La manada de lobos cumplía a la perfección una estructura comunitaria que mucho tenía que enseñar a los humanos .La unidad y el orden social estaban asegurados. Un líder o macho alfa con su pareja o hembra beta al frente uniendo los individuos en favor de la protección de cada uno de ellos. Se establecía una jerarquía en la que cada miembro tenía una misión específica digna de investigación y de estudio. Andrés no se arriesgaba a tanto pero muchas mañanas se acercaba a la pradera por la que circulaba el grupo todos los días a la misma hora en un ritual lleno de ritmo y belleza. Se pertrechaba tras una gran roca y a través de un agujero en ella les observaba en la confianza de que el fino olfato de estas criaturas no descubriera su presencia. Cuanto más les miraba menos comprendía el dicho popular de que el hombre es un lobo para el hombre. Su comportamiento no era agresivo ni criminal y el uso de un rico lenguaje corporal entre ellos le hacía reflexionar sobre la magnitud de la inteligencia y la profundidad de las emociones de esta raza animal. Aquel día Andrés fue testigo de un juicio en la tropa. La fila que caminaba perfectamente dispuesta se paró en seco. Formaron un circulo que vociferaba armónicamente y que empujando a uno de ellos hasta el centro lo dejó acorralado. Era un precioso ejemplar de un pelaje no muy denso y en grises diversos. Pequeño con ojos azules como todos los cachorros. Agazapado en la hierba apenas levantaba la mirada a la orquesta que se había formado en vibraciones y escalas de aullidos fieros y salvajes pero muy nobles. Los indómitos continuaron así un breve espacio de tiempo como quien defiende con énfasis y firmeza algún asunto muy claro. Tras unos segundos el lobezno se levantó y se dirigió a una pequeña cuevecilla escondida tras la maleza. Todos los individuos del corro se giraron y se mantuvieron expectantes. Allí apareció ligero y elegante el pequeño. Traía entre sus dientes una bonita concha de mar. Blanca, brillante, en forma de espiral. Se acercó al líder y la traspasó a su boca y todos como en un coro celestial entonaron los sonidos guturales más hermosos de la creación. El concierto fue apagándose despacio y gradualmente y dejó el aire impregnado de una hermosa vibración de comunicación y entendimiento. De nuevo se formó la hilera según sus normas y comenzaron a caminar. Tal vez se acercaban al territorio de caza para comer, sin destierros, todos juntos. No hay cazador solitario cuando hay honradez y perdón. Lecciones para los humanos… cuando el hombre sea un hombre para el hombre, bailaremos con lobos.
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