tengo nada que
ver con ese teléfono.
-No lo entiendo ...Y
...¿por qué hablas conmigo?
-Bueno, lo
necesitabas. Preguntaste por Carmen... y... yo...yo, me llamo así.
-¡Qué vergüenza!.
Le conté mi vida a una desconocida.
-No te preocupes,
todos somos desconocidos hasta que dejamos de serlo y nosotros ya no
lo somos. Yo soy Carmen ¿y tu?
-Me llamo Ramiro.
-Encantada. Quiero
que sepas que yo también soy viuda. Hace nueve años que me dejó
con dos hijos que aún dependían de mi para todo y éso fue lo que
tiró de mi. Si no fuera por ellos casi seguro que me hubiese
hundido, y... salir yo sola me habría costado tanto como a ti.
-Ya... !qué fuerte
eres¡ ¿en qué trabajas?
-También soy
maestra.
-¡Qué
casualidad!¿donde?
-En la Luz ¿y tu?
- En Majadahonda
¿Dónde está la Luz?
-En Avilés,
Asturias, dijo Carmen algo decepcionada. -Pensé que vivías aquí.
La distancia hizo
que los miedos desapareciesen y como si de un confesonario se
encontrase abrieron su corazón de par en par y hablaron. Hablaron de
sus problemas, dificultades, penas y alegrías . Se encontraron
hablando de sus pensamientos, sentimientos y vivencias. Se
entendieron hablando de ellos. Se acariciaron. Sonrieron.
-¿puedo volver a
llamarte? Le dice Ramiro bastante más animado. - Me ha venido muy
bien este rato.
-Si, ¡claro! Cuando
quieras. A mi también me gustó. -Tienes una voz preciosa, dijo
Carmen sonriendo.
- Bueno...dijo
azorado... Pues encantado, Carmen. Te llamaré pronto.
-Adios Ramiro.
Carmen colgó el
teléfono. La voz de Ramiro, grave, profunda y serena resonó en su
interior despertando las mariposas que ya libres inundaron sus
sueños.
Les contó a sus
hijos y a su amiga Esther la llamada que volvió a iluminar su
mirada. Lo contó como si tal cosa, sin darle importancia, pero ellos
bien sabían que ilusionada esperaba que la volviese a llamar.
Dos días tardó en
hacerlo. Carmen estaba en el baño cuando sonó el teléfono. Su hijo
Alfonso lo cogió.
-Buenas noches. La
voz grave, profunda y serena de hombre maduro le dijo claramente con
quien hablaba. -¿Podría ponerse Carmen?
-Está equivocado.
Aquí no vive ninguna Carmen
-¿No es el...
-Si, le interrumpió
el adolescente, pero le digo que aquí no vive ninguna Carmen. Puede
borrar el número porque está equivocado.
...
- Perdone. Buenas
noches.
Sorprendido colgó
el teléfono y decidió que no la volvería a llamar.
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